La brújula de la poesía se orienta hacia la libertad, el juego y la frescura en una isla re-creada. Lanzarote se convierte en Lancelot y las playas se iluminan con soles nuevos y oleaje moderno. Dácil ya no espera a ningún capitán Castillo, enfundada en su traje deportivo. También la naturaleza se reinventa y el paisaje insular es ahora universal. Un golpe de dados y una palmera es un ventilador, en la primavera de una imparable fábrica de mitos.
Agustín Espinosa publica Lancelot 28º 7º en 1929. En “Lancelot y Lanzarote” deplora que la isla ha sido retratada “de manera anecdótica, inafectiva”, proponiendo “la creación de una mitología”, de “un clima poético [… ] que imponga su módulo vivo sobre la tierra inédita”. Al mismo espíritu lúdico y moderno responden otras obras como Líquenes, de Pedro García Cabrera, y Diario de un sol de verano, de Domingo López Torres, publicadas también en 1929, y Campanario de la primavera, de Emeterio Gutiérrez Albelo, de 1930. Ya en 1927 habían aparecido Índice de las horas felices, de Félix Delgado, y Versos y estampas, de Josefina de la Torre, con prólogo de Pedro Salinas. En 1931, Julio Antonio de la Rosa publica su Tratado de las tardes nuevas.
Agustín Espinosa desarrolla también por esos años una intensa labor ensayística y empieza su recopilación de romances canarios. De 1927 es su “Romances tradicionales de Canarias”, donde destaca su fina percepción de la poesía tradicional.
En 1929 colabora activamente en las páginas de “La nueva literatura”, junto a Juan Manuel Trujillo, Ernesto Pestana, Josefina de la Torre, Antonio Dorta, Agustín Miranda, Pedro Perdomo, Ángel Valbuena y Luis Wildpret.
En 1931, Espinosa pronuncia la conferencia “Bajo el signo de Viera”, realizando un homenaje al polígrafo ilustrado a través de “tres preguntas de ultratumba”. Nace así el orador heterodoxo y juguetón, que deslumbrará de nuevo a su auditorio con otra conferencia titulada “Media hora jugando a los dados”, de 1933, escrita en pleno ardor surrealista.
Las revistas son los cuadernos de bitácora de esta aventura colectiva. Atrás quedan el regionalismo, la expresión figurativa, los tópicos que encasillan al archipiélago en un tipismo de naftalina.
La Rosa de los vientos (1927-1928), capitaneada por Agustín Espinosa, Juan Manuel Trujillo y Ernesto Pestana, nace rodeada de polémica y con el firme propósito de acabar con una literatura que consideran putrefacta. Creadores de todas las disciplinas saludan con entusiasmo a una nueva era y Ramón Gómez de la Serna aplaude desde Madrid.
Agustín Espinosa, en un artículo aparecido en La voz del valle (1928), reivindica el espíritu del siglo XVIII insular, oponiéndolo a la tradición, que él considera “ñoña” y “obtusa” de la literatura decimonónica postromántica. La “nueva literatura” es para Espinosa “deportista” y “culta” y los “vientos universales de nuestra rosa náutica” desalojan a los “regionalismos de lengua estrecha”.
En relación constante con otras revistas españolas de los años 20, se organiza un muy peculiar homenaje a Góngora, al que Espinosa se adhiere con su artículo “De don Luis de Góngora, en el retorno de su hora poética”.
En el “Primer manifiesto de La Rosa de los Vientos” podemos leer esta declaración: “por siempre el Océano en nuestros ojos nuevos. En este nuestro destino, entrevisto por los filósofos —Viera y Clavijo, marqués de Villanueva, Graciliano Afonso— del siglo XVIII insulano, desechado en la centuria pasada, creadora de círculos y ateneos batuecasianos”. Concluye el Manifiesto anunciando que “en nuestras macetas ya no crecerán las rosas campesinas, regionales. En nuestras macetas crecerán las rosas de los vientos, oceánicas, universales. Solamente”.
La revista Cartones (1930), animada por Pedro García Cabrera y Domingo López Torres, se suma también a este afán de crear un archipiélago cosmopolita.
Desde la Escuela Luján Pérez, Néstor de la Torre, Eduardo Gregorio, Felo Monzón, Juan Jaén, Plácido Fleitas, Santiago Santana y muy especialmente José Jorge Oramas contribuyen decisivamente a la creación de un nuevo imaginario isleño.
En 1931 se publica en el único número de la revista Extremos a que ha llegado la poesía española la provocadora “Oda a María Ana, primer premio de axilas sin depilar de 1930”, donde Espinosa fulmina los tópicos asociados a la imagen poética y a la representación de la figura femenina.
Desde la libertad y el incorformismo, arropada por los sincopados ritmos del jazz, iluminada por una luna de celuloide, ha nacido la isla vanguardista.
