Álvarez Rixo en sus palabras

lunes 08 de julio de 2019 - 14:11 CEST

Francisco Javier Castillo

Una manera rápida y válida de acercarse a un autor es a través de sus propias palabras. Un conjunto de citas, reflexiva y acertadamente elegidas, consiguen en poco tiempo una pintura efectiva de su ideario, de sus actitudes y de sus valores. Y esto es lo que aquí intento lograr con José Agustín Álvarez Rixo, con este conjunto de frases entresacadas de distintas piezas de su producción. En ellas podremos ver que estamos ante un hombre de arraigadas convicciones religiosas y de ideas conservadoras en lo político, pero que defiende especialmente los valores del progreso, el orden, la instrucción, la responsabilidad y la sensatez, donde observamos muchos de los ingredientes del intelectual ilustrado. También vemos que nuestro autor, tanto por su procedencia familiar como por su educación, se ve a sí mismo dentro de la clase dirigente del Puerto de la Cruz; obviamente no pertenece a la aristocracia ni forma parte de la alta burguesía comercial, pero sí a la clase acomodada local, y en todo momento lo vemos mantener esta conciencia de clase. De igual modo podemos ver que estamos ante un hombre que se compromete en la vida política porque se ve preparado para el desempeño de las tareas correspondientes y porque tiene bien claro qué tipo de comportamientos no se deben dar; por ello no dudará en destacar distintas prácticas que ensombrecen la actuación política y que van desde la corrupción y el enriquecimiento ilícito hasta la falta de preparación.

También podemos ver su posición en relación con el trabajo histórico, que se sustenta en tres principios específicos: lo verdadero como asunto y objeto de análisis, la adecuada preparación del historiador y el valor intrínseco de todos los materiales; también se puede observar su interés por la transmisión del conocimiento, la conservación de las fuentes tanto públicas como privadas y la perdurabilidad de la obra. En Álvarez Rixo, las Canarias y los canarios constituyen una preocupación constante y sincera, y se deja ver una y otra vez su concepción de las Islas como una entidad unitaria, no solo a niveles geográficos, sino también administrativa y culturalmente. Vemos también que nuestro autor se muestra aquí como un perfecto conocedor de las virtudes y de las debilidades de los isleños; y, así, en numerosas ocasiones no deja de recordar los males que la ignorancia, la falta de previsión, la insolidaridad y el desinterés, entre otras actitudes negativas, producen en el desarrollo general del Archipiélago y en el progreso particular de sus pueblos y habitantes. A los gobernantes y autoridades insulares dirige también sus manifestaciones por la directa responsabilidad que tienen en el estado de las cosas. Uno de los puntos esenciales del ideario económico de Álvarez Rixo es la autosuficiencia de las Islas y el conocimiento de sus posibilidades. Le parece que comete un soberbio disparate aquel que espera que otro le facilite lo que él mismo puede hacer y cree que lo más factible es confiar en los propios esfuerzos, la unión patriótica y la actividad, evitando vivir dependientes de la agricultura extranjera que «nos lleva el dinero y no adelanta la nuestra». Por todo ello, las cuestiones agrarias tienen para él una cuestión primordial y subraya una y otra vez que hay que instruir a la juventud en la agricultura. También considera que hay que conseguir para la agricultura insular una dinámica de fortaleza, manteniendo los cultivos tradicionales y no permitiendo que estos caigan en el abandono, e introduciendo otros nuevos más rentables.

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