Como en otras disciplinas, también en el campo de la edición mantuvo Andrés Sánchez Robayna una actividad constante, construida mediante objetivos en los que cada paso dado debía modificar o precisar el espacio cultural previo. Ubicar en contextos adecuados, definir espacios expresivos, transformar la tradición o la percepción de lo moderno, dibujar mapas renovados en los que insertar el objeto de estudio fueron sus fines decisivos. Su trabajo como editor aspiró siempre a la renovación, la resignificación, la orientación y el enriquecimiento de lo editado. Lo más relevante de su trabajo —marca que le granjeó su gran prestigio— era esa vocación por aportar nuevos sentidos y búsquedas al objeto de su atención. Sus ediciones, por lo tanto, no sólo aportan respuestas a interrogantes muy pertinentes, sino que contribuyen a la formulación de nuevas preguntas que, a través de su trabajo, la propia tradición comienza a formularse.
En la trayectoria de Sánchez Robayna las antologías fueron herramientas útiles tanto para abordajes diacrónicos —en este sentido Museo atlántico (Interinsular, 1983) es una imprescindible y probablemente todavía no superada antología de la poesía canaria a lo largo de la historia— como sincrónicos —en Paradiso: siete poetas (Ediciones Syntaxis, 1994) incorporó a ese mismo ámbito una nueva generación de poetas. Otras muestras de lírica insular imprescindibles hoy son: Alonso Quesada (Plaza y Janés, 1981), Emeterio Gutiérrez Albelo (Ediciones La Palma, 2005) o Vicente Marrero (IECAN, 2016). Pero sin duda es Las ínsulas extrañas (Galaxia Gutenberg, 2002), trabajo preparado junto a José Ángel Valente —a quien antologó en El fulgor (Círculo de Lectores – Galaxia Gutenberg, 1998)—, Blanca Varela y Eduardo Milán, su proyecto editorial más ambicioso, al considerar de modo unitario la realidad poética de la lengua.
No podemos olvidar colecciones de la mayor relevancia como la de clásicos del IECan, en la que rescata, entre 1981 y 1994, textos muy significativos de la tradición insular, o la Biblioteca Canaria de Bolsillo, que entre 1983 y 1988 logró la edición, con estudio y notas, de veintisiete títulos que componen un canon de la literatura hecha en Canarias. Por último, cabría mencionar la colección Tierra del poeta, editada al alimón con Eugenio Padorno.
Otros volúmenes de enorme relevancia, por sus aportaciones críticas, son Poesía hispánica contemporánea (Galaxia Gutenberg, 2005) o, para el mismo sello editorial, el Diario anónimo de José Ángel Valente (2011). También la edición de obras completas: Domingo López Torres (con C.B. Morris, 1993), Tomás Morales (Mondadori, 2000), José Ángel Valente (Galaxia Gutenberg, 2006-2008) y Alonso Quesada (Visor, 2025). Desde 2002 colaboró con Manuel González Sosa, con la colección Las Garzas, en la edición de su poesía completa.
Resulta imprescindible dedicar unas palabras a una de las grandes pasiones de Sánchez Robayna: la edición de revistas culturales. Merecerían atención Literradura (Barcelona, enero-diciembre de 1976), revista «juvenil» de gran madurez, integrada en los códigos de la neovanguardia; el suplemento Jornada Literaria (Tenerife, 1980-1985), casi una revista por sus contenidos y sus formas de abordar la cultura; Revista Atlántica del CAAM; Can Mayor, compuesta a dúo con Francisco León, o el Boletín del Taller de Traducción Literaria (BTTL). Pero si hay una publicación que destaca por su importancia, por su capacidad de magisterio, por su radicalidad creativa y crítica, por su posicionamiento frente a la vulgarización de la cultura española —percibida ya en la década de 1980—, esa es Syntaxis. Sus treinta y un números publicados en Tenerife entre 1983 y 1993 se han convertido, con el paso de los años, en una lectura imprescindible e inevitable para cualquier creador contemporáneo.


