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lunes 21 de abril de 2014 - 13:33 CEST
En estos años destacan por encima de todas las demás, las obras de Soligó, Jano, Mac y las del grupo de ilustradores conocido bajo la sigla MCP, formado por Ramón Martí, Josep Clavé y Hernán Picó. Todos constituyeron una generación de ilustradores que, a cambio de remuneraciones paupérrimas, trabajaron con ahínco para sobrevivir de su arte con dignidad.
Nadie pudo competir con Soligó durante la posguerra. Influido en sus inicios por la obra de Renau, pronto dio muestras de un brío creativo sin par. Su exquisito concepto del color «y sus indagaciones espaciales, oponiendo dramáticamente distintos planos, producen unos contrastados programas de encendida intensidad». Todavía hoy sus diseños, incendiados por sus llameantes coloridos, son únicos y muy apreciados internacionalmente.
La especial maniera de la producción del colectivo MCP estaba basada en una huida, siempre que fue posible, del burdo realismo y de la estandarización. Desde luego sus obras nunca fueron radicalmente experimentales porque las necesidades de la comunicación publicitaria no siempre propiciaron la transgresión y la ruptura, pero los impulsores de Esquema se convirtieron, en cierto sentido, en herederos de ese espíritu vanguardista que caracterizó la obra de Antoni Clavé en los años previos a la Guerra Civil española.
Claridad, sencillez y comprensibilidad. Estos fueron los postulados estéticos de Mac. Y sobre esta base, tratando de sacar partido de sus cualidades innatas para el dibujo y el color, abordó sus diseños adaptando el cartel a la pintura artística. Para él no existían grandes diferencias entre un campo y otro. El cartel de cine no era más que una obra de arte con un objetivo muy definido. Puede que los mensajes que transmitieran fueran distintos pero sus medios expresivos eran para el diseñador de Reus exactamente los mismos. Gracias a sus pocos convencionales modos creativos, de una simplicidad gráfica sorprendente, consiguió dejar atrás el sobrexplotado esquema estrella-rostro. Empeñado en la búsqueda de la originalidad, Mac siempre es él mismo, siempre es distinto.
Como artista, el madrileño Jano se forjó a sí mismo, aprendió el oficio observando con detenimiento el trabajo de los otros profesionales. Tropezando y rectificando creció como cartelista, aprendiendo a medida que avanzaba. A pesar de su condición de autodidacta, consiguió depurar un estilo personal, fácilmente reconocible, capaz de adaptarse a los distintos géneros sin dejar nunca de ser él mismo –«algo que le diferencia de la mayoría de los cartelistas» y que destacaba por su extraordinaria habilidad con el dibujo, su capacidad para memorizar los rostros de las estrellas y su destreza en el empleo del color.
«El secreto del cartel no está solamente en saberlo pintar o en saberlo dibujar muy bien. Hay que tener algo que yo he conseguido a base de mucho tiempo de dedicación, y es que el cartel tiene que ser una mancha de color. ¡Pinta lo que tú quieras! Pero el cartel tiene que entrar por los ojos. A cincuenta metros tienes que darte cuenta de lo que el cartel significa y que, al mismo tiempo, te de la idea de lo que puede ser la película. El cartel para mí es algo tan particular que creo que hay pocos que sepan expresar en un solo motivo, en dos… en tres como máximo, lo que quiere decir la película; ¡y con una mancha de color que te llame la atención a una distancia de cincuenta metros!»
(Mac)
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