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lunes 21 de abril de 2014 - 13:35 CEST
Estos diseños especiales, que hoy en día pueden alcanzar precios desorbitados en el mercado del coleccionismo, «poseían una aureola casi mística a los ojos de las gentes, pero su mayor virtud consistió en extremar el simbolismo de aquello que la silueta encerraba. Sublimarlo».
Ahora es difícil imaginar el impacto social que alcanzaron algunos estrenos cinematográficos durante toda la época dorada del cine clásico. Para algunos de estos acontecimientos sociales las campañas de promoción se apoyaron en unos folletos únicos e irrepetibles que, con formas poco corrientes inspiradas en motivos significativos de los filmes, se alejaban del habitual planteamiento rectangular del programa/cuadernillo y dejaban campo libre a la imaginación. Para Francisco Baena, este formato de publicidad cinematográfica tiene su punto de arranque en el año 1922. La variedad de formas que presentaron a lo largo del tiempo fue innumerable. Los hay que funcionaban como pequeñas puertas y estructuraban sus portadas e interiores de manera tal que permitían atisbar su interior sin necesidad de abrir el folleto. Hay otros que, utilizando una vieja estrategia publicitaria, juegaban con la curiosidad del espectador y en sus portadas apenas hay elementos que posibiliten adivinar, con el primer golpe de vista, el contenido del argumento de la película; enseñan algún elemento o simplemente lo camuflan.
También hay prospectos de cine móviles, al menos lo son en alguno de sus componentes, casi siempre los brazos. En la mayoría de las ocasiones un elemento emblemático de la película es el que modela el perfil del programa. Cuando esto ocurre, la creatividad de los publicistas no tiene límites. A veces se recorta sobre el vacío la silueta de uno o varios personajes, también puede recortarse la línea del cielo de una ciudad art decó como en La reina de Nueva York (Nothing Sacred, William A. Wellman, 1937). En otras ocasiones adquieren forma de objetos como cajas fuertes, libros, plantas, instrumentos musicales, pasaportes, letras de cambio, billete, discos, sombreros mejicanos, armas varias, una guillotina revolucionaria, escudos, la caldera ardiente de un barco o todo tipo de medios de transporte como globos, aeroplanos, portaaviones y hasta platillos volantes.
Una última modalidad eran los programas que, gracias a las posibilidades que ofrecía el troquel, se pueden considerar como recortables. En un principio solían tener un formato rectangular y alrededor de las figuras o motivos se disponían los pertinentes puntos que señalaban el camino que había que seguir con la tijera. En cierto modo cumplían un doble papel, uno eminentemente publicitario y otro más bien recreativo.
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