El congreso internacional dedicado a Pedro García Cabrera que se ha celebrado en La Gomera fue clausurado ayer, jueves 13 de octubre, con una conferencia dictada por Maisa Navarro, del departamento de Historia del Arte de la Universidad de La Laguna. La investigadora relató la actividad del poeta como consejero del cabildo de Tenerife durante la 2 República. Es una faceta poco investigada que de abordarse con rigurosidad sin duda aportaría más luz sobre el pensamiento del escritor, ya que como servidor público intentó poner en marcha muchas iniciativas relacionadas con conceptos éticos y estéticos presentes en su obra.
Maisa Navarro hizo extensiva esta necesidad investigadora a toda la generación política de la república, cuya memoria está aún pendiente de restitución. A juicio de la investigadora, no se podrá hablar de normalidad democrática asta que a obra política y cultural de ciertos personajes represaliados y casi en el olvido no sea abordada desde la historia y sus contribuciones justamente valoradas. Esta aspiración no se plantea con «revanchismo», sino desde la convicción de su necesidad social.
La ponente relata que consultó las actas del cabildo correspondientes a los dos años y medio en los que García Cabrera sirvió como consejero a partir de de 1931. En esos documentos, hay numerosas notas de puño y letra del poeta que no han sido reveladas públicamente, en las que pueden rastrearse rasgos de su ideología y, lo que es más importante, el modo en que trató de materializarla.
En ese sentido, Navarro señala que fue un político organizado y con las ideas claras, hasta el punto de comparar su actitud con la de un ingeniero. Es frecuente que en las anotaciones hubiera instrucciones indicado a sus compañeros de corporación cómo actuar en determinados asuntos. Lo sorprendente de ese rigor es que provenía de una persona con apenas 26 años, que abordó con arrojo una actividad compleja.
En su quehacer político, García Cabrera deja traslucir su adhesión a un concepto muy en boga en la época, la «supersensibilidad social». Su iniciativa más conocida fue la propuesta de construcción de viviendas baratas para obreros. El cabildo llegó a comprar tres solares con esta finalidad y hubo otros tantos proyectos. Un de ellos llegó a ejecutarse por el arquitecto Marrero Regalado, aunque finalizó ya en el franquismo, lo que explica que fuera denominado «barriada de la victoria».
En sus escritos también señala la necesidad de construir un gran hospital insular complementado por una red de centros asistenciales, asunto aún actual. También se ocupó de mejorar las escuelas públicas y, en especial, propuso aumentar la atención a los niños asilados: pidió que dejaran de lucir la cruz que los identificaba como tales, que un vagón del tranvía los llevara a vacunar y que en los asilos se erigieran escuelas, incluyendo una para niñas, cosa que no se hacía en esas fechas.
El patrimonio etnográfico también ocupó su interés, pues propuso un reglamento para a conservación de restos de aborígenes que pudieran encontrarse, premiando a quien los hallara y derivando su estudio a determinados investigadores de contrastado prestigio.
Su interés por la poesía queda patenten las ediciones que compró a poetas arruinados. Navarro señala que en los documentos que justifican tales adquisiciones García Cabrera emite juicios «que no tienen desperdicio», del tipo «tal obra no posee interés artístico, pero merece la pena apoyar a quienes se dedican a estos menesteres».
