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Análisis de la insensibilidad maternal

jueves 11 de enero de 2018 - 13:06 GMT+0000

Una madre negligente es aquella que no cubre las necesidades básicas de sus hijos. Si bien años atrás estas necesidades se referían tan solo a la alimentación y cuidados básicos, hoy abarcan también la salud, la alimentación, la vestimenta, la educación familiar y la estimulación en el hogar. La negligencia está considerada como maltrato infantil, aunque sea por omisión, y corresponde a un 75% de los casos de maltrato; es por tanto el tipo más frecuente.

Esta baja atención materna a las señales del niño hace que éste entre en un ciclo de hipoactivación, en el que tampoco responde a las escasas señales emocionales de la madre, con lo que el vínculo de apego que el niño establece es de tipo inseguro. “El apego inseguro es una de las bombas de relojería retardadas que estallan en la etapa adulta. Estos niños pueden tener un retraso severo en su desarrollo y presentar vulnerabilidades psiquiátricas”.

Mª José Rodrigo e Inmaculada León son las investigadoras principales de este proyecto financiado por el MINECO. En él estudian a las madres, “generalmente porque es la figura que suele estar más cerca de los hijos, y a la que más acceden los servicios sociales”. Pero además, “tradicionalmente se ha entendido que la madre es la que tiene el carácter de apoyo biológico más fundamental en la crianza”, explican, lo que no quita para que puedan encontrarse estos elementos de negligencia, o incluso de abandono total, en la figura paterna correspondiente.

Las investigadoras de la ULL, pertenecientes a la Sección de Psicología, están analizando los orígenes de esta función maternal y la razón por la que estas madres no parecen inmutarse ante el llanto de sus hijos o ante la petición de cariño y atención que demanda cualquier bebé. “Sabemos que muchas de las madres negligentes han sido a su vez hijas maltratadas y este hecho puede abordarse en la investigación desde varios  enfoques”. Por un lado, desde un enfoque más psicosocial o familiar, ya que en ciertos entornos hay bastante estrés social, y algunos contextos educacionales o de interacción con los padres pueden producir las alteraciones neurológicas que favorecen la insensibilidad parental.

“Pero también podemos optar por un punto de vista más biológico, que ha tomado gran parte de la investigación actual”, prosiguen Rodrigo y León. Hoy se sabe que los traumas del entorno psicosocial pueden generar cambios epigenéticos en los individuos y producir la expresión de ciertos genes perturbadores del funcionamiento normal o la inhibición de genes protectores, y esas alteraciones se pueden transmitir a generaciones siguientes. “Es decir, que podría hablarse de una transmisión generacional de los traumas, generando el escenario de alteraciones neurológicas y fisiológicas que sustentan el maltrato a la infancia”.

En la investigación, una vez identificadas las madres con negligencia severa por los servicios sociales de los ayuntamientos, se trata de encontrar un grupo equivalente de madres con un perfil sociodemográfico similar que sirva de grupo de control, que es el que va a permitir determinar, sometidos ambos grupos a una serie de tareas experimentales o exploraciones por neuroimagen, las posibles respuestas diferenciales cognitivas o conductuales, o alteraciones neurológicas que caracterizan al grupo de estudio.

Entre las situaciones experimentales seleccionadas por las investigadoras de la ULL, la que ha mostrado una conducta diferencial más marcada entre los grupos de madres negligentes y el grupo de control es la expresión facial de llanto de los niños. “Las caras son el vehículo preverbal que emplean los niños para expresar el grado de necesidad que sienten”. Los padres y madres están preparados para responder de manera contingente y adecuada a esas señales, pero primero deben ser identificadas. Para ello se requiere como mínimo que ciertas estructuras cerebrales de bajo nivel, de simple procesamiento visual, estén intactas y funcionen adecuadamente.

“Pero hemos comprobado –y además está siendo un resultado bastante recurrente- que hay alteraciones neurológicas importantes en todas las áreas que están implicadas en el procesamiento de caras”, que comienza por las áreas occipitales, por donde entra la información visual, pasan al sistema límbico, que tiene que ver con el procesamiento emocional de esas señales, y luego terminan en la zona prefrontal. “Es un recorrido muy rico porque afecta a la mayor parte de las áreas cerebrales”. Las investigadoras han observado especialmente la primera parte de este recorrido y ahí es donde han encontrado una mayor cantidad de déficits o de alteraciones, en sustancia blanca como en sustancia gris en respuesta ante estímulos infantiles, lo cual indica que hay fallos estructurales y funcionales, aseguran.

“Estamos pensando para más adelante formas para poder revertir el efecto negligente, mediante técnicas que pudieran ser de neuromodulación, por un lado, porque hemos visto áreas con hipoactivación, es decir, con poca intensidad en su respuesta, pero también podríamos utilizar procedimientos más de intervención en el proceso de interacción madre-hijo, tales como la exposición a grabaciones de video donde se vean tales interacciones y empezar a trabajar elementos de identificación y de respuesta ante las señales de los niños”, arguyen.

Otro tipo de intervención podría ser el uso de la oxitoxina, que es un marcador hormonal asociado a las situaciones de afecto y de apego, y que es el desencadenante inmediato de la situación del parto. Algunas investigaciones apuntan a que esta sustancia aumenta la empatía o propicia la proximidad, así que podría en ese sentido ser una ayuda para favorecer que las madres se acerquen a sus hijos, de tal forma que lo que se produce naturalmente en el momento del nacimiento, y que promueve la recepción de señales del bebé,  pueda usarse con posterioridad para fomentar este acercamiento afectivo.

Alejadas de las relaciones sociales

¿Cómo son las madres negligentes? En general tienen una expresividad emocional muy baja, pasivas, inmersas en un proceso de anhedonia, es decir, con dificultades para disfrutar y de sentir placer en las relaciones con los demás. Se dan también problemas de memoria a la hora de estructurar la información y de recordarla después. “Todo ello hace que no estén bien preparadas para llevar a cabo una actividad tan esforzada y de tanta dedicación como es la maternidad”.

Sorprendentemente, la mayoría de ellas tienen más hijos que las madres control. La actitud negligente se desarrolla de hecho con todos los hijos, pero también pudiera ser que se acentuara con alguno de ellos. Una relación no deseada, una situación de conflicto con la pareja o un momento difícil en sus vidas puede desencadenar esta situación.

También son madres con historiales muy desgraciados, de muchas parejas que pasan por sus vidas sin mayor fundamento y sin un trabajo mínimamente estable. “Llega un momento en que para ellas su única fuente de ingreso son los servicios sociales”. En los casos más severos, donde no se ha visto ninguna mejoría tras la asistencia terapéutica, les retiran los niños, y al poco tiempo se quedan embarazadas nuevamente.

Con todo, la llegada del nuevo hijo pretende ser un referente, porque quieren darle el afecto del que no han disfrutado como hijas. Sin embargo, apuntan las investigadoras, aunque pueden tener vocación de madres, por la búsqueda misma del afecto, luego les falta la disposición para dedicarse a ello.

Como en su mayoría han sido maltratadas en su infancia, se ven inmersas en otras patologías en la edad adulta. “En la muestra con la que estamos trabajando hemos detectado síntomas de diversas patologías como son ansiedad, bulimia, depresión, angustia o ataques de pánico”.

La negligencia también se da en otras capas sociales y de hecho es un fenómeno muy extendido aunque poco reconocido socialmente. Lo que sucede es que se hace mucho más visible en las madres con pocos recursos económicos, que son las que acuden a los servicios sociales, o éstos lo detectan por el descuido de los hijos. En las familias más acomodadas la insensibilidad o la desatención de los padres puede pasar más desapercibida.

Vulnerabilidad latente

Rodrigo y León, que también forman parte del Instituto Universitario de Neurociencia, han detectado cierta inhibición de las áreas visuales del cerebro, alteración que se enmarca en lo que se ha llamado vulnerabilidad latente, es decir, que lo que puede ser útil y adaptativo en un momento determinado de la infancia, como insensibilizarse ante emociones como la tristeza para autoprotegerse en un entorno hostil, puede dificultar en la edad adulta el reconocimiento y la respuesta adaptativa a esos estímulos, cuando tenga que socializar con otras personas o ser sensible a las necesidades de los bebés.

Diversos estudios demuestran que el cerebro se defiende de manera diferente según sea un tipo de maltrato u otro. “Los niños que han estado expuestos a violencia doméstica presentan mayor inhibición y reducción en las zonas visuales mientras que aquellos que han sido abusados sexualmente muestran mayor reducción y menor respuesta en las áreas somatosensoriales que representan los órganos sexuales, por ejemplo”. Por tanto, la mente y el cerebro van generando sus sistemas de protección, que en ese momento de estrés pueden ser muy útiles, pero en el futuro pueden suponer un lastre considerable que limite, como es el caso que estudiamos, el paso a una maternidad adecuada.

Las figuras paternas son en la mayoría de los casos transitorias, llevan con sus parejas poco tiempo y los niños no son sus hijos biológicos. Con todo, algunos de estos papás no están desactivados del todo como figuras afectivas, y de hecho algunos procesos de reunificación familiar han tenido éxito porque las parejas han logrado implicarse en la crianza, incluso más que las propias madres. Se trata de que desarrollen o vuelvan a recuperar la función paterna, que o bien ha estado ausente años atrás o tenía un mero papel periférico.

En casa o en la ULL

Las tareas con las que se investiga a estas madres a veces se llevan a cabo, dependiendo de lo que se explore, en las casas de las madres, en los laboratorios de la Sección de Psicología o en el Servicio de Resonancia Magnética del HUC. Las madres acuden voluntariamente, pero hay que facilitarles mucho las cosas para conseguir esa colaboración: recogerlas y trasladarlas o darles alguna ayuda económica, y así y todo a algunas se les olvida la cita y hay que posponerlo para otro día. “La misma falta de estructura horaria que tienen con los niños es la que tienen también con su vida, que casi siempre es complicada”.

Esto hace que la pérdida de posibles participantes en estos programas sea muy alta. Con todo, la continuidad en esta fase del proyecto no se ve tan comprometida porque con dos o tres sesiones puede llevarse a cabo el diagnóstico, dado que ya vienen referidas de los servicios sociales. Pero si entran en una fase terapéutica la irregularidad en la asistencia sí que puede producir menoscabo en un programa. De hecho el mantenimiento de la muestra es uno de los costos más elevados en la investigación.

Las investigadoras señalan que existe un discurso social en contra de la violencia, que está proscrita en cualquier ámbito, pero no hay un relato equivalente para el “dejar de hacer” porque es menos obvio. Esta falta de conciencia social sobre la negligencia y sus efectos puede haber influido en que la prevalencia de la negligencia permanezca siendo alta desde los años 90, mientras que el maltrato físico y sexual han ido disminuyendo con el paso del tiempo. “Esperemos que estudios  como los que se llevan a cabo por este equipo ayuden despertar la conciencia social sobre este tipo de maltrato”.

Gabinete de Comunicación


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