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De tour por Náutica

viernes 21 de mayo de 2021 - 13:41 GMT+0000

No más de seis nudos. Esa es la velocidad ideal para recoger al práctico de puerto quien asesora al capitán al atracar y salir del muelle, antes de realizar la maniobra de atraque en el dique del este del puerto de Santa Cruz de Tenerife. Una vez a bordo lo que procede es enfilar el barco en medio de la bocana (el paso estrecho de la bahía), meter 20 grados a estribor y esperar a que el buque empiece a caer.

Sin ánimo alguno de que los expertos y puristas de la náutica se lleven las manos a la cabeza, esta sería una forma bastante llana de explicar a los profanos en la materia lo que pasa todos los días en todos los puertos del mundo cuando se atraca un barco. Y aunque imaginemos que es algo así como intentar aparcar un gran tráiler de transporte de mercancías sobre una superficie que se bambolea sin parar, con olas que vienen y van, realizar una maniobra de atraque requiere de mucha ciencia, de mucha práctica y, por qué no decirlo, de mucho arte. 

Porque todas las maniobras son diferentes. Y por razones tan sencillas y obvias como no poder controlar el viento, ni el mar, ni las corrientes marinas, ni la inercia del barco. Si hay corrientes, al acercarse al puerto hay que meter más máquinas. Y no es lo mismo hacerlo con un buque de gran eslora (largura) que casi agota nuestra vista mientras lo miramos, que con uno de menor eslora, como los veleros o los barcos de pesca. 

Alexis Dionis (i) y Felipe Monzón (d).

Quienes conocen muy bien todos estos tecnicismos y técnicas porque los aprenden y practican día tras día hasta llegar a dominarlos son los alumnos de la Sección de Náutica, Máquinas y Radioelectrónica Naval de la Escuela Politécnica Superior de Ingeniería de la Universidad de La Laguna. La tinerfeña es una de las más antiguas y una de las siete escuelas de náutica que hay en España, aunque decirlo suene inevitablemente a paradoja si se tiene en cuenta que nuestro país, con 12.429 kilómetros de costa, es el duodécimo del mundo en extensión de litoral. 

Mucha costa y pocas escuelas como la de Tenerife, que saca media docena de años de solera a la propia universidad lagunera ya que fue fundada en 1786, y que es un poco la envidia de los demás centros del país. La razón la apunta el subdirector de la Sección de Náutica, Máquinas y Radioelectrónica Naval, Alexis Dionis Melián: “Puede decirse que nuestra escuela es una privilegiada. Como en Canarias hay varias navieras que operan en España, hay muy buena disponibilidad en lo que respecta a la formación del alumnado”.

En las instalaciones del centro, que pasó a formar parte de la Universidad de La Laguna en 1991, conviven 598 alumnos y 50 profesores que imparten las asignaturas de las tres titulaciones que ofrece la escuela. En el argot náutico, a lo que estudia el alumnado aquí se le llama puente y máquinas, es decir, Grado en Náutica y Transporte Marítimo, Grado en Tecnologías Marinas y Grado en Ingeniería Radioeléctrica Naval, que dejará de impartirse el próximo curso. 

Con la primera se consigue ser piloto de la marina mercante, que no capitán, y con la segunda, oficial de máquinas. Esto es todo, de momento, en la escuela, porque si lo que se quiere es pilotar determinados buques hay que ir a por el título de capitán, y eso conlleva muchas más prácticas y un máster específico que ya cuenta con todos los certificados y que, con toda probabilidad, comience a impartirse en 2022 junto al que habilita a los oficiales de máquinas a ejercer como jefes. Un escalafón más que les permitiría hacer el doctorado. Ese es el objetivo.

Otro de los logros que llegará en breve es la doble especialidad que ofrecerá a partir del curso que viene el Grado en Tecnologías Marinas: la de mecánica y la de electrónica. Importantes avances docentes que van a la par con los que la Universidad de La Laguna ha venido ejecutando en las instalaciones de la escuela de un tiempo a esta parte. No hay que olvidar que hablamos de un edificio de finales de los años 60, algo que salta a la vista nada más llegar y ser un poco observador.

Dentro de la sección

Su nombre oficial es Sección de Náutica, Máquinas y Radioeléctrica Naval. No siempre ha estado en el mismo sitio. Después de tener varias sedes, fue en 1968 cuando se ubicó en la que sigue siendo su localización actual, la avenida de Anaga, en Santa Cruz de Tenerife, mirando al mar.

Llegar es sencillo. Una vez se entra en la capital, o bien se conduce rambla abajo y se gira a la izquierda o se toma la entrada de Santa Cruz por el Auditorio de Tenerife Adán Martín hasta encontrarla a mano derecha. El centro no oculta la edad que tiene: estética setentera y cerramientos de aluminio en puertas y ventanas a los que cualquier interiorista que se precie colgaría ahora mismo el cartel de ‘out’.

Mural de César Manrique en el Salón de Actos.

Pero ya quisieran todas las facultades albergar tesoros tan preciados como las imponentes esculturas de César Manrique que anidan en el salón de actos y en el bar restaurante, ahora cerrado. En esos tiempos en los que el artista lanzaroteño dejó su sello inconfundible a partir de material de desguace, el centro se llamaba Escuela Superior de la Marina Civil.

De esa escuela setentera queda aún mucho. A pesar de la renovación paulatina de las infraestructuras, los aires de estética de fábrica industrial siguen estando presentes en el taller, donde se hacen las prácticas de máquinas. De un lado está el gran salón de suelo de hormigón con tornos, motores, piezas de barcos y maquinaria pintada de azul, donde alumnos como Ricardo Sánchez Montero, de tercer curso de Tecnologías Marinas, despiezan las máquinas y las vuelven a montar para luego volverlas a desmontar.

Sala de maquinaria

“Lo que más me gusta es ‘cacharrear’, desmontar un motor de combustión interna y volverlo a montar. Y vuelta a empezar”, dice alguien que no está en la escuela porque en su familia haya una tradición marinera larga y férrea. De padre abogado y madre secretaria, no tuvo claro qué quería hacer hasta que un amigo le abrió los ojos y, después de un primer año duro, cayó rendido a los encantos de una profesión que lo anclará irremediablemente a la mar.

En torno al mar

“A mí lo que me apasiona es lo que tengo en frente de la facultad, el mar. Es eso y no otra cosa”. Y da igual las largas temporadas navegando o los inevitables mareos, a los que ya ha puesto remedio con unas pastillas que dejan en muy mal lugar a la Biodramina. Lo que no le da igual es marcharse pronto, por eso intentará hacer las prácticas en las islas para evitar el mal trago a su madre. 

El área del taller en la que Ricardo ‘cacharrea’ (hace prácticas) es territorio de los alumnos de máquinas, pero al fondo, una vez se deja atrás un antiguo motor Rolls Royce, auténtica joya y pieza de museo, sin lugar a dudas, se llega al simulador de máquinas que conecta con el de puentes. Cualquiera que se acerque, ajeno a la escuela y carente de saberes náuticos, verá simplemente un grupo de pantallas de ordenador a un lado y al otro de una cristalera. 

Simulador de máquinas

La sala de máquinas de un buque carece de ventanas. Por eso aquí tampoco las hay. Está oscuro y a una temperatura más baja de lo normal a la que el alumnado tiene que acostumbrarse. No puede ver a los profesores, pero estos a ellos sí. Lo hacen para comprobar cómo actúan, cómo reaccionan ante situaciones cotidianas o adversas. Es una recreación de lo que van a encontrarse en la sala de control de un barco. Es, ni más ni menos, la vida real.

Aquí lo que aprenden los alumnos de máquinas es a manejar y controlar la instalación energética, térmica, la eléctrica o la hidráulica. En definitiva, la puesta punto y el mantenimiento del barco. Y los de puentes, a pesar de que su trabajo consiste en conducir y cargar un buque, tampoco pueden estar ajenos a todo este funcionamiento. Tienen que entender qué pasa para saber qué hay que hacer. La conexión entre ambos ha de ser fluida y constante.

El acceso a las cargas líquidas, como se conoce a los simuladores, se tiene en tercero, año en que comienzan estas prácticas, ahora mucho más llevaderas gracias a los nuevos simuladores con los que cuenta la escuela. “Lo potente está en el software que llevan, que antes tenía que estar asociado a los mismos ordenadores, algo que por fin ha cambiado. Ahora esto ya no es así porque se ha logrado cambiar las condiciones de la licencia tras las negociaciones emprendidas por la escuela y el vicerrectorado”, aclara Felipe Monzón Peñate, director de la Escuela Politécnica Superior de Ingeniería de la Universidad de La Laguna.

Todo este proceso ha llevado su tiempo y ha supuesto un alto desembolso económico, según explica Monzón, ya que hay solo tres empresas en el mundo que hacen este tipo de software, y a las que las universidades, siempre bajo la supervisión de la Organización Marítima Internacional (OMI), tienen que comprar las licencias. Y una de las grandes novedades en este sentido es la que se ha conseguido hace escasos meses, y que permite hacer simulaciones online, un logro que se persiguió ante la situación derivada de la pandemia de COVID-19.

Simulador de puente.

Simulador de puente.

Del simulador de máquinas se pasa al de puentes, más moderno y aparentemente más sofisticado, al menos a la vista, y donde se puede ver hasta una gaviota volando. Y no solo eso. Lo emocionante para los alumnos y alumnas de puente es que aquí son capaces de recrear cómo sería atracar un gran buque un petrolero o un gasero, y por qué no, un crucero, en el puerto de Hamburgo, en el de Nueva York o en los de Shangai y Singapur. 

Planetario sí o sí

Quien quiera hacer un ‘break’ o tomarse algo en la cafetería de Náutica ahora tiene que quedarse con las ganas. La Covid-19 tiene la culpa. Lo que sí es viable es dar un paseo por las nubes. Y para darse ese lujo lo único que hay que hacer es entrar en su magnífico planetario de 1966 que hoy en día sigue utilizándose para dar clases. Eso sin olvidar que suele ser objeto de visitas por parte de institutos de secundaria y que, junto con el planetario ubicado en el Museo de la Ciencia y el Cosmos, es el segundo de la isla.

Basta mirar para el techo para comprobar que estamos bajo una semiesfera. Aquí los triángulos son esféricos por eso se imparte trigonometría esférica, algo que no se da en otra facultad. Eso sí, se aprende a orientar el barco al norte (no hay hemisferio sur). Y por mucho que pueda parecer que la utilización masiva de los GPS haya invalidado estos conocimientos, ¿qué pasa si se estropean? Un marino tiene que saber dónde está y hacia dónde va. Siempre.

Planetario

Este planetario poco conocido alberga una verdadera joya en su interior otra más de la escuela que ya no se fabrica y que vino de la Europa del este. Si está máquina descatalogada sigue en funcionamiento es gracias al que se podría considerar su protector, el que la arregla y la mantiene, el profesor Antonio Bermejo Díaz, que ha logrado recopilar, con paciencia infinita y mucho mimo, las piezas necesarias para que siga marchando como lo hace. 

Explicar cómo funciona la sección de Náutica no es sencillo. Dista de cómo lo hacen otras facultades. Y el porqué está en las normas a las que tiene que atenerse, emanadas de la Organización Marítima Internacional (OMI), órgano encargado de regular los estudios en el ámbito internacional y la que dicta cómo ha de ser todo, desde las características de los simuladores hasta las homologaciones. “Una cosa es lo que se dice desde el Ministerio de Educación y otra lo que se exige desde el Ministerio de Transportes, que es el que maneja las homologaciones de mano de la OMI”, comentan Melián y Monzón.

La escuela tinerfeña es una de las pocas de España que posee todos los certificados profesionales incluidos en el plan de estudios de los distintos grados, algo que ha llevado tiempo y muchos quebraderos de cabeza. Se trata de 13 o 14 certificados que están asociados a asignaturas concretas, lo que implica que el profesorado debe tener cualificación específica para que Marina mercante los homologue y puedan impartir esas asignaturas.

Haciendo un cálculo mental rápido, si cada alumno que se gradúa necesita tener en su poder 13 o 14 certificaciones, las cuentas salen por miles, razón por la que este curso se ha adquirido un robot que se ocupe de estas labores puramente administrativas, liberando así de mucho papeleo, trámites interminables y, sobre todo, ahorrando tiempo al personal de secretaría.

María Jiménez, Ricardo Sánches y Eurídice Gutiérrez, estudiantes de Náutica.

La vida en el aula

En una de las aulas de aire algo retro, irremediablemente parecidas a las de la serie Cuéntame o la película Las niñas, fue donde Eurídice Gutiérrez Caraballo, alumna de tercero de Náutica y Transporte Marítimo, escuchó algo de lo que no se ha podido olvidar. Fue en su primer día de clase cuando uno de sus profesores les dijo bien claro que se miraran a la cara y que se quisieran porque en el futuro solo se iban a tener los unos a los otros. “Y es verdad, dentro de un barco solo tienes a tus compañeros, estás alejada de todo y de todos. Tu mundo es distinto al de los demás”.

Y su mundo futuro pasa por pilotar buques, y mejor si son grandes (portacontenedores o petroleros) y navegan por países lejanos para conocerlos. Hasta que llegue ese momento estudia en una escuela que es como “una gran familia”, un lugar donde nacen unos vínculos muy especiales y quizá más fuertes que en ninguna otra facultad. Aún le queda por delante acabar este año y hacer cuarto, las prácticas externas, embarcada más de 200 días en algún buque, otro año más de prácticas y el máster que la habilitaría para ser capitana. Así lo exige la OMI.

Eurídice está en esta escuela porque la mar ha formado parte de su vida desde pequeña, cuando veía a su padre pescando con su barco en Lanzarote, su isla. Siempre junto al mar, el mismo que se divisa cuando se avanza por el pasillo de las aulas, custodiado a ambos lados por unos curiosos ceniceros, casi escultóricos, que cualquier decorador querría incluir en algún proyecto ‘vintage’.

Todos al agua

Es entonces cuando se ve el mar en toda su plenitud. Aunque el día está gris y hace viento es fácil comprender por qué los viernes son una auténtica fiesta, la fiesta del agua, la fiesta de las prácticas, que se desarrollan desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde. Ese día se hacen las prácticas de seguridad, comunes a los dos grados (puente y máquinas). Y a los alumnos les encantan.

Toca a profesores y alumnos meterse en el agua fría, pero antes hay que ponerse el traje de neopreno que está en un cuarto anexo al muelle, y que es enorme y pesado como un plomo. Da igual que la persona que se vaya a embutir en él sea delgada o menuda. Son los homologados por la OMI, así que hay que llevarlo sí o sí. La ventaja es que además de evitar que uno se quede pajarito a causa del agua fría, se queman calorías extra se quiera o no. Y eso es un plus.

Instante de las prácticas en el agua.

En el pequeño muelle no solo se hacen prácticas. Es también el lugar idóneo para desarrollar proyectos de investigación, como uno de los tres que están en marcha ahora mismo, y que consiste en instalar un motor eléctrico a un barco cedido por la Corporación de Prácticos de Puertos de Tenerife. Y para eso hay que cacharrear, e investigar. Dos en uno.

Ni si quiera este escenario relajante y tranquilo se libra de la terrible huella Covid. Basta con alzar la vista desde el muelle para ver cuatro grandes barcos que quedaron fondeados en el litoral chicharrero durante el confinamiento. Como no hay demanda de turistas, les resulta más costoso moverse que quedarse anclados. Por eso permanecen aquí. Navegar cuesta mucho dinero, y más para estos barcos, grandes buques que mueven más de 1.000 tripulantes.

Son, quizá, los barcos en los que María Jiménez Barrera, alumna de segundo curso de Náutica y Transporte Marítimo, querría navegar algún día. O no. “La verdad es que me gustaría estar donde esté mi trabajo. Lejos o cerca. Soy consciente de que si me surgiera la posibilidad de irme fuera de las islas no querría desaprovecharla, pero tampoco descarto quedarme aquí”.

Ella, que se plantea tímidamente ser capitana cuando llegue el momento a pesar de la “gran responsabilidad” que eso supone es parte del 25% de las mujeres que cursan puente. En máquinas la cifra se reduce a menos de la mitad. Solo alcanzan el 10%. Siguen siendo profesiones en las que la balanza, de momento, no se inclina demasiado hacia el lado femenino.

Otro momento de las prácticas.

Y para entenderlo hay que remontarse 42 años atrás cuando, una vez entró en vigor la Constitución española de 1978, se levantó el veto a las mujeres. Hasta entonces estos estudios eran exclusivos de los hombres, pero poco a poco la mujer comenzó a incorporarse a las profesiones marítimas. Una de las que abrió paso fue Mercedes Marrero, la primera en traspasar las puertas de la escuela tinerfeña para licenciarse en Náutica y Transporte Marítimo. 

Una década más tarde, Marrero se convirtió en la primera mujer canaria en obtener el título de capitán de barco en España, algo a lo que también aspira María. Pero algún día. A causa de un error administrativo no pudo formalizar su entrada en Psicología y acabó en Náutica. “Me alegro de que nunca les llegara mi matrícula porque he descubierto una carrera que me apasiona. Me encanta el mar y me encanta mi facultad. Hay una diferencia en el trato entre compañeros respecto a otras. Siempre estamos dándonos la mano”. Y es que algo debe tener esta profesión, además del amor por el mar, para que enganche de esta forma. 

Gabinete de Comunicación


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