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Una red (más) para la igualdad  

jueves 15 de julio de 2021 - 12:25 GMT+0000

Podría decirse que Cabo Verde es con diferencia el país africano más europeizado de todos. El abandono de la extrema pobreza y su estabilidad económica y política han encumbrado a este archipiélago de 4.000 kilómetros cuadrados hasta convertirlo en un destino turístico seguro. Ni más ni menos que un ‘pequeño Caribe africano’ que hasta 2019 (en la era pre-COVID) recibía más de 800.000 turistas anuales.

Puede afirmarse, también, que el archipiélago caboverdiano había tomado ya, hace pocos años, las riendas de la igualdad. En 2015, y de acuerdo a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (Agenda 2030) trazados por la ONU, se comprometía a impulsar un plan nacional, un paquete de medidas con una ley contra la violencia de género y más dinero público para las políticas de igualdad. Nacía entonces la Red CIMPI, Redes de Cooperación Interuniversitaria Canarias África: investigación, innovación y evaluación desde metodologías colaborativas en políticas de igualdad, un proyecto de investigación financiado por el Gobierno de Canarias a través del Fondo Social Europeo (FSE), que cuenta con el apoyo y asesoramiento del Cabildo de Tenerife, la Fundación General de la Universidad de La Laguna y la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología.

“Es un proyecto bastante particular porque no ha habido unos objetivos preestablecidos ya definidos inicialmente. Siempre bajo la premisa del respeto a la diversidad cultural, lo que hicimos fue fijar una serie de retos y propuestas a realizar, utilizando metodologías participativas para poner en marcha políticas de igualdad, algo que se consiguió con grupos de trabajo” comenta María Inmaculada González. Profesora, experta en cooperación educativa internacional e investigadora de la ULL, González es quien coordina este proyecto transversal y multidisciplinar  que en octubre llega a su fin, aunque con el firme propósito de que se prorrogue e, incluso, de ir un paso más allá: ampliar la red a otros países africanos ‒como Senegal y Gabón, con el que ya han comenzado a entablar relaciones‒ algo que si llega a producirse abordará junto al resto del equipo, las investigadoras y también profesoras Sara García Cuesta, Matilde Díaz Hernández y Carmen Ascanio Sánchez.

Las cuatro integrantes del equipo motor reconocen haber trabajado mucho estos años para tejer concienzudamente las bases de esta red internacional que, sin duda, ha sido el auténtico empuje con el que poder engrasar la máquina de la igualdad en África. Ese era el reto principal, consolidarla para comenzar a trabajar, algo que no fue nada fácil, aunque llevaban cierta ventaja al conocer ya el terreno sobre el que iban a moverse.

Sara García y Carmen Ascanio

Igualdad ma non tropo

Tal y como apunta Carmen Ascanio, responsable del grupo de investigación Migraciones, género e identidades. Análisis y evaluación de políticas (MIGEID) de la Universidad de La Laguna, todos los miembros del equipo conocían previamente los contextos africanos y de igualdad. “Eso era una ventaja, pero hay que tener en cuenta que partíamos de un diagnóstico con datos no desagregados, un verdadero problema a la hora de saber qué representación hay en los distintos ámbitos universitarios”.

Si se pasa un escáner exprés a las políticas de igualdad de Europa y África es más que evidente que el viejo continente, precursor y abanderado del estado del bienestar, es un marco de referencia potente en lo que respecta a la promoción de la igualdad entre hombres y mujeres. Sin embargo, escarbando un poco basta con mencionar que la CRUE, la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, empezó a tener información estadística desagregada por sexos a partir de 2005. Las dos universidades públicas canarias, la ULL y la ULPGC, comenzaron a manejar la desagregación en 2007.

A pesar de los pasos de gigante dados en los últimos años, las diferencias de género son unas de las desigualdades más arraigadas y afectan a la mitad de la población del planeta, tal y como aclara el Informe sobre Desarrollo Humano 2019, que lo califica como uno de los mayores obstáculos a los que se enfrenta la humanidad. Los hechos son más que contundentes: cuanto mayor es la cota de poder, más amplia es la brecha en términos paritarios, que en el caso de las jefaturas de estado y gobiernos alcanza el 90%. Y las universidades no son una excepción.

En las universidades africanas hay, por así decirlo, tres niveles, explica Sara García. “Mientras hay universidades que sí tienen avanzados los planes y las medidas específicas para la implementación de las políticas de igualdad, hay otras donde se están empezando a dar los primeros pasos, como la elaboración de cartas de igualdad y el diagnóstico o evaluación de datos estadísticos para ver dónde están las mujeres. Luego hay un tercer nivel de países donde está empezando a arrancar esa necesidad de visibilizar las desigualdades de género, pero todavía de forma muy incipiente”.

Y esos tres niveles (argumentos) son precisamente el motivo por el que se trabaja en red, porque así unas universidades pueden ‘tirar’ de otras, compartir experiencias y desarrollar actividades que, si han funcionado en un país, pueden hacerlo también en otros, siempre tras la consiguiente adaptación a las circunstancias específicas de cada uno. Por eso es tan importante “reflexionar y dimensionar la diversidad de género en los distintos contextos”, añade la experta.

Punto de partida

La forma de vida en África es diferente. Los recursos y sistemas de organización, junto con el manejo de los ‘tiempos’, también. De ahí que uno de los principales hándicaps con los que se

Carmen Ascanio e Inmaculada González

tropezaron fueran las distintas culturas organizativas de las administraciones africanas. Y la pandemia de COVID-19 no ayudó, aunque sí puso sobre la mesa lo práctico que podía llegar a ser el WhatsApp para trabajar en red. Las debilidades se convirtieron en fortalezas.

“Las africanas nos insistían en ver que los procesos de igualdad en estos países tienen sus propios ritmos ‒aclara la coordinadora de la Red CIMPI, Inmaculada González‒ los recursos no son los mismos y la mentalidad no es la misma. Hay una forma de acercarse a las cuestiones de igualdad de género muy respetuosa pero también muy contundente”. Pese a que se pueda pensar lo contrario, en la mayoría de las universidades africanas hay más mujeres que hombres, y es muy frecuente verlas paseando por los campus. Son mujeres de clase media. Si hablamos con cifras estimativas, alrededor del 30% del alumnado es femenino, con la gran excepción de Cabo Verde, que acaricia el 60%, una situación que supera incluso a la de España, donde las mujeres matriculadas representaban el 55,6% (datos provisionales publicados por el INE en agosto de 2019) en el curso académico 2019/2020.

“No tenemos datos exactos aún. Se trata de universidades públicas y las clases pudientes van a las privadas o a Europa. Estas mujeres son de clases medias emergentes, porque las de clases bajas no tienen acceso a la universidad”, precisa Carmen Ascanio, quien añade que mientras en Cabo Verde y Marruecos se ha apostado por una fuerte inversión estatal en lo que respecta a la educación universitaria, las de Mauritania y Mali son universidades públicas con “bastantes carencias”.

Lo cierto es que exceptuando a Mauritania, Cabo Verde, Mali y Marruecos cuentan con organismos e instrumentos de igualdad, aunque en el caso de Mali “no han funcionado”. En Marruecos, la red CIMPI sirvió para impulsar y oficializar la carta por la igualdad que estaba completamente estancada. Es un hecho que la pertenencia a una red como esta favorece la fluidez y funcionamiento de los mecanismos de igualdad. “Sin lugar a dudas, la red ha sido un empuje en todas esas universidades. Cabo Verde no solo se ha lanzado a elaborar su plan de igualdad, también ha puesto en marcha otras actividades tras conocer y realizar las que hemos hecho en red, y Mauritania ha impulsado un máster en materia de género”, explica Matilde Díaz, profesora del Departamento de Psicología Cognitiva, Social y Organizacional de la ULL y experta en intervención y mediación familiar.

“Hay instrumentos, hay fondos, pero el problema está en destinarlos luego a las políticas de igualdad”. Pese a todo, coinciden al unísono las cuatro expertas, “las universidades africanas poseen muchas fortalezas, y ese es el camino que hay que seguir a pesar de las dificultades”, a pesar del freno que supuso la pandemia para el proyecto y de la falta de recursos digitales del alumnado africano, que mermó, en cierto modo, la trasferencia de conocimientos a la sociedad.

Matilde Díaz, primera por la izquierda, y resto del grupo

Diagnóstico y acciones

Hace muy poco que han concluido las acciones de este proyecto en el que participan 28 personas, entre investigadores y profesores de cinco países y seis universidades públicas. A falta del diagnóstico final, en el que se trabaja ahora mismo para que pueda hacerse público en octubre, aún queda una última reunión en septiembre. “En dos meses nos volveremos a encontrar, pero ya entramos de lleno en las publicaciones. En estos momentos estamos trabajando en la grabación de un vídeo divulgativo y en el diagnóstico y evaluación final”, dice la coordinadora de la Red CIMPI.

Entre lo que se encontraron en los inicios y lo que se ha conseguido tras estos años hay una mejoría y diferencia más que notables. Desde la identificación de los desafíos comunes ‒en los que la falta de datos, formación e implicación en políticas de igualdad se situaban en cabeza de la lista‒ al primer encuentro internacional celebrado en la Universidad de La Laguna en 2019 y a las jornadas de trabajo más recientes, donde se reclamó una mayor dotación presupuestaria destinada a las unidades de igualdad de los dos centros canarios, que trabajarán conjuntamente en este ámbito a partir del próximo curso académico.

Un reto más que rema a favor de la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, que no es tan, tan diferente en África y Europa. “En las últimas jornadas me sentí muy identificada con la coordinadora de Mali ‒dice la doctora en Sociología y exdirectora de la Unidad de Igualdad de la ULL, Sara García‒ cuando comentaba que en los proyectos de investigación las mujeres siempre están en la retaguardia para que las cosas funcionen, pero las caras visibles continúan siendo las de los hombres”. Algo que corrobora Matilde Díaz: “España es un país donde las mujeres profesoras no rompen el techo de cristal. La trayectoria para llegar a ser IP (investigador principal) en proyectos o conseguir sexenios de investigación requiere bastante tiempo y dedicación, y por eso muchas profesionales no pueden acceder, porque tienen cargas familiares, barreras externas derivadas de la labor de los cuidados”.

La reflexión que hacen estas cuatro investigadoras en torno a la condición femenina, a la lucha por mutilar el machismo, por conseguir, sencillamente, ese equilibrio de oportunidades entre hombres y mujeres que parece no llegar nunca, es que es mejor hacerlo juntas, en equipo, compartiendo y reflexionando. En definitiva, es mejor hacerlo en red. Reconocen que esta red, la Red CIMPI, que surgió como una iniciativa de su grupo de investigación, y a la que queda mucha vida por delante, las ha empoderado aún más. “Es incuestionable que ha tenido un efecto multiplicador. Creemos en lo que estamos haciendo, en la posibilidad de cambiar las cosas. Esta es una lucha común y colectiva”, dice Carmen Ascanio.

Y en esa lucha común y colectiva por los derechos de la mujer, las barreras son similares. Da igual que se esté en Europa, en América o en África. Da igual que se pertenezca a un colectivo social o a otro. “Sigue sin ser fácil avanzar, pero a pesar de las dificultades, de las piedras en el camino y de las diferencias, hay que continuar”. Porque el desarrollo humano no es posible sin la igualdad de género.

Gabinete de Comunicación


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