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Cómo ser medievalista en el siglo XXI

viernes 13 de mayo de 2022 - 12:08 GMT+0000

“¡Vamos, Adso! Estos son juegos para nosotros, que somos hombres de doctrina. Los simples tienen otros problemas. Y fíjate que nunca consiguen resolverlos. Por eso se convierten en herejes (…)” le dice el monje franciscano William de Baskerville a su pupilo y novicio Adso de Melk ‒a propósito de la lucha contra la herejía‒ en una abadía benedictina de los Apeninos a la que llegan en 1327 para resolver varios crímenes que hacen saltar por los aires la tranquila y opaca vida monacal que Umberto Eco recreó magistralmente en su novela más vendida: El nombre de la rosa (Il nome della rosa).

Sin lugar a dudas, no hay un escenario más medieval: un monasterio entre tinieblas, rocas escarpadas y árboles tenebrosos; una gran y espléndida biblioteca, puro objeto de deseo; un libro envenenado que debía permanecer oculto y oscuros secretos que guardan monjes de aspecto siniestro y hasta puede afirmarse que terrorífico. Una atmósfera excepcionalmente ambientada con la que el filósofo y escritor italiano quiso trasladar al gran público su amor incondicional por esta etapa de la historia, que no se conoce precisamente por su luminosidad, sino por su oscurantismo, opresión y barbarie.

Sin embargo, pocas cosas hay más luminosas y bellas que una catedral gótica, asegura Roberto González Zalacaín, profesor del Departamento de Geografía e Historia de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Laguna, experto en la Edad Media (y para ser más concretos en el bajo Medievo) que reconoce que ese es un “tópico” que se arrastra desde que los hombres del Renacimiento se ocuparon de pregonarlo a los cuatro vientos para diferenciarse de sus predecesores. “Nos han dicho siempre que todo lo anterior era horrible y que con ellos llegó la luz. No podemos afirmar que en la Edad Media la vida era maravillosa, pero si lo analizamos detenidamente, sí podemos decir que ese periodo es igual de oscuro que cualquier otro”.

Sobre dragones, caballeros y princesas

Sin intención alguna de idealizar esta etapa de la historia que se prolongó durante 1.000 años (desde el siglo V al XV) y que habita en el imaginario popular con imágenes de princesas atrapadas en almenas de castillos impenetrables, caballeros oscuros, dragones echando fuego sobre aldeas atestadas de mendigos y gente mísera, brujas quemadas en la hoguera y cruzadas sangrientas, González aboga siempre ante su alumnado por eliminar ese carácter negativo que el Medievo sobrelleva como un auténtico lastre: “No es ni mejor ni peor que otras épocas, algo que trabajamos mucho en la facultad, porque ese cliché tan extendido, a día de hoy, sigue funcionando”.

No solo considera incierto que todo fuese oscuro, aspecto en el que coincide con muchos historiadores españoles, quienes han reclamado en varias ocasiones que ese periodo deje de asociarse con el oscurantismo y la barbarie, sino que precisa que, en cierta forma, se ha convertido “un poco en el cajón desastre” al que se atribuyen acontecimientos que en realidad sucedieron en otras épocas. Porque ni la quema masiva de brujas fue en la Edad Media, sino en el siglo XVII, ni la peste negra es exclusiva de este periodo histórico, que por otra parte es muy extenso, ni las muertes en las batallas medievales igualan a las desoladoras cifras de muertos registradas en la Segunda Guerra Mundial.

Este medievalista convencido, especialista en un periodo fascinante que ha inspirado novelas varias, películas como Camelot o Robin de los bosques y series aclamadas como Los Borgia o Juego de tronos, habla de un periodo “exclusivamente europeo” ‒ en África, Asia y América pasaban otras cosas y las dinámicas sociales y políticas eran distintas‒ en el que comenzaron a sentarse las bases del parlamentarismo, en la que nace el humanismo cristiano y en la que empieza a fraguarse el auge de la vida urbana con una burguesía emergente que llega pisando fuerte, ya desde la baja Edad Media.

Mucho más allá de los caballeros que blandían su espada en nombre de Dios, de la Inquisición, el Santo Grial y la sumisión del vasallo ante el señor feudal, hay cosas que propiciaron la cimentación de “muchos” de los valores de la sociedad actual. “Hubo muchos cambios, de todo tipo, pero seguimos con el discurso del Renacimiento”, insiste González. Por eso explica a sus estudiantes, tanto a los universitarios como al alumnado de la ESO, al que también ha dado clases y con el que sigue en contacto como coordinador de la asignatura Historia de España en la EBAU, que la Historia no puede encasillarse. En esto no caben los departamentos estancos.

Cuando se habla de etapas históricas no solo se hace referencia a acontecimientos políticos. “Si partimos de la base en la cual la historia son solo los hechos, seguimos usando 1492 (descubrimiento de América) como el final de la Edad Media, pero si tenemos en cuenta cuándo cambia la sociedad y analizamos cómo funcionan los sistemas económicos, probablemente rodaríamos la fecha”. Un eterno debate que hace que algunos historiadores se inclinen por poner fin al Medievo después del 1500.

Las fechas son relevantes pero “hay que entender que los procesos, las etapas, son diferentes”. Lo verdaderamente importante es aprenderse las etapas razonando las explicaciones. Entonces las fechas pasan a un segundo plano y es en ese preciso momento cuando se entiende “el antes y el después” en la historia. “Yo intento, tanto antes en el instituto, como ahora en la universidad, que el alumnado conteste exámenes complejos en los que elaboren explicaciones, en los que piensen y razonen”.

Los hechos históricos en la era digital

Nadie ha dicho que sea fácil estudiar la historia. Y en pleno siglo XXI aún menos. Con la dinámica masiva de las redes sociales, el poder casi absoluto de la imagen y la economía de palabras reinante en Internet ‒donde la lectura digital cada vez se hace en menos minutos‒ comprender los conceptos históricos es todo un desafío. Y la historia necesita ser comprendida, analizada, pensada, reflexionada… En definitiva, necesita tiempo.

Que el alumnado entienda los fundamentos del funcionamiento de las sociedades en el pasado es “una cuestión muy compleja que hay que definir y delimitar”. Lo primordial en este punto, según el investigador de la Universidad de La Laguna, es tener claro cuál es la historia que se quiere enseñar en los colegios, en los institutos, en la universidad, porque “tradicionalmente” se ha asociado siempre a las fechas, a las conquistas y a los cambios y logros políticos, pero hace ya bastantes décadas que la investigación histórica tomó otros derroteros bien distintos. “Estamos utilizando herramientas de la sociología, la antropología y otras ramas de las humanidades y ciencias sociales para entender las sociedades del pasado, y no solo los acontecimientos concretos”.

De hecho, Roberto González reconoce que como hombre de historia le interesan y atraen bastante más los procesos que los acontecimientos, pero si tuviera que elegir algunos, no tendría ninguna duda al respecto: la caída de Constantinopla, en 1453 o la rendición de Granada (1492) son los elegidos por su “carácter icónico”. Y las razones están claras. No solamente son un símbolo del final de una época. También marcaron un nuevo rumbo. Señalaron el futuro.

No obstante, la legislación en educación en nuestro país no ha ayudado “demasiado” a aprender la historia de una forma diferente. A los constantes cambios en la normativa educativa que se han ido sucediendo legislatura tras legislatura en las últimas décadas se suma ahora una nueva ley, la LOMLOE (Ley Orgánica de Modificación de la LOE) que trae reformas no exentas de polémica, a imagen y semejanza de sus predecesoras. Algunas afectan al nuevo Bachillerato y, en concreto, a la asignatura de Historia de España, que a partir de ahora comenzará relatarse, no desde la Prehistoria, como se ha hecho siempre. Su inicio lo marcará la proclamación de la Constitución de 1812.

La importancia de los fundamentos

Si algo tiene de positivo para Roberto González esta nueva norma educativa es que se acerca a esa idea de apoyarse más en “los fundamentos” que a que el alumnado tenga que saberse, casi a pie juntillas, todo lo que pasó en España o en el mundo, hasta la actualidad. “Algo completamente imposible”, sobre todo si se tiene en cuenta que vivimos en el mundo de lo audiovisual, de la inmediatez, donde las nuevas generaciones de jóvenes y adolescentes lo que quieren es que se les cuenten las cosas. Y si es con un vídeo que no se alargue, mucho mejor.

En medio de toda esta realidad, para “intentar hacer cumplir la ley educativa, es decir, entender, sintetizar y redactar, hay que convencer y negociar mucho con el alumnado para que comprendan que leer es importante”. Pero apartar a Google (que lo sabe casi todo, pero no del todo) de un plumazo no es tarea sencilla. En su primer contacto con los nuevos estudiantes que han decidido que lo suyo es la Historia, González hace una presentación casi tridimensional de su asignatura de Historia Medieval Universal: desde cuáles son los contenidos que se van a abordar, en qué van a consistir las evaluaciones y cuál va a ser la metodología a emplear. Una forma de familiarizarse con el método de trabajo que va a imperar durante el curso.

“Comprendo que explicar la filosofía medieval en un nivel básico es algo pesado, pero busco la manera porque si no, puedo perder a mi alumnado. Hay que tener un poco de memoria de cómo éramos. Las actitudes de los alumnos de bachillerato o primero de carrera a veces no son tan distantes de las nuestras, los adultos, porque el medio general ha cambiado”. La cultura de masas y el “narcisismo” que campa a sus anchas en las redes sociales han ocasionado que “las opiniones individuales” hayan ido en detrimento del “análisis global”.

El estudio del pasado

Si hay una ventaja con la que cuentan los historiadores, esa es estudiar los hechos cuando ya saben cómo han acabado. Lo que viene después es una investigación pormenorizada y un análisis a conciencia para poder interpretarlos. Dar sentido a ese pasado, y en concreto a entender el mar como frontera, al vivir en islas (Canarias) que fueron conquistadas y colonizadas en el bajo Medievo, es lo que hace actualmente junto al catedrático de Historia Medieval Eduardo Aznar, responsable del grupo de investigación Castilla y el mar en la baja Edad Media, con el que dirige un proyecto sobre las transgresiones legales de las fronteras marítimas en el Medievo.

Además de ese ‒para el que prepara un encuentro final con investigadores de América y Europa que tendrá lugar el próximo mes de junio‒ trabaja en otro muy ambicioso y novedoso, centrado en la transcripción de documentos del archipiélago canario, al que se incorporó recientemente, y en el que las catedráticas de Filología Románica, Dolores Corbella, y de Historia Medieval, Ana Viñas, trabajan desde hace más una década.

“Los dos proyectos están culminándose. El de las transgresiones legales bascula sobre la idea de las particularidades que han tenido los espacios fronterizos a lo largo de la historia, algo que en el caso de la Edad Media está muy claro y estudiado, especialmente en España con el Islam. Y podemos decir que, a pesar de la pandemia, hemos conseguido cubrir los objetivos que nos propusimos. En el caso del Corpus Documental de las Islas Canarias, conocido como CORDICan, un proyecto muy original que se encuentra en una fase intermedia, trabajo en el desarrollo y despliegue de la parte de la aplicación informática, ya en fase de finalización”.

Esta labor la desarrolla en el Instituto de Estudios Medievales y Renacentistas de la Universidad de La Laguna, un centro pequeño pero “bastante dinámico” en el que una treintena de especialistas despliega sus conocimientos para investigar y publicar, y también para acercar la época medieval a la sociedad. Una de sus últimas y fructíferas aportaciones ha sido el curso online sobre la figura del Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Un abordaje histórico-literario con un acercamiento a la figura de este valiente caballero medieval, entregado en cuerpo y alma a la guerra, cuya impronta ha llegado hasta nuestros días convertida en toda una leyenda.

Las familias del Medievo

Y es que las leyendas y los mitos (y los falsos mitos también) en la época de la que se ocupa Roberto González han sido una constante recurrente desde hace siglos. Y no hablamos solo de dragones, brujas y hadas. Sus investigaciones sobre los conflictos familiares en el Medievo, base de su tesis doctoral, le llevaron a descubrir, con asombro, que no los causaba la violencia doméstica, tal y como él pensaba. La realidad de la época apuntaba a otros motivos: los económicos, y especialmente los derivados de las herencias.

Eso no quiere decir que la violencia doméstica, tal y como la entendemos hoy en día, no existiera. “La violencia de baja intensidad, la violencia cotidiana en la que el padre de familia estaba autorizado legal y culturalmente a corregir físicamente a sus hijos y mujer estaba perfectamente reconocida; no se consideraba un hecho punible”, tanto es así que no se reflejaba en los documentos. Lo que sí recogen las fuentes y testimonios que documentó en su momento (más de 1.000 referencias de pleitos) es que lo que había que solucionar judicialmente eran los problemas derivados de las herencias.

Aunque no hay demasiados testimonios al respecto, todo lo que indagó le llevó a pensar que el concepto medieval de la familia es muy parecido al actual, “casi poliédrico”: para algunos su familia son solo sus padres y hermanos; para otras personas se alarga hasta los primos y demás parentela lejana. Las familias de hace seis siglos funcionaban de forma bastante parecida a cómo lo hacen hoy en día. De hecho, esa imagen de unidad familiar con muchos hijos que puede tener mucha gente en la cabeza “no es propia de la Edad Media, no solo porque económicamente no era viable, sino porque había muchos fallecimientos de hijos al nacer y la esperanza de vida era bastante menor”.

Casi el 95% de las transmisiones de bienes en la época se realizaban dentro de la propia familia, o bien al casarse  o cuando se hacía testamento. No existía la compraventa, como ahora, que comenzó a desarrollarse con la burguesía. En Castilla, la tradición era que la mujer llevara una cantidad importante de bienes en forma de dote al matrimonio. “Por eso hay muchos pleitos, porque es el marido el que gestionaba el patrimonio, y si la mujer fallecía sin descendencia, esos bienes debían retornar a la familia de la esposa”, apunta el medievalista.

Las investigaciones de González Zalacaín no se circunscriben a la familia medieval o las fronteras marítimas, “en el que aún queda mucho campo por cubrir”, pero a buen ritmo y con un equipo multidisciplinar internacional que les permitirá ahondar en los conflictos que los límites del mar originó en los Países Bajos, Bélgica, la costa de Francia o la corona de Castilla y Portugal. El interés por Canarias, un archipiélago poco conocido en la Antigüedad, se pierde precisamente en la Edad Media, sumergiéndose en siglos de olvido. De ahí su empeño en la sociedad posconquista, por cómo se formó, sobre todo en Tenerife, isla que concentra la mayor documentación.

“Alrededor del 25% de la gente, aunque legalmente fueran súbditos, se vio obligada a vivir con unos parámetros que no eran los suyos. Los guanches eran sobre todo ganaderos, y esa sociedad mestiza que se forma, especialmente en el siglo XVI, está llena de aristas y es muy interesante”. Tanto que considera que aunque las islas no sean la cuna de un patrimonio con mayúsculas (de grandes y espectaculares monumentos que siguen el canon establecido) sí que debería reivindicarse y visibilizar más el tesoro que se esconde en sus yacimientos, parques arqueológicos y enclaves únicos.

“Es una cuestión de mirada y de conciencia, y del concepto de patrimonio que siempre me ha interesado, ese patrimonio no tan patrimonio. Es necesario recuperar la memoria de las salinas, de las fábricas, de los pozos… La gente de los pueblos tiene que tener derecho a reivindicar la importancia de su patrimonio. Y eso lo extiende al ámbito educativo: “Hay que hablar más de la historia de Canarias, de sus costumbres y de sus gentes”.

El interruptor de la historia

Si hay algo que enseña a su alumnado este profesor que ve Vikingos, una serie digna que a pesar de que no refleja realmente cómo fueron los acontecimientos sí que “reconstruye el ambiente de la época de una manera muy certera”, es que la historia no se enciende y apaga como si fuera un interruptor. No se pasa de una etapa a otra de repente. “La historia no cambia de un día para otro, son procesos. Hay cosas que cambian más rápido y otras que lo hacen mucho más lentamente”. Y lo verdaderamente importante es comprender esos ritmos”.

Para entender un proceso y cómo cambia hay que calibrar muchos elementos y la relación entre ellos, y “eso es lo que acaba forjando tu manera de pensar”. Porque si algo reivindica este investigador, que considera el ‘bajomedievo’ una época esencial para el mundo en que vivimos, es que la universidad era y sigue siendo un lugar para “adquirir conocimiento fundamental”, para aprender a pensar. Porque la sociedad necesita de la gente que aplique la tecnología, cierto, pero también de “la gente que piense en condiciones”.

Sus años de experiencia docente en la ESO, en La Laguna y la UNED, le han dejado muy claro que hay que encontrar la mejor forma para que el alumnado, su alumnado de Historia Medieval Universal, comprenda lo que estudia, entienda la historia. Una historia conectada con la realidad. La tasa de personas graduadas que encuentra trabajo una vez que finaliza sus estudios “no es inferior a la de Derecho, ni Empresariales o Económicas. Somos menos pero a corto o medio plazo todos acaban colocándose, porque el historiador es bien valorado”. Algo que explica siempre en las Jornadas de Puertas Abiertas al nuevo estudiantado.

Las salidas profesionales que ofrecen los estudios de Historia se han diversificado tanto que hay hueco para casi todo el mundo. Mucho más allá de la docencia y la investigación, la historia abre las puertas a la gestión socio-cultural, la archivística, museología, arqueología, y ofrece posibilidades en los ámbitos de cooperación al desarrollo y la mediación social. Esa imagen erudita del historiador alejado de la realidad no casa en absoluto con el siglo XXI. “El mundo de la supertecnología digital ‒apunta el medievalista de la Universidad de La Laguna‒ necesita humanistas, las grandes empresas necesitan humanistas, Google necesita humanistas. Por eso los jóvenes tienen que estudiar lo que les gusta, que siempre van a encontrar una salida”.

Gabinete de Comunicación


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