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De la retaguardia a la mayoría: las primeras universitarias de Canarias

lunes 31 de octubre de 2022 - 11:20 GMT+0000

Se enfundaba en pantalones y levita oscura, se colocaba un sombrero calado hasta las orejas para ocultar su cara y se calzaba unos zapatos masculinos de puntera. Así fue como Concepción Arenal pudo colarse en la Universidad de Madrid a mediados del siglo XIX, con un disfraz de hombre que la delató más temprano que tarde, pero que fue su improvisado salvoconducto para entrar en un mundo que, ni por asomo, se perfilaba femenino por aquel entonces.

Y aunque tras ser descubierta logró que se le permitiera continuar con sus estudios de Derecho en el recinto académico ‒esta vez ya vestida con ropa de mujer‒ eso de que pudiera moverse de clase en clase por su cuenta era algo que no estaba previsto. Las señoras fuera de casa, solas con los hombres, de ninguna manera. No existía una prohibición explícita, pero no estaba bien visto.

No lo estaba porque la universidad no estaba preparada para ellas, ni lo estuvo tampoco en 1910, año en que por fin las mujeres pudieron iniciarse en los estudios superiores en España sin tener que pedir un permiso especial (dispensa, que decían en la época) al Ministro de Instrucción Pública. Se les abrieron las puertas, sí, pero a un recinto que había sido siempre un coto exclusivamente masculino: “Había normas para que las mujeres no estuvieran solas con los hombres en las aulas. Cada día, las estudiantes solían acompañar al profesor a la sala de profesores, donde lo esperaban para poder ir con él a las clases”, dice Teresa González.

Eso era lo habitual, una separación por sexos en toda regla que imperaba en todas las universidades españolas a principios del siglo pasado, explica la catedrática de Historia de la Educación de la Universidad de La Laguna, Teresa González Pérez, artífice de una investigación en la que ha trabajado más de dos décadas con el objetivo de visibilizar a las primeras mujeres en Canarias cuya sed de conocimientos las impulsó a saltarse las normas que las encorsetaban en el estereotipo imperante de madre y esposa.

Mujeres excepcionales que han sido objeto de un estudio riguroso que abarca desde 1913 (año en que se oficializan los estudios universitarios en La Laguna) hasta 1927, un periodo perfectamente plasmado en «Transitando la universidad. Primeras universitarias en Canarias», publicado por Arenal. Revista de Historia de las Mujeres, que edita la Universidad de Granada. Un extracto de una investigación que no surgió porque sí. Fue otra anterior ‒con la que indagó en la vida de las primeras alumnas que cursaron el bachillerato en Canarias‒ la que le sirvió de inspiración y le allanó el camino.

Sus deseos de saber más sobre ellas, de cuáles fueron las que pudieron continuar sus estudios, quiénes eran y a qué situación se enfrentaron en el complicado contexto que les tocó vivir llevaron a González a continuar indagando, esta vez en los archivos históricos de la Universidad de La Laguna y de otros centros del país, una tarea en la que se embarcó completamente sola y sin ayuda, y de la que ha extraído información de lo más aclaratoria y valiosa.

“En 1913 solo se podía estudiar lo que se denominaba el preparatorio de Filosofía y Derecho (dependiente de la Universidad de Sevilla) y posteriormente el de Medicina y Farmacia, en 1917. Un dato importante a considerar es que cuando empiezan los estudios universitarios en Canarias solo hay un instituto, el Instituto General y Técnico de Canarias (actual IES Canarias Cabrera Pinto), donde tenían que venir a examinarse las personas procedentes de todas las islas”.

Un breve alto en el camino para analizar el contexto de la época da idea de lo complicado que tuvieron que tenerlo estas “mujeres atrevidas” ‒como las llama la catedrática de la Universidad de La Laguna‒ que no dudaron en saltarse los cánones estandarizados a pesar de las condiciones sociales, económicas y de lejanía en las que se encontraban respecto al resto de España. En esos tiempos Canarias solo sumaba un instituto al ya existente, y eso fue a partir de 1916, año en que se abrieron las puertas del Instituto General y Técnico, conocido como el instituto de Las Palmas.

Las señoritas bien

En los comienzos del siglo XX el archipiélago canario carecía de infraestructuras educativas; solo estudiaban las personas favorecidas por las condiciones sociales o por la riqueza. Estudiaban por vocación y también porque no tenían otra opción, en ese momento, que iniciarse en Filosofía y Derecho o Medicina y Farmacia. “Estas alumnas tenían que tener muchas motivaciones para acceder a la universidad, y no solo ellas, sino sus familias, porque no era habitual que las mujeres estudiaran, ni siquiera el bachillerato”, aclara González.

Lo que sí que había, y se estilaba, era adquirir esa denominada cultura general que toda señorita bien debía poseer, algo que se conseguía en los colegios privados. Tras los muros de las academias de señoritas las mujeres se preparaban para encarnar de la forma más digna posible ese estatus social al que no debían desmerecer. Lo hacían aprendiendo de todo un poco: música, pintura, literatura, historia y, cómo no, las labores y habilidades propias de su sexo. Al fin y al cabo, sus máximas aspiraciones sociales, de acuerdo a los roles establecidos en la época, eran contraer matrimonio y formar una familia. Y así fue hasta que las cosas comenzaron a cambiar.

Es verdad que Canarias, en este sentido, iba a la zaga de España, y nuestro país, dicho sea de paso, se quedaba a la cola de Europa en lo que respecta a la incursión de las mujeres en la universidad. Salvando las concepciones arenales habidas en el viejo continente y las pocas aristócratas que gozaron de acceso privilegiado a los estudios superiores, las señoritas bien educadas empezaron a dar pasos fuera de lo que les estaba permitido.

Más allá de lo que se enseñaba en los colegios femeninos como el que se recrea a conciencia en la serie de televisión La otra mirada, que profundiza en cómo la llegada de una nueva profesora hace tambalear una educación aferrada a la tradición ‒lo mismo que Katherine Watson (Julia Roberts) en La sonrisa de Mona Lisa en los años 50‒ las mujeres de la época comenzaban a querer zafarse sin miramientos del papel que se les había asignado hasta entonces.

Las precursoras fueron las americanas. Se iniciaron en los estudios en escuelas médicas, que en muchas ocasiones ni siquiera dependían de la universidad, pero que les permitió incursionar en ese mundo de hombres donde era inconcebible su presencia, al tiempo que sirvieron de avanzadilla a muchas otras que optaron por seguir su ejemplo en países como Suiza, Inglaterra o Francia.

Más tarde fueron Italia, Bélgica o España, donde la primera mujer que dio un paso al frente para cursar estudios universitarios fue María Luisa Maseras Ribera. Siguiendo la estela de las americanas, consiguió finalizar los estudios de Medicina, aunque los impedimentos que encontró en su camino la frenaron en su ejercicio y se tuvo que conformar con ser maestra, lo que no quita que otras muchas se decantaran por seguir su estela.

Las primeras universitarias

Una de ellas, la primera en hacerlo en Canarias, y tercera en España, ‒aunque no era de origen isleño, sino palentina‒ fue Concepción Francés Piña, en 1913, justamente el año en que se abrían las puertas de los estudios superiores en el archipiélago. Hija de un maestro, comenzó entonces a cursar el preparatorio de Derecho y Filosofía y Letras. “Las primeras mujeres que accedieron a los estudios superiores ‒explica González‒ formaban parte de familias acomodadas procedentes en su gran mayoría de la Península. Eran hijas de funcionarios, abogados, militares, comerciantes o médicos, siempre familias con una buena posición y un buen nivel cultural”.

A pesar de la buena posición de las familias de las primeras universitarias, las condiciones del archipiélago canario en esos años no eran precisamente de lo más favorecedoras a la hora de cursar estudios superiores. No todo el mundo podía trasladarse desde el norte de Tenerife, o la capital, Santa Cruz, a La Laguna, y mucho menos hacerlo desde otra isla. Y a esa carencia de medios de transporte había que sumar la de centros de estudios y, por supuesto, las desigualdades sociales imperantes. Eran muchas las dificultades a sortear.

“La mayoría de las alumnas procedía de la zona metropolitana, pero también venían algunas de municipios del norte de Tenerife, como Icod de los Vinos o La Orotava, así como de Las Palmas, Teror o Telde, e incluso de La Gomera y La Palma. Lo que no he encontrado son datos, en esas primeras décadas, de mujeres provenientes de El Hierro o Fuerteventura y Lanzarote”.

Si bien Concepción Francés “[…] rompió con su presencia la exclusividad masculina en los incipientes estudios universitarios laguneros”, tal y como señala la catedrática de la Universidad de La Laguna en su investigación, su ejemplo se seguía, aunque muy lentamente, algo a lo que no ayudó la crisis provocada por la Primera Guerra Mundial. Así lo evidencian unos datos que apuntan a una baja matriculación femenina en la época, concretamente un 4,1%, lo que equivale a 11 alumnas inscritas entre los años 1913 y 1921.

Un total de 11 mujeres frente a 255 hombres, unas cifras que hoy en día, 100 años después, se han dado la vuelta. El pasado curso académico 2021/2022 se matricularon en la Universidad de La Laguna 11.697 mujeres frente a 8.719 hombres, lo que supone un 34,1% más de representación femenina que masculina. “Gracias a esas pioneras se ha ido normalizando la presencia de las mujeres en la universidad, y de ser una excepción, un siglo después nos encontramos con que son mayoría”, puntualiza la investigadora.

Las médicas de los inicios

Entre esas primeras excepciones, además de Francés, se encontraba María del Carmen Gómez Cuervo, que accedió a la carrera a través de la enseñanza libre, como mucha gente de la época. Ella fue quien estrenó los estudios de Medicina y Farmacia en La Laguna para continuarlos en la Universidad de Santiago, concluirlos en Madrid y acabar ejerciendo como farmacéutica en Sevilla. Esa era la tónica a seguir en aquellos momentos, ya que las carreras no estaban completas en Canarias y había que culminarlas en la Península, algo que no estaba al alcance de todas las mujeres.

Además del gasto que ello pudiera suponer a sus familias, trasladarse solas a otra provincia y lejos de casa no era fácil, no estaba aceptado socialmente. Aun así algunas lo hicieron, curiosamente, para continuar sus estudios en Farmacia y Medicina, las carreras más demandadas y elegidas por las primeras mujeres profesionales de España, como Aurora y Matilde García Guanche, hermanas y maestras (naturales de Icod de los Vinos) quienes, tras finalizar el preparatorio de Medicina y Farmacia prosiguieron sus estudios en Granada.

Continuaron su carrera porque su madre se trasladó a vivir con ellas a la ciudad de la Alhambra y, por su puesto, porque su posición acomodada les permitió convertirse en profesionales en su especialidad, que ejercieron de vuelta a las islas: Aurora instalando una farmacia en el Puerto dela Cruz y Matilde otra en la isla de El Hierro. “Fueron unas auténticas pioneras y se significaron con su compromiso social, especialmente Adela Báez Mayor y, sobre todo, Josefina Mayor Falcón”. Teldense como Báez, preparaba medicamentos para las familias más necesitadas del municipio, a las que se los suministraba de forma gratuita durante la posguerra.

Y no solo eso. A su faceta de farmacéutica hay que unir otra, la de asesora en materia de sanidad y salud pública en su municipio y, posteriormente la que le valió ejercer como inspectora de sanidad. A ella correspondió la tarea de redactar el plan de saneamiento municipal para el abasto público de agua potable. Por eso una de las calles de la urbanización industrial El Goro, ubicada en Telde, lleva su nombre, el nombre de una mujer que salió de la retaguardia para allanar el camino a las que, como ella, hicieron frente a “[…] la mentalidad isleña de entonces, aferrada a la tradición y a los recalcitrantes esquemas de la sociedad patriarcal”, apunta la investigación.

La doctora de los pobres

Pero si hay una mujer rompedora y especial ‒sin desmerecer a las demás‒ para esta investigadora de la Universidad de La Laguna, esa es Carlota María Angélica Quintana y López de Arroyave, la primera doctora especialista en Orritonolaringología de Canarias y la tercera de España. Natural de Artenara, se licenció en Madrid, se especializó en Suiza y Alemania, y regresó a su Gran Canaria natal para ejercer la medicina, una ciencia ocupada por hombres que tuvo en ella, no solo a una excelente profesional que abordaba distintas especialidades, sino a una mujer que se volcó con la gente que menos poseía, de ahí su cariñoso apodo la doctora de los pobres, acuñado por atender desinteresadamente la gente con menos recursos económicos.

“Existe ese compromiso social de las médicas y farmacéuticas con el entorno, como si ellas vieran la necesidad de proyectarse y apoyar a esas familias necesitadas, un caso que no he encontrado en los hombres, salvo algún que otro ejemplo excepcional en algunos médicos de la época que cobraban más barato a las familias con escasos recursos económicos”, explica González, que alude también a otras mujeres que continuaron sus estudios fuera.

Una de ellas fue María Dolores Jo Vernedas, quien inició el preparatorio de Medicina y Farmacia en las islas, adonde volvió ya licenciada tras finalizar la carrera de Medicina en Barcelona, convirtiéndose así en la primera mujer inscrita en el Colegio Oficial de Médicos de Las Palmas. Además de su vocación por la profesión médica, que ejerció en Gran Canaria, esta mujer, natural de Barcelona, decidió concluir también los estudios de Magisterio que había iniciado en la Escuela Normal de Las Palmas.

Es otro ejemplo de mujer capaz de romper los moldes establecidos, como también lo fue Olimpia Arozena Torres, natural de La Laguna y primera profesora de la Universidad de Valencia, o María Nieves Vidal Torres, de La Palma, que se licenció en Farmacia y en Ciencias Químicas. Aunque no era una mujer de ciencias, la tinerfeña María Mercedes Machado fue la primera en licenciarse en Derecho por la Universidad de La Laguna, un hecho “excepcional” que no pasó desapercibido a la prensa de la época.

Sin embargo, no todo era de color de rosa. Romper con lo establecido no siempre fue bien recibido, y así lo reflejaban, también, algunos de los periódicos por aquel entonces. “En ocasiones algún artículo periodístico refirió la intolerancia de los hombres hacia el ingreso de las mujeres en la universidad. Como quiera que las jóvenes debieran responder al modelo de mujer hogareña, no les reconocían su talento; al contrario, se les ofendía”, destaca González en su publicación.

Porque una cosa es que la legislación de aquellos años comenzara a ser permisiva con el ingreso de las mujeres en la universidad y otra bien distinta es que la sociedad isleña, tradicional y patriarcal, estuviera preparada para serlo, permitiendo que ‘las señoritas’ empezaran a desempeñar profesiones y ocupar puestos que hasta entonces habían sido meramente masculinos. “Por esta razón mantenerlas en la ignorancia, al margen de la educación, fue muy característico de la época”.

Una salida profesional para aquellas mujeres que no pudieron continuar sus estudios universitarios ante la imposibilidad de cruzar el charco era inscribirse en los estudios de Magisterio, que por aquel entonces se consideraban estudios profesionales. Es más, no hacía falta ni tener el bachillerato para matricularse, motivo por el que algunas llegan a los estudios superiores siendo ya maestras.

También se da el caso contrario, el de mujeres que estudiaron el preparatorio de Medicina y Farmacia y decidieron convertirse en maestras, como Candelaria Alonso Marrero y Jesusa Jerez Veguero. Aunque no terminaron sus estudios de Farmacia, sí que ejercieron de maestras en distintas escuelas. Estamos hablando de una profesión considerada muy femenina y adecuada para las mujeres. Ser maestra si era una cosa que se aceptaba sin mayores discusiones.

Las profesoras precursoras

Hasta entonces tampoco había profesoras. Solo profesores. La primera en serlo en las islas fue María Sánchez Arboz, todo un referente de la renovación pedagógica, que llega de Madrid destinada como profesora de la escuela de magisterio femenina para sustituir a un profesor en los estudios universitarios. La segunda profesora sí que es una alumna de la Universidad de La Laguna. Se llamaba Pilar de la Rosa. La tercera, Guadalupe de Lorenzo Cáceres, que acaba los estudios de Filosofía en Madrid y ejerce de profesora en la Universidad de La Laguna hasta que se casa, como De la Rosa. Después ambas dejarían la profesión que tanto les costó ejercer para quedarse en el hogar.

“Me sorprendí cuando descubrí que estas mujeres profesoras de universidad abandonaron al casarse, sobre todo en el caso de Guadalupe, que contrae matrimonio con un profesor de Derecho de esta universidad. Las dos eran mujeres brillantes y lo suficientemente capaces para sortear todas esas dificultades de ocupar un espacio propio de los hombres. Aquí lo que pesaba era la mentalidad”, aclara la catedrática de Historia, puntualizando que el sexismo sigue invadiendo hoy en día la universidad.

Y la realidad, tal y como cuenta González, es que las catedráticas en la Universidad de La Laguna continúan estando en minoría un siglo después de que estas precursoras se abriesen paso entre los hombres. Hoy día hay un 25% de catedráticas frente a un 75% de hombres con cátedra, una cifra apabullante que en los últimos cuatro años solo ha aumentado un 2%. Se trata de una situación que no es exclusiva de las carreras de ciencias, se da en todas sin excepción, pero se ceba especialmente con los grados de ingeniería, a los que acceden en la actualidad entre un 12% y un 15% de mujeres.

Una situación que sigue siendo, a todas luces, una asignatura pendiente, motivo por el que la investigadora de la Universidad de La Laguna encabeza también un proyecto denominado ‘Empodera’ para incentivar a las niñas en las carreras STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics), término anglosajón que amalgama el conjunto de profesiones relacionadas con la ciencia, las  matemáticas e ingeniería.

La investigadora es consciente de que aunque no fueron demasiadas las que se decidieron a estudiar una carrera universitaria en Canarias en los albores del siglo pasado ‒cuando ya no hacía falta solicitar el consabido permiso a la Dirección General de Instrucción Pública‒ sí que “fueron capaces de romper esos estereotipos para acceder al conocimiento”, por eso le gustaría finalizar su investigación completando las trayectorias profesionales de cada una de ellas. Saber si continuaron sus carreras o si volvieron a Canarias o no. En definitiva, seguir la pista a estas mujeres valientes y pioneras es otra tarea que Teresa González tiene aún por delante.

Gabinete de Comunicación

 


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