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Trabajar la recuperación mental

lunes 10 de abril de 2023 - 12:56 GMT+0000

El consumo de ansiolíticos y sedantes en España no ha dejado de crecer en la última década. Tal es así que nuestro país se ha colocado de forma irremediable a la cabeza mundial del consumo de diazepam, por encima de Portugal, Montenegro o Bosnia Herzegovina. Son datos recientes recabados por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) del Ministerio de Sanidad, e incluidos en el informe anual (2022) de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE).

A esta cantidad nada benevolente hay que añadir otras, no menos preocupantes. Y es que a pesar del notable incremento en la toma de las dosis diarias de este ansiolítico que se comercializa bajo el nombre de Valium −se ha pasado de casi 7 a 11 en 10 años− son otros dos psicolépticos los que ocupan la primera y segunda posición en el ranking nacional de consumo: el alprazolam (Trankimazin) y el lorazepam (Orfidal), que hasta la fecha continúa siendo el psicofármaco más dispensado en España.

Este mapeo nacional de la toma de psicotrópicos prueba el alto porcentaje de población medicada existente en España, algo que tampoco es una excepción si se echa un vistazo a las cifras de consumo internacional. Cabe, entonces, preguntarse si lo que se necesita en estos tiempos son “sujetos sedados”, porque “esa es la realidad que nos encontramos”, dice Francisco Rodríguez Pulido, profesor titular del Departamento de Medicina Interna, Dermatología y Psiquiatría de la Universidad de La Laguna, experto en salud mental e “impulsor técnico” de la red canaria de recursos alojativos para la recuperación de personas con trastorno mental grave.

Todos estos datos lo que evidencian es que necesitamos programas de prevención en los centros de trabajo, programas preventivos destinados a diferentes segmentos de la población que estén en situaciones de mayor vulnerabilidad, como los adolescentes, sobre todo en lo que respecta a la depresión infantojuvenil, las personas desempleadas, las afectadas por los primeros episodios psicóticos o las mujeres que, junto con la población más joven, son las que más han sufrido el impacto de la COVID-19”.

El hecho de que, durante la pandemia, la salud mental saltara a la palestra y pusiera sobre la mesa que alrededor de tres millones de personas en España posee un diagnóstico de depresión, que la carencia de recursos sanitarios para abordar esta enfermedad sigue siendo un hándicap y que urge la dotación de un mayor número de herramientas de prevención, es una realidad sobre la que profesionales como Rodríguez Pulido llevan años alzando la voz.

“La cuestión es si hay realmente una intencionalidad de resolver las cosas, porque todo el mundo se ha puesto a idear cosas y más cosas y parece que necesitamos tener un psicólogo en la puerta de casa, lo cual también es un problema. Si medicalizar es un problema, psicologizar es otro. Cuando las conductas que forman parte de la propia vida las psicologizamos o medicalizamos, estamos ante el mismo problema”, comenta el experto al poner el foco en los colectivos más vulnerables sobre los que hay que actuar.

El diagnóstico de la realidad

“Un tercio de la población canaria está en situación de extrema pobreza, y todos los análisis que hagamos tienen que partir de esa cruda realidad, porque no pueden ni comer saludablemente, ni pagar sus viviendas, ni mantener a sus hijos, por lo que viven en una incertidumbre constante, con un nivel de estrés muy elevado que los lleva al consumo de sustancias para poder vivir, porque si no se vive sedados parece que no se puede vivir”.

Y el hecho es que, tal y como señala este experto, el estrés es necesario para vivir hasta que consigue disminuir nuestro rendimiento y nos impide llevar nuestra vida con la normalidad deseada. “Llega un momento en que las personas se vuelven ineficaces, pero lo cierto es que el estrés es lo que a veces las moviliza a hacer cosas, a afrontar nuevos retos, a superar situaciones difíciles, y eso es parte de la vida, lo que ocurre es que hemos llegado a sustituir esas propuestas de acción por los psicofármacos”.

Una de las demandas expresadas hasta la saciedad por los profesionales de los distintos ámbitos de la sanidad de las islas ha sido la necesidad de contar con servicios psicológicos en los centros de atención primaria, algo que se convertía en una realidad a comienzos de 2022 en varios centros de salud de Gran Canaria, desde donde se ha impulsado una experiencia piloto para prevenir los agravamientos de estrés emocional, la consolidación de los trastornos mentales leves y lograr la reducción de la medicalización, una medida muy necesaria, pero para la que el profesor de la Universidad de La Laguna augura una saturación más pronto que tarde.

Si algo se quiere conseguir con esta medida es la prevención de la enfermedad mental, que en muchos casos llega a cronificarse y dilatarse por no activar a tiempo los apoyos necesarios, como en el caso de las depresiones profundas, que causan un perjuicio enorme a las personas que las padecen, pero también a las familias y al entorno más cercano. “Lo que ocurre con la salud mental es que tiene impacto en los demás, ya sea más o menos bueno, y las personas más cercanas a los enfermos también lo sufren”.

Por eso Rodríguez Pulido lleva desde el año 2000 trabajando y buscando fórmulas “amables” para romper las barreras sociales y sanitarias destinadas a las personas con problemas mentales. Un gran esfuerzo, producto de mucho trabajo e intensas investigaciones, que derivó en un libro en el que abordaba la evolución y recuperación de estos pacientes, así como en la construcción de un modelo comunitario de redes destinado a mejorar su calidad de vida.

El apoyo personalizado

Se trata de un modelo de intervención de total vigencia que ha conllevado la puesta en marcha de una serie de equipos multidisciplinares que se desplazan hasta los domicilios de los pacientes con trastornos mentales graves, aquellas personas que padecen psicosis funcionales, es decir, alteraciones mentales como la esquizofrenia, episodios depresivos graves o los trastornos bipolar y delirante, entre otras patologías.

Junto a esta atención personalizada se ha desarrollado un programa de alojamiento mediante el que se han construido pisos y residencias supervisados por el Servicio Canario de Salud (SCS) de la Comunidad Autónoma de Canarias, así como la puesta en marcha de equipos de apoyo e introducción al empleo, de rehabilitación psicosocial y terapias creativas. Una amplia red de dispositivos y herramientas con la que las personas con TMG (trastorno mental grave) consiguen una notable mejoría en su enfermedad y en su vida, sin olvidar el “alivio de la carga” que soportan sus familias y allegados.

Lo que realmente se persigue con este entramado de apoyo y supervisión es que las personas que padecen un trastorno mental grave continúen siendo parte de la comunidad en la que viven sin que sea necesario su internamiento prolongado en hospitales monográficos (psiquiátricos), o antiguos manicomios, que aún, y a pesar del aislamiento social al que sometían a los enfermos y la reforma sanitaria impulsada hace décadas en nuestro país, se mantienen a flote, aunque reconvertidos, en algunas partes de España.

“Por eso nuestra línea está orientada a poner en marcha estos soportes, para que las personas puedan vivir en sus lugares habituales, hacer así efectivos los principios de la psiquiatría comunitaria y mejorar su calidad de vida” precisa el investigador de la Universidad de La Laguna, sin olvidar mencionar la resistencia inicial a la implantación de este tipo de redes en el archipiélago. Y no solo por parte de los profesionales de la sanidad, sino también de la clase política. “Debería ser todo lo contrario, pero, al fin y al cabo, la psiquiatría es un poder que a veces se quiere concentrar en pocas manos; es un poder que tiene relevancia social porque es el que pone las etiquetas, el que dice quién es válido y quién es inválido”.

Mientras en la Europa de los años 60 del siglo pasado ya se estaban haciendo transformaciones sociales importantes, al tiempo que se echaba el cerrojo a los manicomios por considerarlos recintos que vulneraban los derechos básicos de las personas con problemas de salud mental, a las que se dispensaba un trato deshumanizado y se apartaba de la sociedad, en España hubo que esperar a la década de los 90 −casi 30 años después− para entrar de lleno en la senda de esos cambios sociales. Las esperadas reconversiones en el ámbito de la atención psiquiátrica vendrían de la mano de los nuevos planes de salud, próximos a la transferencia de las competencias sanitarias a las comunidades autónomas.

La atención horizontal

Para este experto en salud mental es obvio que en Canarias se ha hecho un esfuerzo notorio y muy importante, en este sentido, durante los últimos 20 años, “lo que ocurre es que habría que fortalecer más los servicios de atención domiciliaria, potenciar otras modalidades, como la hospitalización domiciliaria, así como favorecer la atención a las personas que viven en soledad −que en Canarias son alrededor de 3.000− e implantar modelos de bajo costo que podrían ser más útiles”.

No duda en afirmar que seguir pensando en modelos de cuidados basados en institucionalismos lo que hace es añadir “viejos problemas” que siempre acaban por volver a aparecer. Por ello aboga por promover los modelos de atención horizontal, cercanos a la ciudadanía, a la que se pueda atender con equipos móviles. Así es la red en la que lleva trabajando desde sus inicios, y que impulsó con la firme convicción de que una parte de las personas afectadas por trastornos mentales graves pueden rehacer sus vidas si se les brinda el apoyo y el seguimiento necesarios.

“Un tercio de las personas con trastorno mental grave puede tener una recuperación total, hasta el punto de volver a retomar su vida, hacer su vida con normalidad, siempre que sea con un seguimiento y una medicación apropiados, igual que una persona con diabetes o con otro tipo de enfermedad. El problema está en el momento en que dejan de tener un apoyo continuo y de estar supervisadas por profesionales especializados”.

Es en este aspecto en el que radica el verdadero problema. Las personas que padecen trastornos mentales graves poseen una baja adherencia a los servicios, por eso es tan importante la creación del vínculo con la red de profesionales que las asisten. “Es ese vínculo el que hace que se agarren a la vida. Por eso mantengo que las administraciones públicas tienen que hacer programas transversales y garantizar la continuidad de los cuidados, además de delimitar sus competencias en cuanto a los cuidados, porque al ciudadano no le importa quién se los ofrezca, lo que sí le importa es que se los den. Hay que hacer políticas transversales para el bien común, y no hay sentido político de la transversalidad ni del bien común”.

La puesta en marcha de servicios públicos que velan por la recuperación e inserción de las personas afectadas por psicosis funcionales es hoy en día un proyecto afianzado por el que, sin embargo, no se apostaba demasiado hace unos años. La red que opera en la isla de Tenerife con el apoyo del Servicio Canario de Salud del Gobierno de Canarias, el Cabildo tinerfeño y las asociaciones de familiares de enfermos mentales se ocupa también de buscar procedimientos que faciliten la empleabilidad a las personas con trastorno mental severo.

“Aquí (en Canarias) no se pensaba que las personas con trastorno mental grave pudieran trabajar −comenta el catedrático Francisco Pulido− y tenemos actualmente entre 200 y 300 personas trabajando a través de Sinpromi y el IASS, mediante el modelo que hemos importado de los americanos, en un contexto donde hay una tasa de desempleo bajísima”. Ese modelo al que se refiere se denomina Individual Placement and Support (IPS), un método individualizado que promueve la integración sociolaboral de las personas con trastorno mental severo.

La integración sociolaboral

“Con el trabajo se estructura el tiempo, y no solo sube la autoestima a los enfermos, también les confiere un sentido de la autoeficacia, de sentirse útiles, por eso este modelo, que comenzamos a implantar en Tenerife en 2005, lo vamos a extender por todo el país y constituir, en el mes de abril, la red IPS en España, en colaboración con expertos americanos que han implantado esta metodología”. Y, en este sentido, si hay que poner el foco en un término concreto, ese es el de la recuperación, un “criterio estrictamente medico definido por los propios supervivientes de la psiquiatría: los pacientes”.

Rodríguez Pulido menciona durante toda la entrevista las palabras patologías y psicosis funcionales, aunque cree que por mucho que se disfracen los conceptos y los términos, “las cosas son como son”. Esos pacientes con enfermedades mentales graves son “los considerados históricamente como los locos, una palabra hermosa, pero como hoy estamos siempre en el lenguaje de lo correcto, tenemos que disimularla con otras”.

Y entre esos vocablos que se niega a perder, y reivindica, aparece en reiteradas ocasiones la palabra cuidado, cuidados para los demás, mucho mejor que prestaciones, bastante más fría y desafecta. “He llegado a la conclusión de que el ser humano tiene miedo a determinadas palabras, cuando lo cierto es que la locura forma parte del ser humano y, en definitiva, es una experiencia más de la vida, como el amor, el desamor o la soledad”.

En esa desafección y distanciamiento impuesto de lo que resulta políticamente incorrecto se sitúa también la ruptura de las dinámicas saludables, como la de hablar los unos con los otros, la de cooperar en objetivos comunes, de compartir, o darse apoyo mutuo cuando se necesita. Cosas que solo afloran en momentos muy determinados. No hay que perder de vista que “el ser humano siempre ha sido frágil y siempre está atravesado por acontecimientos, siempre está en situación de vulnerabilidad”.

En este sentido, el experto de la Universidad de La Laguna aclara que todas las etapas de la vida son complicadas porque en cada una de ellas se están resolviendo problemas, afrontando retos, superando dificultades. “El ser humano va a estar solo toda su vida y tiene que digerirla de alguna forma. Cuando te enfrentas a enfermedades y hechos dolorosos de la vida, vas a estar solo, una soledad introspectiva que te lleva a aceptar lo que está ocurriendo. Estamos en una sociedad que nos promete ser más rápidos, que nos hace ser materialistas, cuando somos personas con sentimientos”.

Es por esto por lo que se declara muy en contra de los libros de autoayuda. Sus recomendaciones en momentos de crisis vitales, de colapsos personales que no tienen por qué convertirse en una depresión, apuntan a la lectura de obras literarias, porque “los grandes observadores de este tiempo son, sin duda, los literatos”; apuntan también a tomarse el tiempo necesario para hablar, para mantener una charla distendida después de una buena comida, para reflexionar en un mundo lleno de exigencias en el que “como te pares, te mueres”. Un mundo en el que “se comercia con todo, hasta con la felicidad”.

Gabinete de Comunicación

 


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