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El Quijote ejemplifica la nueva manera de leer impuesta por la llegada de la imprenta

lunes 25 de abril de 2005 - 00:00 GMT+0000

El Quijote es una de las obras que mejor ejemplifica la revolución que supuso para el acto de leer la introducción de la imprenta. Anteriormente, la literatura era una experiencia oral y colectiva muy cercana al teatro, lo cual fomentaba la aprehensión emotiva del texto por parte de la audiencia. Por contra, la irrupción de la tecnología ideada por Guttenberg difundió un nuevo tipo de experiencia lectora solitaria y más reflexiva.

Esta es una de las características de la obra cervantina que destacó José Manuel Martín Morán, profesor de la Universidad del Piamonte Oriental (Italia) en la conferencia que dictó el pasado viernes 22 de abril en la Biblioteca de La Universidad de La Laguna, titulada El Quijote y los libros de caballerías: dos tipos de lectura. La disertación sirvió como colofón a los actos que durante la semana se dedicaron al Día del libro y también formó parte del programa del XV seminario del Centro de Estudios Medievales y Renacentistas (Cemyr) de la institución.

Los libros de caballería causaron la locura de Don Quijote, lo cual puede deberse, según el dictamen de Martín, a que el tipo de lectura practicada por el ingenioso hidalgo se acercaba a los postulados de la lectura oral y emotiva previa a la imprenta. El experto contrapone a la experiencia quijotesca la de otros dos personajes de la obra, los clérigos, que también habían leído con disfrute libros de caballería, pero no enloquecieron porque realizaron una lectura serena, individual y solitaria.

Para el conferenciante, esa es una de las claves para interpretar la obra de Cervantes: El Quijote no sería tanto una crítica a las novelas de caballería como al tipo de lector que considera la lectura un medio puramente evasivo. Cervantes propugna que los libros deben poseer una dimensión educativa, además que de mero entretenimiento, y por ello censura aquellas experiencias lectoras que no aportan nada desde el punto de vista formativo. Es decir, se critica la deformación del género.

El ponente señala que el asunto de la desvirtuación de los géneros no es una novedad en Cervantes, sino algo recurrente en la cultura occidental: antes que el escritor, Platón había dicho algo similar en relación a la escritura y, ya en el siglo XX, Karl Popper aplicó el argumento a la televisión.

En la literatura oral y escuchada, los espectadores confieren mayor credibilidad al relato, tomando por cierto lo que cuenta el narrador: ello explica que Don Quijote dé por ciertas las fabulaciones narradas en las novelas de caballería. La lectura solitaria y en silencio propicia, por contra, un análisis crítico del texto, y facilita que el lector ponga en cuestión e incluso ejerza la crítica sobre el discurso.

Para forzar esa lectura crítica, Cervantes utilizó una hábil estrategia narrativa que a la sazón se convirtió en la norma general de la novela moderna: se denegó a sí mismo la autoridad que hasta el momento tenían los narradores de las obras. Hasta el momento, el narrador ejercía su criterio de autoridad, atribuyendo certeza a todo lo expuesto. En cambio, en el Quijote la narración la ejercen tres voces diferentes, ninguna de las cuales es del propio Cervantes. Ese juego metalingístico se complica cuando una de ellas, la del morisco Cide Hamente Benengeli, es constantemente puesta en duda y tachada de falaz.

Este juego se amplía en la segunda parte de la obra, pues se añade a la desautorización del narrador la fusión entre realidad y ficción: muchos personajes del libro, como el bachiller Sansón Carrasco o los duques, tienen es común su conocimiento de las locuras del Quijote gracias al volumen publicado en 1605. Es decir, son personajes de la segunda parte que han leído la primera, difuminándose así las fronteras entre literatura y vida.


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