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El valor de la ciencia humanística y del compromiso social, ejes de la investidura de doctores Honoris Causa de la ULL

lunes 21 de mayo de 2012 - 20:20 GMT+0000

El Paraninfo, después de muchos años, ha vuelto a ser hoy 21 de mayo el escenario de investidura de doctores Honoris Causa por la Universidad de La Laguna. Después de años cerrado y tras una remodelación completa, la sala escénica acogió el nombramiento de Tomás González Rolán y Manuel Segura Morales como nuevos doctores del centro académico.

El acto comenzó a las cinco de la tarde con la recepción de los homenajeados por parte de varios vicerrectores, quienes los acompañaron a la firma del Libro de Honor de la universidad, junto al rector de la institución académica, Eduardo Doménech. También estuvieron presentes los responsables académicos de los centros que han promovido sus candidaturas: Mª del Pino Montesdeoca, vicedecana de la Facultad de Filología, centro que impulsó el nombramiento de Tomás González Rolán, y Pedro Avero, decano de la Facultad de Psicología, en el caso de Manuel Segura Morales.

Realizadas las firmas protocolarias y convenientemente revestidos con el traje académico, la comitiva de doctores, como es habitual en estos actos, desfiló hasta el Paraninfo. Tras su llegada el rector procedió a abrir la sesión académica, en la que lamentó la ausencia del consejero de Educación, Universidades y Sostenibilidad, y que se inició con la  lectura de los acuerdos que han dado lugar a sendas concesiones.

El acto continuó con la lectura por parte de sus padrinos de los méritos que los hacen acreedores de recibir tal distinción por parte de la Universidad de La Laguna. Así Fremiot Hernández glosó la figura de González Rolán, mientras que la docente María Dolores García hizo lo propio con Segura Morales.

Los homenajeados tienen dos perfiles ciertamente distintos. Tomás González Rolán es catedrático de Filología Latina de la Universidad Complutense de Madrid. En su trayectoria profesional ha impartido docencia en universidades y centros de toda España y también del extranjero, mediante lecciones, cursos de doctorado, conferencias y ponencias. Como investigador ha destacado en diferentes campos de la Filología, especialmente en la lingüística latina, la crítica textual y la edición de textos. Además, la mayoría de sus investigaciones quedan reflejadas en revistas tanto nacionales como extranjeras y también en capítulos de libros o reseñas críticas. Actualmente, es el director de la Sociedad Española de Estudios Latinos.

Manuel Segura Morales, por su parte, es doctor en Pedagogía por la Universidad de Asunción, en Paraguay, y doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Valencia. Fue profesor de Psicología Educativa y Sociología de las Escuelas Universitarias de Trabajo Social y Magisterio, actuales facultades de Ciencias Políticas y Sociales y Educación, respectivamente, de este centro académico. En su labor como investigador destacó por desarrollar la investigación social como una vía para la lucha contra la exclusión. De hecho, se dedica todavía hoy a formar a los profesores en integración de jóvenes con problemas en el aula, de tal modo que su método pedagógico es empleado hoy prácticamente en toda España y en muchos países latinoamericanos.

González Rolán, el elogio a la investigación humanística

Una vez investidos como doctores Honoris Causa por la Universidad de La Laguna, y recibidos los atributos correspondientes al más alto reconocimiento que se le hace a un universitario, fue el doctor González Rolán el primero en tomar la palabra. Adujo en primer lugar su estrecha vinculación con la Universidad de La Laguna: “No me cabe la menor duda de que este Doctorado Honoris Causa que ahora recibo debe mucho a mi larga vinculación tanto académica como afectiva con muchos de los profesores de dicho departamento, vinculación que perdura tras más de treinta años y que se ha plasmado en mi participación en múltiples cursos o encuentros científicos allí organizados, así como en la dirección de varias tesis doctorales, en la elaboración de algunas monografías y en mi presencia en tribunales de tesis o de concursos a plazas de profesores funcionarios”.

González Rolán destacó que se ha dicho de forma insistente que la universidad es el reino en el que campan por sus respetos la vanidad, el egocentrismo. “A mí me ha acompañado la fortuna al haber tenido, o mejor, disfrutado durante estos cuarenta años de colegas como Enrique Otón Sobrino o Marcelo Martínez Pastor, cuyas virtudes son precisamente las opuestas a los vicios señalados y otro tanto podría decir de otros colegas como María José Muñoz, Ana Moure, Vicente Cristóbal o Juan Lorenzo”, recordó.

Y si muchos colegas se quejan, al cabo de los años, de la ingratitud de sus discípulos con ellos, “yo he de reconocer mi deuda con los más de treinta discípulos a los que a lo largo de mi vida académica he dirigido sus tesis doctorales, tesinas o DEAS, y de los que guardo un grato recuerdo, pues en esa labor de dirección he  podido conjugar y hasta cierto punto unir los dos cometidos esenciales de la Universidad, el de la docencia y el de la investigación, donde se produce ese interesante diálogo entre profesor-director y alumno-discípulo, ejecutor del trabajo, del que sin duda saldrán ambos enriquecidos”.

González Rolán no se anduvo con tapujos a la hora de describir la imagen pública que amplios sectores de la población tienen acerca de las humanidades y de la cultura clásica. “Una de las ciencias humanas que recibe el nombre de Filología, la cual con otras disciplinas como la Filosofía o la Historia, es percibida por la sociedad actual como algo improductivo o, si se quiere, poco rentable, frente a las otras ciencias, puras o aplicadas, que en cambio gozan cada vez más del prestigio que les da su consideración de generadoras de progreso y bienestar material”.

Por ello, trató de demostrar en su discurso de investidura que si bien los filólogos, filósofos o historiadores “no somos ciertamente científicos, en el sentido que hoy se da a esta palabra, somos y podemos reclamar con pleno derecho el calificativo de investigadores cuyos resultados, alcanzados con rigor metodológico, pueden ser también provechosos para la sociedad en la que vivimos”.

El homenajeado recordó cómo ya el famoso libro de George Orwell, “1984”, nos pone en guardia ante las terribles consecuencias que la manipulación del pasado puede acarrear a una futura sociedad, la orweliana, represora y totalitaria, “en la que el dominio y el control del pasado ha condicionado la visión del presente que vivimos y, consecuentemente, del futuro que nos espera”.

Así pues, el filólogo afirmó que el conocimiento del pasado es imprescindible para prever y controlar el futuro “y hasta el momento se puede decir que ha sido así, pues en todo progreso, en toda innovación, por radicales que sean, ha estado presente el pasado. Pero además de ser imprescindible para poder avanzar y aprehender recurriendo, además de a la memoria de los hombres, a los documentos, es decir, a los textos, porque, como bien dice Winston, ese pasado está escrito”.

El galardonado comentó que dentro de la tradición occidental se han sucedido varias clases de textos, textos antiguos, textos medievales, textos modernos y textos postmodernos, ligados respectivamente, si bien no de forma exclusiva, a la materialidad del rollo, del manuscrito, del libro impreso los tres primeros, y a los medios electrónicos, digitales e informáticos, los últimos. “Pero, como es bien sabido, un texto no es más que lenguaje escrito, siendo el conocimiento de ese lenguaje, de esas lenguas en las que están escritos los textos, un requisito indispensable para comprenderlos e interpretarlos”.

Si en relación con los textos antiguos el griego y el latín comparten dominio casi absoluto sobre las demás lenguas de la Antigüedad, será el latín el que desde los siglos III- IV d.C. hasta finales del XVII, es decir, durante toda la Edad Media y el Renacimiento, se convierta en la lengua de cultura por excelencia y en la primera lengua de comunicación internacional en Occidente, papel estelar que poco a poco va cediendo ya desde finales del XV a las lenguas vulgares hasta perderlo definitivamente en el tránsito del siglo XVII al XVIII, época en la que, por ejemplo, un eminente científico como Isaac Newton todavía escribió la mayor parte de sus investigaciones en latín.

“Ahora bien”, repuso el catedrático, “el latín no sólo fue la lengua de los textos antiguos, sino también de los textos medievales e incluso modernos, por lo menos hasta el siglo XVIII, por lo que la Filología Latina, si bien forma parte esencial de la Filología Clásica, sobrepasa el mundo greco-romano y se extiende al medieval, al renacentista e incluso al moderno”.

Rolán apuntó que "contra la mayor parte de los historiadores de nuestra literatura medieval y renacentista, contra esta traumatizante mutilación de lo español o hispánico, que ignora o excluye la abundantísima literatura ‘española’ escrita en lengua latina, ha levantado su voz discrepante Juan Miguel Zarandona al formular estas incisivas preguntas: ¿Puede la cultura y la literatura general española continuar prescindiendo, e ignorando tanto, todo este inmenso caudal de sabiduría y arte? ¿Por qué resignarnos a convivir con esta pérdida?".

“No hace falta decir que en lo que a mi actividad investigadora se refiere,  no me he resignado a que esas obras escritas en latín permanezcan inéditas o, como mucho, sean utilizadas en pésimas ediciones, la mayoría de las veces simples transcripciones de algún manuscrito no precisamente el mejor de los conservados”.

Entre los muchísimos ejemplos en los que es imprescindible la intervención del filólogo latino y de sus métodos de edición y análisis de los textos, el experto señaló la rebelión surgida en Toledo contra el monarca Juan II y su valido Álvaro de Luna, que derivó en la persecución, muerte en algunos casos y sobre todo en la discriminación del numeroso e influyente grupo social constituido por los judeoconversos, y que se convirtió en el llamado ‘problema converso’, que a la postre propiciaría la creación de la Inquisición española.

“El problema que han tenido todos estos estudiosos es, por una parte, que la mayoría de los textos fundamentales sobre dicho problema converso están en latín y unos pocos, muy pocos en comparación con aquéllos, en castellano; por otra, que la mayoría de los textos, en especial los castellanos, a duras penas se puede entender lo que dicen en realidad por lo estragados y mal establecidos que están”.

El experto consideró que la crítica histórica tiene como finalidad comprobar  la veracidad del contenido de los documentos, es decir, de los testimonios escritos, “pero no es menos cierto que la veracidad del contenido de un documento textual exige que el historiador tenga acceso a la edición de un texto esencialmente fiable, un texto en el que se hayan eliminado las alteraciones habidas en el curso de su transmisión con el fin de restituirlo a su imagen genuina, en los mismos términos, bajo la misma forma y el mismo orden dispuestos por su autor”. Rolán se refería así a las ediciones críticas, que, “más allá de los testimonios reales y existentes, tratan de alcanzar el texto ideal, es decir, el texto original, y en esto precisamente se diferencian de las ediciones diplomáticas, que se conforman con el texto material, con el testimonio concreto y particular, porque mientras un diploma tiene en general valor en sí mismo, un manuscrito no tiene valor aisladamente, sino en relación con los otros manuscritos que nos han transmitido el texto en cuestión”.

Esa fiabilidad, requisito indispensable para comprobar y verificar la ‘veracidad’ de los textos, “es la que creemos haber aportado a los historiadores al editar en un libro recién publicado los textos latinos y castellanos contrarios y favorables a los judeoconversos, aplicando el método riguroso de la crítica textual y sobre todo teniendo en cuenta el conjunto de la tradición manuscrita”.

Para el experto, el que un filólogo latino aborde el estudio de textos medievales y modernos le permite también terciar en cuestiones relacionadas con la reconstrucción del espacio cultural de la nación europea.

“Ahora bien, si no hay duda alguna de que España, al igual que otras naciones europeas, llevó a cabo su irrevocable decisión de ser cristiana, debemos preguntarnos si ese paralelismo y semejanza se dan también en el otro pilar de la cultura occidental, el legado clásico. Es aquí donde han encallado los investigadores, nacionales y extranjeros, hasta el punto de considerar el supuesto déficit de la cultura clásica en España como uno de los rasgos que nos separa del resto de la Europa Occidental”.

En opinión del ponente, "el tan manido tópico de nuestro retraso cultural ha partido de un falso prejuicio muy arraigado desde la Ilustación: el de una España bárbara y aislada, en la que brilló por su ausencia el conocimiento del latín, prejuicio éste al que más de una vez se ha añadido el desconocimiento y desprecio por lo hispánico que muchas veces han mostrado los estudioso extranjeros e incluso los mismos españoles”.

Para el catedrático de Filología Latina, “las investigaciones llevadas a cabo por admirados profesores nos permiten afirmar que frente a lo que se ha venido sosteniendo, el humanismo renacentista se difundió y arraigó en España a lo largo de la primera mitad del siglo XV y que, por sorprendente que parezca, fueron conversos de origen judío los que acercaron a España a las corrientes renacentistas, proceder que, a mi entender, pretendía una integración de España en la cultura cristiana de Occidente, con el fin de hacer menos homogénea y monolítica, más universal y flexible la sociedad española, que desde mediados del siglo XV comenzaba a dar claros y preocupantes signos de intolerancia y desconfianza respecto a otras sensibilidades culturales y espirituales”.

Segura: “Enseñar a otros es una gloria, una vocación maravillosa”

“En Granada, donde nací, tuve el honor de tener como padrino de bautismo a don Manuel de Falla, que siempre me instruyó en la fe y me trató con afecto hasta mis doce años, en 1940, cuando se fue definitivamente a Argentina. También conocí a Federico García Lorca y recuerdo su vitalidad, su alegría, el entusiasmo con que improvisaba una obra de teatro en la que todos los hermanos, nueve en total, teníamos un papel inventado por él”. Así comenzó su lección de investidura Manuel Segura Morales.

Recordó que su padre fue catedrático de Historia del Derecho; “de él fue del primero que aprendí que enseñar a otros es una gloria, una vocación maravillosa. Lo mismo me inculcaron en todo momento los jesuitas, desde el primer momento que entré en esta orden religiosa, en 1945”. Esa inquietud se acentuó fuertemente durante los diez años que pasó en América Latina, viendo a los niños que dormían entre cartones y recogían flores de la basura para ofrecerlas a quienes pasaban por la calle y obtener una propina.

Allí en América, en la Universidad de Asunción, consiguió su tercera Licenciatura, en Pedagogía, y se doctoró en Educación. Cuando volvió a España, en 1972, y fue destinado a Tenerife, decidió trabajar en una nueva tesis. Poco después la Escuela de Magisterio de la Iglesia fue definitivamente incorporada a la Universidad  de La Laguna y desde entonces sólo existió un único centro, la Escuela de Magisterio de la Universidad de La Laguna. “Elaboramos un programa que poco después ofrecimos a la cárcel de Tenerife, que fue un éxito inmediato y pronto se interesaron por él otros centros penitenciarios y de menores en varias provincias de España”. Además, algunos profesores de Primaria y Secundaria propusieron modificarlo, de manera que pasara a ser preventivo en vez de curativo, y así se pudiera aplicar a los “alumnos difíciles”.

En las cárceles y centros de menores, el porcentaje positivo de los resultados no puede ser, naturalmente, como el conseguido con alumnos normales, explicó. “Pero los cambios radicales de vida son de las experiencias más gratificantes que he vivido como educador; como me decía un preso de la cárcel Tenerife 2, ahora convertido en trabajador honrado y padre de familia: Don Manuel, es que antes de conocer este programa, yo tenía la cabeza sin estrenar”.

Para Segura, queda claro que cualquier plan de educación debe consistir básicamente en formar personas, lo cual es lo mismo que enseñarles a relacionarse con los demás. Dónde empiezan las diferencias y cuáles son los factores necesarios para conseguir esa relación sana, amistosa, con los demás, fueron algunas de las preguntas retóricas que se hizo el pedagogo. Así, afirmó que en los últimos años ha habido “cuatro oleadas” poderosas, al tratar de establecer los elementos necesarios para formar personas.

La primera oleada fue que hay que enseñar a pensar, destacó el homenajeado. “Todos los expertos están de acuerdo en que el primer sustrato de toda educación completa, de toda educación que quiera formar personas, es enseñar a pensar, a usar el cerebro. Hay muchos jóvenes que sólo usan el paleo-córtex, el cerebro animal, no el humano, el cual, enfrentado a cualquier dificultad, no tiene más que dos salidas: ataque o huída”, señaló.

La solución no es ponernos nosotros más violentos que los violentos, sino enseñarles a usar el neo-córtex, la frente, para pensar y no para embestir, agregó. Enseñarles a dialogar y a resolver los problemas con eficacia y con justicia, pero cómo conseguirlo, se preguntó.

Tanto la psicología como la sociología han conseguido concretar los  elementos cognitivos que forman esa inteligencia interpersonal: son la habilidad cognitiva de saber definir una situación humana interpersonal (problemática o no), la habilidad cognitiva de imaginar el mayor número de decisiones alternativas que puedan solucionar un problema, la habilidad cognitiva de prever las consecuencias de lo que se piensa hacer o decir,  la habilidad cognitiva de ver las cosas desde la perspectiva del otro, es decir, ponerse en el lugar del otro, y la habilidad cognitiva de saber trazarse una meta, un objetivo, y saber encontrar los medios para llegar a esa meta. “Desde hace mucho tiempo se sabe que esas cinco habilidades faltan, totalmente o en buena parte, en los delincuentes. Pero la buena noticia es que se pueden enseñar”.

La segunda oleada fue la educación emocional. ¿Qué deben saber los niños y los jóvenes acerca de las emociones? Cuanto más, mejor, respondió el educador. Deben ir conociendo esas emociones, desde pequeños. Los alumnos de Secundaria y Bachillerato tienen, en la buena literatura y en las buenas películas, el mejor arsenal para aprender a conocer las emociones. “Pero además pueden progresar mucho en poco tiempo, si ponemos en práctica con ellos alguno de los buenos programas surgidos últimamente para desarrollar la inteligencia emocional”.

La tercera oleada fue la educación en valores morales. Para el experto, alguien que piensa bien y además conoce y maneja sus emociones y las ajenas puede ser un gran delincuente, astuto, refinado. Esto se explica porque le falta la tercera y última parte que es imprescindible si queremos educar personas: los valores morales. “Si estos tres factores se trabajan con constancia y eficacia”, aseguró el doctor, “tendremos personas; si falta alguno de ellos, podemos estar formando seres inteligentes, pero descontrolados o peligrosos”.

Segura se preguntó por el significado de los valores. Valor es lo que vale, dijo. “Cuando una cosa es valiosa para nosotros, nos esforzamos por conseguirla. En el fondo, lo que todos queremos es ser felices. Y los valores nos prometen felicidad”.

“Antes de hablar del mundo de la escuela, hay que aludir necesariamente a la familia. En ella comprobamos que hay quienes tienen hijos sanos moralmente, y quienes tienen hijos difíciles, que no asumen los valores de los padres, porque los hijos son rebeldes o porque los padres no aciertan a trasmitirles esos valores. También hay hijos que no han podido aprender de sus padres, porque éstos padres no viven los valores”. Pero además, antes de llegar a la escuela, tanto los hijos buenos como los rebeldes están sometidos también a lo que inculca la sociedad en la calle, la televisión, los deportes, internet.

Una vez llegados los niños a la escuela, explicó, nuestra meta debería ser ayudarlos a descubrir que "si viven los grandes valores serán más profunda y durablemente felices que si tuvieran dinero para satisfacer todos sus caprichos".

“Con lo expuesto hasta ahora, debe quedar claro que para una relación humana, asertiva, son indispensables los tres factores educativos mencionados: lo cognitivo, lo emocional, lo moral. Enseñar a pensar, enseñar a reconocer y a utilizar las emociones, ayudarles a descubrir los valores morales”, sostuvo el ponente.

Finalmente, el experto en intervención social se preguntó por qué no han dado los resultados esperados muchos programas escolares de convivencia, de solución de conflictos, de mediación o de educación para la paz. En su opinión, los programas no dieron resultado porque los alumnos no estaban capacitados para recibirlos. “Pues bien, sugiero que eso es lo que está pasando en buena parte, con los cursos de convivencia, de mediación, de paz. Para saber convivir en paz, para resolver conflictos con la ayuda de un mediador, lo primero que se necesita es que quienes conviven sepan relacionarse como personas. O dicho más breve y más brutalmente: es necesario que quienes conviven sean personas. Si no lo son, estamos dando cursos de pilotos a panaderos”.

Doménech: “Un homenaje al erudito y al ciudadano comprometido”

El rector fue el último en tomar la palabra, para cerrar el acto. Apuntó que la  universidad es una institución compleja, porque acoge entre sus muros a gran número de personas con diferentes perfiles y vive en permanente tensión entre la tradición y la vanguardia. La designación de doctores Honoris Causa supone una jubilosa ocasión en la que ambas dimensiones confluyen. Es una ceremonia arraigada en la historia para agasajar a quienes, con su trayectoria, han contribuido a que el conocimiento avance para mejorar el futuro.

“Pocas veces nos paramos a considerar que nuestro bienestar es fruto del esfuerzo y la dedicación de muchas personas que han sacrificado tiempo para dedicarlo a reflexionar y trabajar. Hoy tenemos la ocasión de darles las gracias a dos de estas personas, pues aunque el doctorado Honoris Causa supone un reconocimiento a la excelencia del conocimiento, pero creo que ese sentido de gratitud es el que debería resaltar en esta ceremonia”.

Pertenecemos a una institución centenaria que representa todo lo bueno que nos ha dado la civilización y la cultura, agregó el rector, “y por ello debemos ser ejemplo no sólo de la excelencia científica, sino de servicio al prójimo por poner el saber a disposición de la comunidad. Los doctores Honoris Causa son la culminación de esa aspiración”.

Doménech apuntó: “Hoy incorporamos a nuestro Claustro a los doctores González Rolán y Segura Morales, que nos honran por vincular su nombre a nuestra institución. En ellos se resume la figura del erudito y también la del ciudadano comprometido que practica un activismo social solidario. Es por ello que, como rector, ha sido para mí un privilegio poder honrar a estos dos insignes doctores, que desde ya forman parte de nuestro Claustro”.
 


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