La utilidad de los árboles genealógicos no se limita únicamente a visibilizar y tratar de comprender las relaciones de parentesco dentro de una familia a lo largo de las generaciones; también las herencias y sucesiones determinan herederos legítimos en ausencia de testamento o en los derechos de propiedad y tierras que pueden ser clave para establecer la propiedad de tierras o derechos ancestrales, especialmente en comunidades donde las tradiciones de posesión se basan en la línea familiar.
El factor influyente que ocasionó la creación del archivo Lercaro fue el económico que ha sido estudiado por J. Núñez Pestano y R. González Zalacaín (2021).
“El fondo documental de los Lercaro de Tenerife fue resultado del proceso de «reconstrucción» de los antecedentes documentales familiares llevado a cabo durante el siglo XVIII por algunos de sus miembros para justificar su ascendencia y aspirar a un privilegio que el azar había puesto a su alcance, la gobernación del albergo Lercaro en Génova.”
Núñez Pestano, J., & González Zalacain, R. (2021). La formación de un archivo familiar: los Lercaro de Tenerife. In V. Lamazou-Duplan (éd.), Les archives familiales dans l’Occident médiéval et moderne. Casa de Velázquez. 2021
Además de estas utilidades fundamentalmente de índole económica, como curiosidad, se ha agregado una vitrina dedicada a la utilización de la genealogía como parte de la trama en la literatura española y la literatura canaria.
En la literatura el interés por el origen y la ascendencia genealógica es un tema recurrente, a veces como parte de la trama de algunas creaciones literarias o en la configuración del carácter de los personajes; en otras ocasiones simplemente con intención satírica o irónica… Benito Pérez Galdós es ejemplo en sus obras Bailén, Doña Perfecta o Misericordia.
Se han seleccionado aquí algunos pasajes de algunas novelas que lo muestran.
Veamos algunos ejemplos en libros de autores canarios:
Aurelio Pérez Zamora, nacido en el Puerto de la Cruz, en la novela Florencia o personajes de otros tiempos publicada en Santa Cruz de Tenerife en 1913 por la Imprenta A. J. Benítez en la pág. 181
—«Señor Rivalo-Rico (se lela) si usted pone en juego sus grandes influencias, tengo la segmidad de que ha de conseguirme la gracia que deseo \’ en lo que pienso noche v dia: ser camarista de la Reina doña Isabel. De ilustre cuna, como usted sabe, mi árbol genealógico puedo ostentarlo por do quiera con sumo orgullo. Desde el dia que obtenga yo tan honroso empleo, puede usted contar, querido, con la mayor seguridad… de que mis haberes asi como mi corazón bueno y leal…
El periodista y dramaturgo canario Eduardo Garavito Rodríguez en A través de mi cristal : (apuntes filosóficos) nos cuenta de un personaje anónimo francés que “empezó a sentir el tormento olímpico de los celos” que consultó a un abogado y éste a su vez a un médico y he aquí la conversación:
“—Estoy agotado, doctor; no puedo más; esta tormenta interna no me deja vivir.
— Dígame: ¿es Vd. francés?
— Sí, señor.
— ¿Y sus padres?
— También, doctor.
— ¿Y no habrá habido en su árbol genealógico alguna mezcla de razas… por ejemplo, algún español pundonoroso, un tanto ridículo?
— No, doctor; soy francés cien por cien.
— No sé, realmente, qué pensar… Creo que lo mejor sería celebrar una consulta con otros compañeros… «
Marqués y marquesa : novela / Carmela Eulate Sanjurjo ; presentación por Manuel Fernández Juncos ; prólogo de Benito Pérez Armas.– Tenerife : [s.n.], 1911 (Tenerife : Tip. A.G. Benítez)
La escritora puertorriqueña que residió durante unos años en Canarias donde publicó Marqués y marquesa : novela
—Usted dice que Inés es desgraciada, y yo no me considero responsable de su desventura. Nuestro matrimonio lo arreglaron V. y la madre de ella, y fué una boda de razón, algo así como un enlace entre príncipes. Ni se habló de amor, ni había para qué. Se contaron las fortunas, se hojeó el árbol genealógico de cada uno, y se vio que éramos socialmente iguales. Ella quería un marido rico, una corona de marquesa, yo una mujer de mi rango, rica y perfectamente educada. Firmé un contrato, cuyas condiciones he cumplido con rigurosa lealtad. Por mi parte, no tengo ninguna queja de mi mujer, la considero digna de llevar mi nombre, y es bastante agraciada para justificar mi elección entre otras, y no tan bella, que atraiga los elogios.








