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El trastorno que esconde una generación con heridas abiertas 

5 de julio de 2025

 

Cada noche, miles de adultos se levantan de la cama sin despertar del todo. Caminan, hablan, abren puertas… y al día siguiente, no recuerdan nada. Investigaciones recientes señalan que en adultos puede ser una señal de alerta: estrés postraumático, ansiedad crónica o incluso traumas no resueltos que emergen cuando el cerebro baja la guardia. 

Desde siempre, evitar quedarme a dormir en casas de amigos ha sido una preferencia personal. No por timidez o falta de ganas de compartir momentos, sino por algo que, durante años, me pareció una simple rareza: soy sonámbula. Hablo, me levanto de la cama e incluso lloro dormida, con los ojos abiertos, como si algo dentro de mí siguiera despierto. Al amanecer, no recuerdo nada; son otros quienes me narran esas escenas inquietantes, o soy yo la que se levanta confusa  en un lugar aleatorio de mi casa en vez de en mi cama. Durante mucho tiempo, pensé que se trataba solo de un rasgo curioso de mi forma de dormir. Pero con el tiempo descubrí que, en algunos casos, el sonambulismo no es solo una alteración del sueño sino que puede ser una manera de mostrar cicatrices que aún no han sanado. 

El sonambulismo se clasifica dentro de las parasomnias, un grupo de alteraciones del sueño que involucran conductas o experiencias singulares mientras dormimos. Según la Sociedad Española de Sueño (SES), estas conductas se dividen según la fase en la que ocurren. El sonambulismo, junto con los terrores nocturnos y el despertar confusional, pertenece a las llamadas parasomnias del despertar, caracterizadas por comportamientos automáticos (como hablar, sentarse o caminar dormido) que ocurren durante el sueño profundo, cuando el cuerpo se activa pero la conciencia permanece desconectada. 

Según me explicó la psicóloga Beatriz Salas, del centro de Raíces y Alas en Lanzarote, en los niños el sueño pasa por diferentes fases, por eso es habitual que se produzcan episodios de sonambulismo. A menudo, estos casos son transitorios y no tienen un origen patológico. Sin embargo, en los adultos aparecen otros factores como el consumo de drogas, el estrés o la presencia de algún episodio traumático no resuelto.

La National Sleep Foundation estima (gracias a 51 estudios separados) que el 5% de los niños y el 1.5% de los adultos ha caminado dormidos en los últimos 12 meses, sin recordar nada al despertar. Esa cifra, aunque sea pequeña, puede esconder historias profundas y no contadas. 

El trauma no duerme 

Para que una experiencia se considere traumática, no basta con que sea grave: debe vivirse como una amenaza directa a la integridad física o emocional, y sobrepasar la capacidad de afrontamiento del individuo. Es decir, no es lo que sucede, sino lo que deja. Y a veces, deja huellas tan profundas que el cuerpo las revive incluso cuando dormimos. 

En el corazón de esta reacción se encuentra la amígdala, una estructura cerebral clave en la gestión del miedo y las emociones. Cuando vivimos algo traumático, la amígdala se activa de forma intensa y duradera, dejando al cerebro en un estado de alerta constante. Esa hiperactivación puede alterar el modo en que se procesan los recuerdos, las emociones e incluso el sueño, años después del evento original. 

Un artículo de Time titulado “Lo que el sonambulismo nos enseña sobre los efectos del trauma en el cerebro” señala que personas con antecedentes traumáticos presentan mayor actividad en la amígdala y una conectividad reducida con la corteza prefrontal, lo que dificulta la autorregulación emocional. Esa combinación, hiperemotividad (intensificación de las emociones sentidas por un individuo) y poca contención, puede manifestarse, por ejemplo, como episodios de sonambulismo, especialmente en contextos de estrés, ansiedad o agotamiento mental. 

El cuerpo recuerda lo que la mente borra 

No todos los traumas son recientes o evidentes. A veces provienen de lejos: una infancia marcada por el abandono, la violencia emocional o el descuido afectivo. En muchos casos, el adulto no recuerda con claridad lo que vivió, pero el cuerpo sí. Y durante la noche, sin las defensas conscientes activas, esas memorias emocionales pueden abrirse paso. 

La psicóloga y neurocientífica Bessel van der Kolk, autora de El cuerpo lleva la cuenta, explica que el trauma no se guarda como una historia clara, sino como pedazos sueltos: imágenes, sensaciones, emociones. Eso explicaría por qué a veces el cuerpo actúa como si aún estuviera

atrapado en ese momento. El sonambulismo, desde esta perspectiva, podría ser una forma en que el sistema nervioso intenta procesar lo que quedó encerrado. 

Un estudio publicado en Journal of Trauma & Dissociation encontró que los adultos con trastorno de estrés postraumático (TEPT) presentaban una incidencia significativamente mayor de parasomnias del despertar. La evidencia sugiere que estos comportamientos, lejos de ser simples anomalías del sueño, podrían ser señales clínicas de trauma no resuelto. 

Dormir, sí. Pero también sanar 

Cuando el sonambulismo persiste en la adultez y se vincula con antecedentes traumáticos, los especialistas insisten en que no basta con tratar los síntomas. Se requiere una mirada integral que abarque tanto la neurobiología del sueño como el abordaje emocional del trauma. 

El tratamiento suele comenzar con un diagnóstico de varias disciplinas que incluya una polisomnografía (el clásico estudio del sueño) para descartar otras causas, como apnea (trastorno del sueño en el que la respiración se detiene y vuelve a comenzar repetidas veces) o epilepsia nocturna (trastorno de origen neurótico que altera el sueño). Pero ese análisis no muestra lo que duele en silencio. Por eso, en muchos casos se recomienda una evaluación psicoterapéutica que explore experiencias pasadas, incluso aquellas que parecen olvidadas. 

Las herramientas más eficaces incluyen terapias centradas en el trauma, psicoterapia del sueño, intervenciones farmacológicas y técnicas de autorregulación personal. 

Lo que no se habla, se camina 

El sonambulismo en adultos puede ser la última estación de una historia emocional no contada. Cuando el cuerpo se levanta mientras dormimos, tal vez no está desorientado: está expresando algo que no encuentra salida en la vigilia. Tal vez por eso decidí dejar de ver el sonambulismo como una simple rareza. Porque, a veces, lo que caminamos dormidos es solo lo que no pudimos decir despiertos.

Autora: Lucía Jiménez Spínola. IES Costa Teguise

 


Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Artículo, Hipótesis, Universidad de La Laguna