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8 de mayo de 2025 – 00:00 GMT+0000
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EDITORIAL HIPÓTESIS NÚMERO 18

En los últimos años hemos venido siendo testigos de la emergencia de un fenómeno que, si bien no es nuevo, ha cobrado nueva vitalidad. Me refiero a una variedad del populismo que alude a los conceptos propios de la ciencia: el populismo científico.

El populismo científico se manifiesta en el antagonismo mostrado entre «la gente corriente» y el sentido común frente a las élites académicas y los conocimientos científicos. Esta posición cuestiona a las élites académicas y su autoridad para tomar decisiones en lo que a la investigación científica se refiere, desde la convicción de que la verdad, tal como está descrita por estos, es inferior al sentido común. El populismo científico presenta una de sus manifestaciones más evidentes cuando actores políticos, sociales o mediáticos, sobre la base de ideas pseudocientíficas, rechazan la evidencia empírica y utiliza discursos emocionales para tergiversar el conocimiento científico y respaldar sus intereses, deslegitimar a la comunidad científica o simplificar problemas complejos. 

En un reciente estudio de la FECYT se ha analizado la situación de nuestro país en relación con este fenómeno. Se analizaron cuatro dimensiones relacionadas con el populismo científico. La primera es la denominada “concepción positiva de la gente corriente”, en virtud de la cual se sostiene la creencia de que el público general no especializado posee un sentido común, una sabiduría o una intuición natural que es más fiable, moral o auténtica que el conocimiento científico o experto. La segunda es la denominada “concepción negativa sobre las élite académicas”; o, expresado de otra manera, la actitud crítica, de desconfianza o rechazo hacia la comunidad científica, los expertos e instituciones de investigación y, en general, hacia el sistema académico. Esta actitud es la que lleva a considerar a los científicos y expertas, no como autoridades confiables, sino como grupos alejados, potencialmente corruptos o antidemocráticos, que deben ser cuestionados y reemplazados por el conocimiento y las voces de la ciudadanía común. Una tercera dimensión es la demanda de soberanía para decidir sobre cuestiones relacionadas con la ciencia. Se explicita así la creencia de que la ciudadanía debería tener un papel directo, decisivo y prioritario en la toma de decisiones científicas y tecnológicas. Por último se considera la exigencia de poder determinar qué es “conocimiento verdadero”. La idea, en este caso, es que la gente común debería tener el poder de decidir qué es verdadero y qué no en el ámbito del conocimiento científico, en lugar de aceptar las definiciones y validaciones de la verdad que tradicionalmente han estado en manos de la comunidad científica y académica.

En el estudio antes citado se encontró que algo más del 30% de la muestra mostró una concepción positiva de la gente corriente, mientras que casi un 20% está muy de acuerdo con las ideas de que existe una élite académica. Un porcentaje similar (21,5%) considera que la gente debería de tener voz a la hora de decidir las prioridades de la investigación científica y un 17,6% reclama la experiencia vital o el sentido común como fuentes más fiables que la ciencia.

El populismo científico constituye una seria amenaza para el desarrollo social y económico, desde el momento que genera desinformación y socava la confianza en el conocimiento. El aumento de esta corriente social contribuye a la deslegitimación de la ciencia y de la comunidad científica, que corre paralela al rechazo del valor de las evidencias empíricas. En la medida que esto se ponga en cuestión se verán afectadas la toma de decisiones informadas en sectores clave como la salud, el medioambiente y la economía; se impedirá el desarrollo tecnológico y se contribuye a la polarización social y política, al dividir a la sociedad entre quienes confían en la evidencia y quienes se adhieren a narrativas pseudocientíficas.

¿Qué se puede (y debe) hacer desde las instituciones de educación superior para combatir el populismo científico?

Las universidades, como garantes de la ciencia, la razón y el humanismo tienen la responsabilidad de reivindicar el valor de la ciencia frente a planteamientos científicos. Y para ello son varias las líneas de actuación que se pueden desarrollar entre las cuales destacaré algunas que, no por conocidas, son menos pertinentes. 

La primera tiene que ver con la promoción, “hacia adentro” de las universidades del pensamiento crítico y del valor del método científico y de la evaluación de las fuentes de información. Se trata de enseñar ciencia no como un resultado sino como un proceso. Lejos de ser un conjunto de verdades absolutas, la ciencia es un proceso dinámico de búsqueda, de revisión y de mejora constante. En este sentido es necesario fomentar entre nuestros estudiantes la idea de que la incertidumbre es consustancial al proceso científico y que este tiene fronteras bien conocidas. 

Otras medidas son las orientadas “hacia afuera” de las instituciones de educación superior. Me refiero a la necesidad de formar a los científicos y científicas en comunicación divulgación científica y comunicación en redes sociales de manera que sepan conectar con públicos diversos sin caer en el lenguaje técnico inaccesible. Y hacerlo con empatía y humildad: comunicar sin arrogancia, reconociendo las dudas y los límites cuando sea necesario. En este grupo se ubican también aquellas actividades dirigidas a promocionar el fomento de la participación ciudadana en la ciencia mediante el impulso de proyectos de ciencia ciudadana que involucren a la sociedad en la producción de conocimiento, fortaleciendo la confianza en el trabajo científico favoreciendo la transparencia en la producción de conocimiento. cómo se generan los datos, qué conflictos de interés pueden existir y cómo se toman decisiones científicas.

Por último está la necesidad de reforzar el vínculo entre ciencia y valores sociales. Se trata aquí de establecer un diálogo entre ciencia, ética, política y sociedad y de promover la interdisciplinariedad en la formación universitaria, integrando conocimientos científicos, sociales y humanísticos para abordar problemas complejos.

Este número de HIPÓTESIS 2.0 llega con la buena noticia de que la publicación dispone de ISSN (3045-7017), lo que supone un paso importante en la consolidación del proyecto.

Por otra parte, se presenta la segunda entrega de la serie iniciada en el número anterior dedicada a presentar a la sociedad los trabajos y las líneas de investigación que se desarrollan en los institutos de investigación de la Universidad de La Laguna. En este caso se trata del Instituto de Tecnologías Biomédicas (ITB).

Como nos señala el director del mismo, el profesor Diego Álvarez de la Rosa, el ITB que cuenta ya con diecinueve años de existencia, se ha consolidado como un centro de referencia en investigación biomédica, en el que se combina la investigación básica con la clínica, realizada por grupos tanto de la ULL como de los Hospitales Universitarios de Canarias y de la Candelaria. Por su naturaleza las investigaciones adoptan un enfoque no sólo multidisciplinar sino también de transferencia y sensibles por tanto, a las necesidades sanitarias de nuestro entorno, como a los retos que emergen desde la investigación más básica. 

Con este número continuamos dando respuesta a la responsabilidad que, como universidad, tenemos para con la sociedad canaria: dar a conocer lo que se investiga, por qué se investiga lo que se investiga, cuánto cuesta y los resultados de estos esfuerzos. Con ello estamos contribuyendo a combatir el populismo científico. Y lo hacemos, no solo haciendo ciencia y defendiéndola, sino innovando para cambiar la forma en que la ciencia se enseña, se comunica y se construye junto con la sociedad. En fin, el populismo científico supone un desafío para el desarrollo social y económico, pero puede ser contrarrestado a través de una educación superior comprometida con la divulgación del conocimiento, el pensamiento crítico y la lucha contra la desinformación. Solo con una sociedad bien informada se podrá garantizar un progreso basado en la ciencia, la razón y el humanismo.

Néstor Torres Darias

Director de Hipótesis

 


Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Número 18, Artículo, Arte y Humanidades Universidad de La Laguna

https://doi.org/10.25145/j.revhip.18.02

ISSN 3045-7017

Néstor Torres Darias
Catedrático de Bioquímica de la Universidad de La Laguna.

Licenciado en Química y Doctorado en Bioquímica y Biología Molecular por la Universidad de La Laguna. Miembro del Instituto de Tecnología Biomédica (ITB), ha impartido docencia en varias universidades nacionales y extranjeras. Especializado en Modelización Matemática y Biología de Sistemas.

Bioquímica, Microbiología, Biología Celular y Genética

ntorres@ull.es