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Tenerife.
¿Cómo es posible que algo tan abstracto pueda tener un impacto tan profundo en el conocimiento y la sociedad? La investigación básica en bioquímica y biología molecular, así como en otras áreas relacionadas, representa uno de los pilares esenciales sobre los que se construye el progreso científico y tecnológico de nuestra sociedad. El verdadero valor de este tipo de investigación radica en su capacidad para desentrañar los mecanismos que sustentan la vida y, sin embargo, sus frutos más llamativos suelen asociarse a aplicaciones médicas o biotecnológicas. En realidad, buena parte de los grandes avances médicos, industriales, agrícolas o aquellos relacionados con la protección ambiental se construyen sobre la base que constituye el conocimiento y el entendimiento de cómo funcionan las células, cómo se regulan los genes, cómo se pliegan y actúan las proteínas, o cómo se comunican las distintas rutas metabólicas. Sin este saber profundo, todo intento de intervención, mejora o innovación sería un ejercicio de ensayo y error carente de dirección y con escasas posibilidades de éxito.
No es de extrañar, por lo tanto, que la investigación básica tanto en bioquímica como en biología molecular haya provocado verdaderas revoluciones científicas que transformaron por completo el campo de las ciencias de la vida, cambiaron paradigmas y abrieron nuevas áreas de investigación, tecnologías y aplicaciones. De hecho, la historia de la ciencia está repleta de ejemplos. La inquietud por llegar a comprender el material genético impulsó el descubrimiento de la estructura del ADN y la caracterización de los mecanismos de replicación y transcripción. Estos hallazgos sentaron las bases de la genética moderna y la biotecnología y permitieron, entre otros, la comprensión de enfermedades genéticas. Asimismo, la elucidación de las rutas metabólicas o el estudio de las enzimas han permitido desde el desarrollo de antibióticos hasta la producción de insulina recombinante, pasando por la creación de cultivos resistentes a plagas o enfermedades. Aunque quizás no sea intuitivo en primera instancia, cada avance en el conocimiento básico ha abierto la puerta a nuevas preguntas, a nuevas aplicaciones y, sobre todo, a una visión más integrada y precisa de los procesos biológicos ayudando a cimentar el progreso.
En el ámbito de la salud, la investigación básica ha sido y sigue siendo el motor que impulsa la medicina de precisión, la terapia génica, la inmunoterapia y el desarrollo de vacunas innovadoras. Muchas de las terapias que hoy salvan millones de vidas nacieron de la observación y el análisis de procesos celulares aparentemente alejados de la clínica a los que hoy en día se ha encontrado aplicación. Por citar un caso, el estudio de las proteínas kinasas, inicialmente estudiadas desde una visión puramente bioquímica, ha permitido el diseño de fármacos dirigidos contra el cáncer. Asimismo, la comprensión de la regulación epigenética ha abierto la puerta a tratamientos para enfermedades hasta hace poco intratables. Incluso, la rápida respuesta frente a una emergencia sanitaria, como lo fue la pandemia de COVID-19, resultó posible gracias a décadas de investigación básica en ARN, biología estructural y sistemas de expresión génica. Sin ese conocimiento previo, el diseño de vacunas de ARN mensajero, en el tiempo récord en el que se diseñaron, habría sido impensable.
La importancia de la investigación básica trasciende del ámbito biomédico. En agricultura, la identificación de genes responsables de la resistencia a plagas o de la tolerancia a la sequía ha permitido el desarrollo de variedades más productivas y sostenibles. Del mismo modo, el estudio de la fotosíntesis a nivel molecular ha abierto la puerta a optimizar la captación de energía solar y a diseñar cultivos más eficientes que, aunque aún no se han comercializado podrían hacerlo en un futuro cercano. Asimismo, en el campo de la biotecnología industrial, por una parte, la caracterización de enzimas y rutas metabólicas ha permitido la producción de biocombustibles, plásticos biodegradables y compuestos de alto valor añadido a partir de materias primas renovables. Y, por otra parte, la investigación básica ha facilitado la puesta en marcha de la biorremediación, es decir, el uso de microorganismos para limpiar contaminantes. De hecho, esta se basa enteramente en el conocimiento detallado de los mecanismos moleculares de degradación y asimilación de compuestos tóxicos.
Además, son muchos los grandes retos científicos del siglo XXI que podrán abordarse gracias a la interdisciplinariedad que fomenta de forma intrínseca la investigación básica. Esta propicia la colaboración necesaria que facilitará la búsqueda de soluciones frente al cambio climático, la resistencia a los antibióticos o la seguridad alimentaria, entre muchos otros. Estos problemas, debido a su complejidad, requieren de enfoques integrados que combinen el conocimiento aportado desde diferentes áreas como la biología molecular, la genética, la bioinformática, la física, la química, la ingeniería, etc. Esta convergencia de disciplinas por sí misma enriquece la ciencia, pero va más allá y da lugar a una sinergia que genera nuevas oportunidades de innovación y desarrollo económico. La evidencia revela que los países y regiones que apuestan por la investigación básica generan ecosistemas de conocimiento que atraen talento e inversión. Pero las virtudes de la investigación básica no acaban aquí, otro aspecto esencial de la investigación básica es su papel en la formación de nuevas generaciones de científicos y científicas. Los laboratorios de investigación básica son escuelas de pensamiento crítico, creatividad y rigor experimental. En ellos, los estudiantes y los científicos noveles aprenden a formular hipótesis, diseñar experimentos, analizar datos y comunicar resultados. Este proceso de aprendizaje es, en sí mismo, una contribución fundamental al progreso social, ya que dota a la sociedad de profesionales capaces de afrontar los desafíos del futuro con herramientas intelectuales sólidas y una mentalidad abierta a la innovación.
Sin embargo, la investigación básica se enfrenta en muchas ocasiones a la presión por obtener resultados con una posible aplicabilidad inmediata o a la necesidad de justificar la inversión pública. Estos hechos normalmente conducen a una financiación insuficiente para aquellos proyectos cuyo impacto sólo se percibirá a largo plazo. Y, pese a que la experiencia muestra que cada euro invertido en ciencia básica retorna multiplicado en forma de patentes, desarrollo empresarial, empleo y bienestar social, esta realidad persiste.
¿Y si la clave para resolver los desafíos del futuro ya estuviera en los laboratorios de hoy? Esta reflexión sirve para comprender que la investigación básica es mucho más que una actividad académica o un requisito curricular y, como tal, debemos valorarla como la apuesta por el conocimiento y la creatividad que es. Para ello, la sociedad debe entender que la investigación básica no es un lujo, sino una necesidad que lejos de ser un capricho, es el motor que ha permitido a la humanidad superar crisis, mejorar la salud y el bienestar, y avanzar hacia un futuro más sostenible. De ella han surgido y surgirán las soluciones a los problemas más acuciantes y servirá de simiente a las preguntas que impulsarán el progreso de las próximas generaciones. Apostar por la investigación básica hoy es apostar por el futuro; es una inversión en la humanidad y en la capacidad de la ciencia para transformar el mundo.
Autora: Cristina Yunta
Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Número 18 Artículo, Hipótesis, Universidad de La Laguna
https://doi.org/10.25145/j.revhip.18.04
ISSN 3045-7017
Doctora por la Universidad de La Laguna con la tesis Hiperoxaluria primaria tipo i enfermedad conformacional 2009. Dirigida por Dr. Eduardo Carlos Salido Ruiz.
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