Avda. Trinidad, Nº 61. Aulario Torre Profesor Agustín Arévalo. Planta 0.
C.P. 38071 San Cristóbal de La Laguna.
Tenerife.
Durante siglos, entender por qué y cómo madura el cuerpo humano ha sido una de las grandes preguntas de la medicina. Desde los primeros estudios anatómicos hasta las tecnologías más avanzadas de hoy, los médicos han buscado una forma precisa, rápida y fiable de saber si el esqueleto del niño se está desarrollando correctamente o no. Hoy, una nueva revolución ha comenzado a transformar este campo: la llegada de la inteligencia artificial al estudio de la maduración humana.
Aunque parezca cosa del futuro, esta transformación ya viene progresando desde hace varios años. En hospitales y centros de salud de todo el mundo se están utilizando sistemas informáticos capaces de interpretar imágenes médicas como radiografías, tomografías y resonancias, y que están transformando la manera en que los médicos evalúan la madurez ósea en niños y adolescentes. Y lo más alentador de todo es que, por primera vez, estas nuevas herramientas diagnósticas tienen el potencial de ser accesibles para todos, sin importar el lugar del mundo donde nos encontremos.
Una mirada al pasado
Para comprender el valor de la inteligencia artificial en este contexto, es necesario recordar cómo se ha evaluado históricamente la maduración infantil. Durante décadas, los médicos se han basado en el análisis de radiografías de la mano izquierda. Esta parte del cuerpo, rica en huesos y centros de crecimiento, ofrece una imagen muy representativa de la madurez biológica de un menor.
¿Por qué la mano izquierda? Es una convención establecida para unificar los criterios de evaluación. Lo importante es que en esta mano se puede observar, con claridad, cómo avanza la osificación de los huesos, un proceso que indica en qué fase de desarrollo está una persona joven.
Este método se perfeccionó en el siglo XX gracias al trabajo de investigadores como Todd y sus discípulos Greulich y Pyle, quienes elaboraron en 1959 un atlas de radiografías canónicas clasificadas por edad y sexo. Su objetivo era proporcionar una guía visual y accesible para que los evaluadores pudieran comparar la mano izquierda de un paciente y estimar su “edad ósea”, obteniendo así una medida cuantitativa de la maduración biológica.
Sin embargo, el atlas tenía un inconveniente muy difícil de esquivar: estaba basado exclusivamente en niños norteamericanos de origen caucásico, lo que limitaba su validez en otras poblaciones del mundo.
Madurar diferente también es cosa de humanos
A medida que se aplicaba este método en diferentes regiones, los profesionales comenzaron a notar algo importante: no todos los niños maduran al mismo ritmo, ni de la misma forma. Factores como la genética, la alimentación, el clima o el entorno familiar influyen de manera significativa en el desarrollo físico.
Un ejemplo claro de esta circunstancia se dio en las Islas Canarias en la década de los 70 del siglo pasado. Médicos como Manuel Bueno Sánchez y Francisco Toledo Trujillo compararon los resultados del método tradicional con los patrones de desarrollo de la población canaria, y descubrieron discrepancias importantes. En muchos casos, el atlas norteamericano sobrestimaba o subestimaba la edad biológica real de los niños y adolescentes de las Islas. Esto puso sobre la mesa la necesidad de crear referencias locales, adaptadas a las características genéticas y ambientales de cada región.
Esto supuso un punto de inflexión, pues por fin se empezaba a entender que la maduración no podía medirse con una única vara. Pretender aplicar un solo criterio universal era como intentar que todas las personas encajaran en el mismo molde, como la legendaria cama de Procusto. Cada población necesita sus propios estándares normativos, definidos a partir de datos reales y del contexto en el que vive.
La inteligencia artificial entra en escena
Aquí es donde la tecnología está jugando un papel fundamental. Gracias a la inteligencia artificial, los médicos cuentan ahora con apoyo digital que reduce la necesidad de comparar manualmente las radiografías con patrones estáticos. Sistemas como BoneXpert o GRAIL han sido entrenados con miles de radiografías y son capaces de reconocer con gran exactitud los signos de la maduración ósea. En unos pocos segundos, ofrecen un informe que indica en qué punto del desarrollo se encuentra el niño y qué falta por madurar.
Gracias a su solidez, la inteligencia artificial puede reducir los márgenes de error derivados de interpretaciones subjetivas. Además, permite analizar grandes volúmenes de datos de manera rápida y segura, lo que es ideal para hospitales con alta demanda o centros de salud con menos recursos.
Pero eso no es todo. Estos sistemas también hacen posible lo que antes era impensable: generar tablas de maduración específicas para cada país o región, adaptadas a su realidad genética y cultural. Así, se puede evaluar a un niño latinoamericano, africano o asiático con un modelo diseñado a partir de datos locales, no con uno importado de otra zona geográfica.
Un futuro prometedor
Lo que viene es aún más sorprendente. Ya se están desarrollando aplicaciones móviles que podrían llevar este tipo de diagnóstico a cualquier rincón del mundo. Un pediatra en una zona rural podría, con su teléfono, escanear una radiografía y obtener un análisis automatizado en cuestión de segundos. Esto representa un avance cualitativo enorme, especialmente en lugares donde no hay especialistas disponibles o los recursos son muy limitados.
También se trabaja en integrar esta tecnología con las historias clínicas electrónicas, para hacer un seguimiento más exhaustivo de la maduración de cada paciente a lo largo del tiempo. Esto no solo facilitará la detección temprana de alteraciones del crecimiento, sino que también hará posible personalizar los tratamientos, aumentando su eficacia y reduciendo los posibles efectos secundarios.
La maduración infantil como prioridad global
Más allá de los avances tecnológicos, el objetivo continúa siendo el mismo: entender mejor cómo maduran los niños para poder ofrecerles una infancia saludable y equilibrada desde todos los puntos de vista. Lo que ha cambiado es la forma de hacerlo.
Gracias a la inteligencia artificial, la ciencia del desarrollo humano —la Auxología— está entrando en una nueva fase. Una fase en la que ya no se depende únicamente del ojo humano ni de estándares desactualizados. Una fase que nos acerca a una medicina más exacta, más justa en definitiva.
Porque si hay algo que todos los niños del mundo merecen es que les demos la oportunidad de madurar en un entorno que comprenda y respete su ritmo, su origen y sus necesidades.
Autores: Isidro Miguel Martín Pérez y Sebastián Eustaquio Martín Pérez
Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Número 18 Artículo, Hipótesis, Universidad de La Laguna
Escuela de Doctorado y Estudios de Posgrado (Universidad de La Laguna)
Isidro Miguel Martín Pérez finalizó la carrera de Medicina en la Universidad de La Laguna (ULL) en 2018. Actualmente cursa el grado de Antropología Social y Cultural en la misma universidad. Además, actualmente se encuentra inscrito en el Programa de Doctorado en Ciencias Médicas y Farmacéuticas, Desarrollo y Calidad de Vida.
Escuela de Doctorado y Estudios de Posgrado (Universidad de La Laguna)
Es investigador en el ámbito de la salud y el bienestar, con un enfoque en el dolor crónico, el apoyo social y la salud urbana. Su trabajo analiza cómo el entorno, la conexión social y la naturaleza influyen en enfermedades como la fibromialgia. Actualmente, desarrolla estudios sobre la intersección entre neurociencia, urbanismo y salud pública, con especial interés en poblaciones vulnerables.
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