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Evolución vs Creacionismo: un debate anacrónico

5 de julio de 2025

 

Las ideas evolucionistas que explican el origen de nuestra biodiversidad se remontan hasta varios siglos antes de la Era Cristiana. No obstante, durante largo tiempo y hasta el siglo XIX imperaron ideas creacionistas que esencialmente afirmaban que una entidad superior había insuflado vida a la materia inerte, surgiendo así seres vivos inmutables a los que se negaba la posibilidad de evolucionar. No obstante, con el desarrollo de las ciencias durante el siglo XVIII los naturalistas empezaron a sentirse cada vez más incómodos con estas ideas, siendo inevitable el planteamiento de las primeras teorías evolucionistas durante el siglo XIX; primero Lamarck, con  la teoría de los caracteres adquiridos y después con Darwin y Wallace, que propusieron a la selección natural como motor del cambio evolutivo.

Aunque la publicación de El Origen de las Especies en 1859 generó enconados debates entre seguidores y detractores, y pese a algunas lagunas en la tesis darwinianas, la coherencia y la solidez de las evidencias hicieron que las ideas evolucionistas fueron ampliamente aceptadas por las personas de ciencia. La cuestión debió quedar zanjada en el siglo XIX y el creacionismo deberían ser a día de hoy una anécdota histórica, una de tantas interpretaciones erróneas que los humanos hemos hecho de la naturaleza, como el bien conocido pensamiento terraplanista. 

No obstante, en la actualidad todavía hay quienes niegan la evolución y proponen explicaciones alternativas en las que la naturaleza es obra de un divino creador y por tanto el resultado de un  “diseñador inteligente”. La naturaleza, como no podría ser de otra manera, sería por tanto una obra de ingeniería. 

Lo cierto es que la Biología dispone de muchas pruebas que demuestran irrefutablemente la evolución. Así por ejemplo, los fósiles evidencian que la fauna y la flora fueron diferentes en el pasado y al mismo tiempo guardan relación con las especies actuales, permitiendo explicar además, mediante los fósiles transicionales, la evolución entre los diferentes grupos de seres vivos. Ejemplo de esto son las arqueornitas, como el famoso Archaeopteryx dotado de dientes, garras, cola reptiliana y a la vez plumas, y que explican la transición entre un grupo de dinosaurios y las aves.

Por otra parte, la anatomía comparada nos permite reconocer, por ejemplo, la conservación del diseño básico entre las extremidades de los vertebrados, revelando su origen común. La distribución geográfica de los grupos de seres vivos actuales y extintos también encuentran un explicación coherente en la evolución y hay además pruebas embriológicas y bioquímicas que permiten incluso elaborar diagramas que reflejan el parentesco evolutivo entre las especies.

No obstante, los defensores del diseño inteligente promueven la idea de que determinados mecanismos propios de los seres vivos, como son el sistema inmunológico, el flagelo bacteriano o la coagulación de la sangre, por su complejidad no pueden ser producto de la selección natural y deben ser el resultado de una planificación y ejecución perfecta, atribuible únicamente a alguna deidad.  Sin embargo,  a poco que estudiemos Biología, nos damos cuenta que las soluciones evolutivas a los retos que enfrentan las especies no son precisamente obra de un ingeniero sino más del oportunismo y la improvisación. La literatura científica recoge muchos de estos ejemplos, siendo el sexto dedo del oso panda uno de los más conocidos. Se trata de un pulgar oponible, similar en apariencia al que tenemos todos los primates, que este animal posee para manipular los tallos de bambú. 

¿Cómo surge este pulgar oponible desde un diseño anatómico tan diferente como es la garra de un oso?

El célebre paleontólogo Stephen Jay Gould explica que esto se consigue mediante el desarrollo de un hueso de la muñeca, el sesamoide radial, al que se le dota de la musculatura adecuada para funcionar como un pulgar. Esto desmonta fácilmente la idea del diseño inteligente, no es la solución ideal que plantearía un ingeniero. Por el contrario es una solución más bien chapucera que funciona lo suficientemente bien como para resultar de utilidad en el formidable reto de manipular tallos de bambú con una extremidad que sus ancestros usaron para una finalidad bien diferente (cazar, escarbar, trepar, correr, etc). 

Sin duda la simple observación de la naturaleza nos muestra otros mecanismos biológicos más elaborados, como por ejemplo el ala de un ave. Esto podría hacernos pensar que un diseño tan bueno no puede ser el resultado del ensayo y error, pero debemos tener en cuenta que la evolución ha dispuesto de mucho tiempo para intentar diferentes soluciones al problema del vuelo, obteniendo así un resultado satisfactorio. Además, los pterosaurios (grupo de reptiles mesozoicos extinto junto a los dinosaurios) también dominaron los cielos antes que la aves, aunque con una aproximación anatómica diferente y no tan buena. ¿Fue éste un diseño no tan inteligente?

Pero si la ciencia tiene tantas pruebas de la evolución, ¿por qué se sigue defendiendo con obstinación el creacionismo? 

Quizá la respuesta está en que el creacionismo, por su sencillez, es una explicación fácilmente comprensible y arraigada desde que existe la humanidad. Se fundamenta en creencias personales que no necesitan evidencias, que se transmiten de una generación a otra y aprendemos desde pequeños sin cuestionar. 

Hay muchos debates que pueden plantearse en el ámbito de la evolución biológica; por ejemplo, podemos argumentar que el cambio es gradual, como propone el neodarwinismo o por el contrario podemos defender que se alternan periodos de evolución rápidos con otros en las que las especies apenas cambian, como plantea la teoría del equilibrio puntuado. No obstante, no parece razonable plantear si las especies evolucionan o no. Debido a la contundencia de las pruebas,  negar la evolución biológica y/o promover que los seres vivos son el resultado de un diseño inteligente no son posturas defendibles desde una aproximación científica. Tal como sentenció Dobzhansky, «nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución» y sostener el pensamiento creacionista es simplemente un anacronismo.

Autores:

Ariana Brito Codes, Ricardo Fernández Felipe. 2º de Bachillerato del IES Alonso Pérez Díaz de  Santa Cruz de La Palma


Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Artículo, Hipótesis, Universidad de La Laguna