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¿Alguna vez has sentido “mariposas” en el estómago cuando estabas nervioso? ¿O te ha pasado que cuando algo te da mucho asco “se te revuelven las tripas”? O seguramente en algún momento has estado muy triste y tenías el estómago “cerrado”. Pues todos estos son ejemplos de tu intestino y tu cerebro comunicándose.
Estas sensaciones no son casuales: tienen una base biológica. El intestino posee su propio sistema nervioso, el sistema entérico, por lo que se le llama el “segundo cerebro”. Alberga millones de neuronas y cientos de miles de millones de microbios —más que células en el cuerpo—, conocidos como microbiota intestinal. Esta comunidad simbiótica, compuesta sobre todo por bacterias, influye en la absorción de nutrientes, la producción de vitaminas, la prevención de infecciones y nuestra salud mental.
Comprender la complejidad de nuestra microbiota intestinal es clave para investigar cómo esta afecta a otras funciones del cuerpo. En esta línea, una de las relaciones más fascinantes es el vínculo entre el intestino y el cerebro. Y es que ambos órganos están constantemente comunicándose. Es más, están hasta físicamente unidos por el nervio vago, una especie de autopista que los conecta directamente. Esta comunicación bidireccional se basa en la conexión de redes endocrinas, inmunitarias y neurales, que sirven de canal conductor para transportar la información sobre el estado de las funciones de diversos órganos y el estado de salud de nuestro cuerpo.
Numerosos estudios respaldan esta idea. Por ejemplo, en un artículo publicado en el portal de National Geographic España en 2022, Premsysl Bercik, investigador destacado en neurogastroenterología en la Universidad MCMaster de Canadá, explica “las bacterias desempeñan un papel crucial para producir ansiedad y depresión”. Asimismo, la alimentación y otros aspectos del estilo de vida de los pacientes están cobrando cada vez mayor relevancia en el campo de la psiquiatría.
Con el objetivo de explorar cómo las personas perciben la conexión entre el estado emocional y su salud digestiva, realicé una pequeña encuesta entre el alumnado del IES Costa Teguise (Lanzarote). Aunque no se trata de un estudio científico, los resultados ofrecen pistas interesantes sobre cómo este vínculo es vivido en la experiencia cotidiana. Se realizaron dos tipos de preguntas, unas relacionadas con hábitos saludables y la otra con estados anímicos. Mi hipótesis de investigación era que si los encuestados referenciaban a la vez hábitos saludables y estados anímicos positivos, la relación entre una microbiota intestinal sana y un estado psicológico de bienestar podría si no demostrarse, dadas las limitaciones de estudio, al menos reforzarse en línea con las investigaciones científicas ya realizadas.
Dado que los factores asociados a una microbiota sana son los hábitos alimenticios, el buen descanso y la práctica de actividad física, las preguntas estaban formuladas siguiendo este mismo esquema. Además, con el fin de acotar la sintomatología, se añadieron preguntas relacionadas con diferentes indicios que podrían indicar problemas en el tracto digestivo así como afirmaciones relacionadas con estados psicológicos como el estrés o la depresión.
En términos generales, los resultados obtenidos fueron bastante positivos. Un 40,3 % del alumnado indicó que practica actividad física cinco o más veces por semana, mientras que solo un 3,1 % afirmó no realizar ningún tipo de ejercicio físico. En relación con el sueño, un 83,6 % manifestó dormir más de seis horas de media entre semana, y dentro de este grupo, un 42,1 % supera incluso las ocho horas recomendadas.
En cuanto a los hábitos alimenticios, se les preguntó por la frecuencia de consumo de determinados grupos de alimentos. Un 76,1 % declaró consumir frutas y verduras con regularidad, un 56 % productos lácteos, un 45 % alimentos ricos en fibra, un 23,9 % productos ultraprocesados y un 5 % productos fermentados como el kéfir o la kombucha.
Con base en los datos obtenidos, se puede afirmar que, en términos generales, la mayoría de los encuestados mantiene hábitos alimenticios saludables que contribuyen al buen estado de su microbiota.
Para conocer el estado general de salud del alumnado que podría estar relacionado con su microbiota, se les preguntó acerca de síntomas comúnmente asociados al aparato digestivo, como hinchazón abdominal, gases, estreñimiento, diarrea y dolor o malestar estomacal. El síntoma más frecuente fue la presencia de gases y flatulencias, aunque la mayoría indicó experimentarlo solo de forma ocasional.
En cuanto a la identificación con una serie de afirmaciones relacionadas con su estado emocional. La menos reconocida fue «sentirse triste o deprimido», mientras que la afirmación con la que más personas se identificaron fue «sentirse estresado/a».
Para poder recabar también datos de carácter cualitativo, se añadieron al formulario tres preguntas de tipo abierto. Una de ellas preguntaba si creían tener buenos hábitos en base a las respuestas dadas. Aunque varios reconocieron que había aspectos que podrían mejorar, la mayoría consideró que sí tenía buenos hábitos.
A pesar de que se trata de una muestra limitada, los resultados reflejan un interés creciente por parte de los jóvenes en mantener un estilo de vida saludable. Sin embargo, el estrés
parece ser una constante, lo que podría estar influyendo en algunos síntomas digestivos reportados porque la relación microbiota-cerebro es bidireccional y también los estados psicológicos pueden llegar a afectarnos físicamente. Pero si la microbiota es única en cada uno de nosotros, ¿qué podemos hacer para mejorarla?
Muchos de los microbios que habitan en nuestro intestino los heredamos de nuestra madre al nacer, especialmente durante el paso por el canal vaginal en el parto. Esto es lo que hace que la microbiota de cada individuo sea como su huella dactilar: única. Estos microorganismos nos acompañan a lo largo de toda la vida, por lo que se considera que la infancia es una etapa clave para establecer buenos hábitos que favorezcan un estilo de vida saludable.
Pero también hay cosas que nosotros podemos hacer. Como explica la doctora Rodríguez Urrutia en un capítulo de El cazador de cerebros, “las bacterias intestinales se nutren de lo que le damos, y producen sustancias buenas o malas según les ofrezcamos”.
Comprender el papel de la microbiota en nuestra salud física y mental nos invita a mirar el cuerpo no como un sistema aislado, sino como un ecosistema en equilibrio. Mejorar nuestra microbiota no requiere grandes transformaciones, sino pequeños gestos cotidianos: alimentarnos bien, movernos, descansar, reducir el estrés, etc. Quizás no podamos cambiar nuestra genética, pero sí podemos decidir qué ofrecer a esos billones de microbios que habitan en nosotros. Al final, ellos también cuentan nuestra historia.
Autor: Amy Braun. IES Costa Teguise
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Artículo, Hipótesis, Universidad de La Laguna