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Vivir en Jurassic Park: entre la desextinción y la preservación 

     

5 de julio de 2025

 

La desextinción de especies ha sido un tema recurrente, tanto en el mundo de la ficción como en el de la ciencia y es que el anhelo de volver a ver a seres que ya no existen nos ha cautivado desde hace milenios, no solo a los artistas sino a la comunidad científica. Pero, ¿es posible traer estos animales de vuelta a la vida? ¿Debemos hacerlo? ¿No sería preferible concentrar nuestros esfuerzos en proteger a los que aún existen? 

En películas como Jurassic Park (Steven Spielberg, 1993) y libros como Viaje al Centro de la Tierra (Julio Verne, 1864) se especuló con la posibilidad de revivir a los dinosaurios. Ese antiguo sueño ha resurgido mucho más fuerte recientemente, con el planteamiento de la desextinción de especies como el mamut lanudo, el dodo o el tigre de Tasmania. La idea tiene su lógica: se calcula que cada año desaparecen del planeta entre 17.000 y 35.000 especies, una alarmante cifra que refleja una perturbadora realidad: la velocidad a la que estamos acabando con la biodiversidad del planeta es unas 1.000 veces mayor que en épocas anteriores a la expansión humana. Lo que plantea un dilema urgente: ¿debemos invertir en resucitar el pasado o en salvar el presente? En colaboración con el Dr. Mariano Hernández Ferrer, del Departamento de Bioquímica, Microbiología, Biología Celular y Genética, del Instituto Universitario de Enfermedades Tropicales y Salud Pública de Canarias, hemos buscado respuesta a este dilema. 

En realidad, irónicamente, la desextinción no es muy relevante para la ciencia, se trata de un reto o un logro:  poder “revivir” o crear vida. Sería más beneficioso centrar los recursos en proteger a las especies existentes que usarlos en reanimar especies ya extintas.  Pensemos en nuestras Islas Canarias, un punto caliente de biodiversidad mundial, donde los recursos y esfuerzos científicos estarían bien centrados en preservar las especies existentes. 

En el hipotético caso de que se logrará devolver la vida a especies extintas, no disponemos de las condiciones ambientales adecuadas para que prosperen en esta era tecnológica. Las especies antiguas vivieron en un periodo donde las condiciones climáticas, la atmósfera, depredadores y presas eran muy diferentes de las que tenemos actualmente.  Tendríamos que recrear el hábitat o el contorno en el que ellos vivieron, provocando un desequilibrio con el riesgo de extinguir otras especies actuales. 

Por otra parte, se suman las dificultades técnicas. Si bien las técnicas genéticas han avanzado mucho en los últimos años, el ADN de estas especies está muy dañado y fragmentado quedando muy lejos del original. El genoma de una especie es como un libro.  Un libro que originalmente hubiera tenido 500 páginas, hoy, miles de años después es posible que solo tuviera 50 de ellas. No podríamos descifrar su contenido real y tendríamos que rellenarlo con hojas de libros de organismos actuales semejantes. Siendo ese el caso del ADN antiguo, nunca tendríamos el libro original. A excepción del mamut encontrado recientemente en permafrost, cuyos genes fueron preservados por las bajas temperaturas y que mantendrá las 500 páginas de su genoma o en su defecto las 490.

Recientemente, un equipo de la empresa científica Colossal Bioscience ha revelado haber desextinguido al Lobo Gigante, respaldados  por su inversor George R.R. Martin, escritor de Juego de Tronos (1996). Pues los especímenes de lobo: Romulus, Remulus y Khaleesi (este último en homenaje a Daenerys Targaryen, personaje de la obra de Martin). Resultan no ser una desextinción real, sino más bien una reinterpretación genética “cuidadosamente calculada”, un animal que nunca existió como tal. Para hacer esto se ha utilizado la técnica de CRISPR-Cas9, una técnica genética con la capacidad de modificar los genomas e interactuar con ellos de la forma que deseemos.

 Esta asombrosa técnica CRISPR permite modificar secuencias concretas de ADN de manera específica, a voluntad y como si de un texto de Word se tratase. El sistema, que les valió a las científicas Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna el Premio Nobel de Química de 2020, diseña un ARN-guía que localiza y se pega a una zona concreta de ADN que nos interesan por cualquier razón. La modificación genética puede llegar a ser muy útil y, aunque CRISPR abre posibilidades altamente fascinantes, sus aplicaciones más prometedoras están en la medicina y no tanto en la desextinción.

Aún en el caso de tener todo el material genético de una especie extinta (mamut) y poder reconstruir su “libro” otros problemas nos vienen a la mente. Habría que implantar un embrión, con solo el ADN de la especie extinta, en una hembra actual relacionada, a la que habría que inmunodeprimir para evitar el rechazo que normalmente se produciría por la diferencia en su ADN. Pero, además, si no reconstruimos un número importante de individuos, todos los especímenes que nacerían serían genéticamente idénticos, apareciendo entonces los efectos de la endogamia que conduciría a la extinción de la misma nuevamente. 

Por tanto, el esfuerzo de la ciencia y concretamente de las novedosas herramientas genéticas como CRISPR, son más relevantes en el campo de la Biomedicina. En estas semanas precisamente hemos conocido el caso de K. J.: el primer bebé tratado de una enfermedad metabólica rara con CRISPR. El pequeño K.J. nació con una enfermedad mortal que impedía al cuerpo del bebé procesar proteínas. Tras pasar los primeros seis meses de vida en el hospital con una dieta estricta para evitar la intoxicación, un equipo del Hospital de Niños de Filadelfia creó una terapia genética personalizada de forma urgente con CRISPR. La medicina modificó de forma precisa el ADN de K.J. para corregir la mutación que le hacía enfermar. Unos meses más tarde, el bebé está sano y en su casa. A pesar de ser una técnica poco probada en el ámbito de la salud, nos abre muchas puertas prometedoras al futuro de la biomedicina.  

A muchos nos fascinaría ver algún coloso prehistórico como puede llegar a ser el mamut lanudo, un lobo terrible o un “dientes de sable”. Pero la realidad es que es improbable ya que al estar su ADN tan degradado es casi imposible replicarlos, y lo más importante, nuestro mundo actual ya no está hecho para ellos. En su lugar deberíamos proteger las especies que aún nos acompañan y, como la extinción de especies es inevitable, podríamos dedicar nuestros esfuerzos para mantener el equilibrio del planeta, sin sustituir lo que aún podemos salvar.

Autores: Rodney A. Castillo Cartaya y Adrián Gámez Fernández. IES Marina Cebrián

 


Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Artículo, Hipótesis, Universidad de La Laguna