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Mancharse las manos con la filosofía

lunes 28 de octubre de 2019 - 12:14 GMT+0000

Adela Cortina posa en el Campus de Guajara antes de impartir su conferencia sobre aporofobia.

Catedrática de Filosofía Moral en la Universidad de Valencia, Adela Cortina Ors es una de las grandes pensadoras de nuestro país. Es acreedora del  Premio Internacional de Ensayo Jovellanos, Premio Nacional de Ensayo y Gran Cruz de la Orden de Jaume I el Conqueridor, más recientemente. Pero tanto galardón no separa a la filósofa ni un ápice de la realidad, no en vano ha montado la Fundación Étnor para llevar el comportamiento ético a todo tipo de entidades. Sencilla, amable, Cortina tiene claro que la filosofía debe salir de los gabinetes y mancharse las manos con el día a día, para aportar raciocinio y pensamiento crítico a los retos de las sociedades.

¿Cómo llega usted a la filosofía?

De pequeña me gustaba todo, el latín, el griego, las matemáticas, la filosofía…era difícil elegir, y de hecho empecé el Bachillerato de ciencias. Lo cierto es que las clases de ciencias no eran ninguna maravilla y creo que al final nos pasamos todos a letras. Me hubiera gustado cualquier cosa, pero tuve un profesor excelente, Fernando Cubells, que nos daba unas clases maravillosas de filosofía griega, y entonces pensé que aquello era lo mío. Así que lo decidí casi al final del Bachillerato.

En un mundo lleno de dogmatismos, por un lado, y de relativismos, por otro, ¿qué aporta hoy la filosofía?

La filosofía tiene que seguir aportando la crítica, que quiere decir discernimiento. Quien discierne no puede ser dogmático ni fundamentalista, pero tampoco puede ser relativista. Está claro que hay un grupo de principios que son universales pero que no se pueden imponer. La persona con un ‘pathos’ filosófico de verdad se deja criticar, pero también tiene convicciones, no podemos vivir sin ellas. Necesitamos una ciudadanía lúcida, capaz de distinguir.

A usted la han definido como una activista de la ética, el instrumento que se usa para pasar de la teoría a los hechos. ¿Se identifica con esa etiqueta?

La filosofía se tiene que manchar las manos, no puede quedar en los gabinetes y en las aulas, sino que tiene que pasar a la acción. En ese sentido, hoy hay mucha demanda de reflexión filosófica ética y política. La gente se da cuenta de que las posiciones filosóficas ayudan a hacer las cosas mejor. Los filósofos tenemos que vivir de la sociedad, pero también para la sociedad. Hemos de estar dispuestos a intervenir en cualquier debate de la vida cotidiana. Tengo claro que la filosofía comprometida es la más interesante.

¿Se ha perdido la argumentación serena en Cataluña? ¿Qué opinión tiene del cuestionamiento de la estructura judicial por parte de agentes que forman parte del sistema democrático?

Creo que una democracia tiene que aceptar claramente la separación de poderes y sabemos que el estado de derecho se constituye, como decía Kant, cuando a la hora de dirimir los conflictos encontramos a un juez y no tenemos que ir a la guerra. Este es el gran paso que hemos dado desde el estado de naturaleza al estado de derecho. Puede no estarse de acuerdo con las decisiones judiciales, y para eso caben los recursos y las vías legales. Las posiciones que se están tomando en Cataluña son absolutamente retrógradas y nos devuelven al estado de naturaleza.

La desafección que tienen los ciudadanos hacia la política ¿pone en riesgo la propuesta de democracia deliberativa que ha hecho usted en multitud de ocasiones?

Yo lo tengo muy claro. Hoy en día se habla de la muerte de la democracia y creo que en España no es así en absoluto. Este país, según The Economist, está incluido en la lista de los veinte países con democracias plenas. Los ciudadanos españoles no dicen en las encuestas que prefieren un régimen totalitario ni que les gustaría tener un dictador…Todo lo que dicen es que no hay suficiente democracia, que habría que mejorarla. En España no hay por tanto ningún tipo de protesta frente al sistema democrático en el sentido de que no sea legítimo, sino todo lo contrario.

Otra cosa es que las actuaciones políticas o el funcionamiento de las instituciones haya llevado a la pérdida de credibilidad en personas o entidades, con lo cual se produce cierta desafección, obviamente, pero no frente a un sistema político que es el mejor posible. Lo que no podemos pedirle a la democracia es lo que no nos puede dar, porque se trata de una forma de organización política, no otra cosa. No se le puede pedir la felicidad, porque no tiene por qué darla.

¿La exhumación de los restos de Franco es una conquista política o es un paso más que había que dar en la historia de nuestro país?

Es un paso más que había que dar. No tenía ningún sentido que los restos del dictador estuvieran en un lugar honorífico, cuando pueden estar en cualquier otro sitio, como los restos de cualquier persona. La conquista de la democracia consistirá, entre otras cosas, en conseguir que todo el mundo tenga un puesto de trabajo, que las pensiones sean dignas o que tengamos una sanidad de calidad.

Pretende usted con la Fundación Étnor llevar la ética a las empresas. ¿Cree que se puede cambiar la cultura corporativa ya arraigada de una entidad?

No solo se puede, sino que se debe. La Fundación va a celebrar este año el vigésimo octavo seminario anual, que no está nada mal. La actividad empresarial es una actividad humana y como tal debe estar dentro del ámbito de lo moral. Lo humano no es amoral, debe tener una peor o mejor gradación moral. En los últimos tiempos, afortunadamente, hay muchas propuestas, incluso de Naciones Unidas, para invitar a las empresas que actúen y así conseguir el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Hay que dar una batalla muy seria para que las empresas ayuden a crear buenas sociedades. El afán de lucro es un objetivo moderno que tiene que ponerse al servicio de todos los afectados por la empresa: accionistas, trabajadores, proveedores…

La fundación, ¿cómo lo hace? ¿Estudia el modelo de gobernanza de una empresa y la toma de decisiones y propone nuevos modelos?

No, hay seminarios anuales, como acabo de apuntar, y cada año tomamos uno de los grandes retos de las empresas y los analizamos desde una perspectiva ética. Este año el gran reto es el de la inteligencia artificial y cómo las empresas pueden servirse de ella desde un punto de vista ético. Hemos hecho análisis y estudios sobre gobierno corporativo, sobre claves del buen gobierno, códigos éticos… Hace algunos años hicimos una auditoría ética a una empresa valenciana, que al llamarnos dijo que necesitaba esa auditoría porque el futuro era muy incierto y había que estar bien preparado. Me pareció muy inteligente. Nosotros no damos acreditaciones de ningún tipo ni tenemos afán de lucro.

El término aporofobia ha sido reconocido recientemente, aunque usted lleva más de veinte años detrás de ese reconocimiento. Lo cierto es que describe una realidad que no es nueva…

La aporofobia es tan vieja como la realidad. Desde mi perspectiva tiene bases cerebrales, y esa tendencia de rechazo al pobre está en todas las culturas y en todos los cerebros humanos, como una tendencia a la autoprotección frente a lo desconocido. Desgraciadamente, esa tendencia se expresa en la vida cotidiana de todos los países.

¿Usted tiene miedo a los pobres? Si entrara en un cajero de noche y hay un indigente acostado, ¿sacaría el dinero o cambiaría de cajero?

No, no les tengo miedo. Yo sacaría el dinero, sin lugar a dudas, porque normalmente los que roban no son los indigentes, son otros. Hay muchos grupos en España que se están tomando muy en serio el ‘sinhogarismo’, dado que los protagonistas de este fenómeno están invisibilizados, no queremos ver a estas personas porque no sabemos cómo actuar ante ellas. No puede ser que haya personas sin hogar, máxime en una sociedad que tiene medios para evitarlo, porque es sencillamente injusto. Estas personas están en un estado extremo de vulnerabilidad, no tienen intimidad. Estos temas hay que trabajarlos muy a fondo y apoyar a las organizaciones que les están buscando pisos.

Una persona que puede disponer de un hogar normalmente no lo rechaza. Pero no es solo esto, se necesita un acompañamiento de psicólogos y terapeutas que ayuden a estas personas a reconstruir su vida y su personalidad. Esta es una de las grandes tareas de nuestro tiempo.

En el término aporofobia no entran solo los pobres de solemnidad, sino también los más vulnerables, los excluidos.

La pobreza económica involuntaria es terrible y es además el primer objetivo de los ODS, acabar con ella. Pero lo interesante de la aporofobia es que en todas las situaciones hay personas que son las peor situadas, y nos alejamos de ellas, no vaya a ser que se nos pegue algo (bromea) y también por la reacción de los demás. Esto ocurre en la universidad, por la calle, en todas partes…

Nuestras sociedades han ido evolucionando sobre la base del contractualismo, dar y recibir, lo que hace que todos demos y de alguna manera se nos devuelva. Cuando nos encontramos con personas que parece que no nos pueden dar nada interesante -y que no tiene por qué ser solo dinero, puede ser influencia, ayuda, favores, contactos- nos alejamos de ellos y nos acercamos a los que sí nos pueden proporcionar esas ventajas. Por eso creo que es un fenómeno que tiene base cerebral y que está extendido en toda la sociedad.

¿Usted cree que en este siglo XXI veremos el fin de la aporofobia?

Confío en que sí, aunque yo no lo veré. Es muy difícil porque hay que cambiar enormemente las estructuras, aunque el cerebro es plástico y se puede acomodar, pero para eso deberemos acostumbrarnos a vivir en estructuras que no sean también engendradoras de aporofobia. Hay que tener en cuenta que nuestra evolución es biocultural, y cuando se está acostumbrado a unas estructuras y unas instituciones que relegan a los peor situados es muy difícil que el cerebro se acomode a otra manera.

Gabinete de Comunicación


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