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La ULL participa en un estudio que desvela los primeros indicios de canibalismo en el Neolítico peninsular

miércoles 06 de marzo de 2019 - 13:17 GMT+0000

Cráneo copa

Un grupo interdisciplinar de especialistas en arqueología, antropología y la paleogenética de la Universidad de Durham (Reino Unido), el Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria (Universidad de Santander) y la Universidad de La Laguna ha desarrollado una investigación en el yacimiento de la Cueva de El Toro, en la Sierra del Torcal, cerca de Antequera (Málaga), que ha identificado las evidencias más antiguas de canibalismo en poblaciones agricultoras y ganaderas de la Península Ibérica durante el Neolítico Antiguo (hace 7.000 años).

La aparición del Neolítico en la península trajo consigo profundos cambios en las prácticas de subsistencia con la producción de alimentos, los primeros poblados estables y la transformación ideológica y simbológica de las comunidades campesinas. Uno de los enclaves más privilegiados para entender este proceso es la Cueva de El Toro, en la Sierra del Torcal, que forma parte, junto a los monumentos de Menga, Viera y el Romeral, de los bienes incorporados en la Declaración de Patrimonio Mundial del Sitio de los Dólmenes de Antequera. Los trabajos de excavación, dirigidos por Dimas Martín Socas y María Dolores Camalich Massieu, de la Universidad de La Laguna, permitieron documentar ocupaciones humanas que van desde el Neolítico Antiguo hasta el final del Neolítico Reciente (hace 5.000 años).

Este descubrimiento de las evidencias arqueológicas más antiguas de canibalismo en dicho yacimiento ha utilizado diversas técnicas y evidencias, y sus resultados han sido publicados recientemente en la prestigiosa revista científica American Journal of Physical Anthropology (enlace).

Los investigadores de la Universidad de La Laguna que han participado son los ya citados Camalich‐Massieu y Martín‐Socas, ambos del Departamento de Geografía e Historia, y Rosa Fregel, del Departamento de Bioquímica, Microbiología, Biología Celular y Genética.

Estudio de los restos

Los restos humanos presentes en los niveles antiguos de Cueva de El Toro pertenecen a siete individuos: cuatro adultos, dos adolescentes de 15 y 12 años, y un niño de 6 años de edad. Aparecieron en dos conjuntos separados: el primero consistía en un cráneo humano que fue tallado para conseguir una forma similar a la de un cuenco y una mandíbula sin evidencias de manipulación, mientras que el segundo contenía varios fragmentos óseos de diferentes regiones anatómicas dispersos en la zona de hábitat con otros restos de actividades domésticas como los desperdicios del consumo de alimentos

El primer conjunto de restos fue intencionalmente dispuesto en un escondrijo dentro de la cueva junto a cuatro recipientes cerámicos que, probablemente, fueron colocados a modo de ofrenda. El cráneo copa, la mandíbula y dos restos óseos del área doméstica fueron datados por Carbono 14 para determinar su antigüedad, que oscila entre el 5.000 y el 4.800 a.C., lo cual sugiere que ambos conjuntos son probablemente resultado del mismo momento de la ocupación humana de la cueva.

El análisis de ADN realizado en el cráneo copa y la mandíbula confirma que se trata de individuos diferentes. De hecho, el cráneo copa no tenía una relación de consanguineidad directa con los otros restos humanos analizados en la cueva.

Algunos de los huesos del segundo grupo presentan marcas de corte, golpes intencionales, marcas de dientes y señales de alteración térmica. Por lo que se refiere a los restos humanos, el análisis de ADN de algunos restos ha indicado una posible relación de parentesco cercana entre dos individuos, que podría ser maternal, madre e hija, o que fueran hermanas.

El análisis de estos restos óseos ha permitido comprender el proceso en la elaboración del cráneo copa, que comenzaría con el desollamiento del cuero cabelludo y, posiblemente, de la piel que cubría la cara y el resto del cráneo. Posteriormente, se fragmentó el esqueleto facial y la base del cráneo, y se tallaron cuidadosamente sus bordes para lograr una morfología regular. A continuación, fue hervido en un recipiente cerámico, generando algunas marcas de pulido, y eliminando los restos de tejidos que todavía pudieran quedar tener adheridos al hueso.

Vestigios de canibalismo

En cuanto al segundo grupo de restos humanos, procedente del área doméstica, el tipo e intensidad de manipulación observada sugieren que algunos individuos fueron consumidos por humamos. Manifestaciones similares han sido documentadas en otros yacimientos neolíticos del sur de la Península Ibérica como Carigüela, Malalmuerzo y Majólicas, aunque sin información cronológica directa, lo que impide considerar en su justa medida la relación con los restos de El Toro.

La interpretación de estas evidencias es complicada por su carácter extraordinario y se proponen dos hipótesis principales: canibalismo agresivo vinculado a episodios de violencia extrema entre distintos grupos neolíticos; o canibalismo funerario como parte de una práctica mortuoria compleja con múltiples episodios.

Hay que destacar que dos individuos del segundo conjunto muestran una relación de consanguineidad de primer grado. Esto significa que los habitantes de El Toro consumieron los cuerpos de una misma familia perteneciente a otros grupos, en el contexto de una violencia extrema contra sus enemigos, o bien el canibalismo tuvo lugar en un contexto familiar donde los muertos de los familiares fueron consumidos como parte de un ritual funerario.

En ambos casos, se trataría probablemente de un canibalismo ritualizado con una fuerte connotación simbólica donde el cráneo copa podría haber participado. Estas hipótesis también afectan la explicación de esta singular pieza con los habitantes de El Toro: podría ser una cabeza trofeo perteneciente a un enemigo o, por otro lado, una reliquia de los habitantes de la cueva.

Este trabajo se ha realizado con la financiación del Programa Marie Curie, de la Comisión Europea; del Ministerio de Economía y Competitividad; y del Programa de Asistencia a la Investigación María Rosa Alonso, del Cabildo Insular de Tenerife.


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