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Escuchar el fondo del mar

viernes 11 de septiembre de 2020 - 08:58 GMT+0000

No demasiada gente sabe lo que es un hidrófono. Es decir, un micrófono especial que se instala en el fondo del mar para medir los sonidos que se emiten en la profundidad del océano. Oír cómo rompe una ola o los movimientos de los de peces es posible gracias a este dispositivo. Una tecnología complicada, sí, pero fundamental para alertar de los cambios que puedan causar algún daño a la fascinante fauna y flora del ecosistema marino.

No es una tarea sencilla, pero más complicado aún es poder determinar cómo interpretar los datos que aportan esos sonidos y llegar a conclusiones que ayuden preservar la biodiversidad de los fondos marinos. Y ahí es donde intervienen los denominados indicadores ecoacústicos, porque una medida aislada del ruido del fondo del mar no dice nada, pero muchas medidas tomadas durante un periodo más largo, sí.

Y en eso, en la ecología acústica o ecoacústica ‒una nueva disciplina de la ciencia que estudia los ambientes sonoros‒, trabaja actualmente el investigador y profesor de la ULL, Fernando Luis Rosa González quien, con una dilatada experiencia en el campo de la bioacústica marina, lidera uno de los cinco proyectos que componen el ambicioso y prometedor macroprograma de investigación CanBIO.

Impulsado por Loro Parque Fundación, que lo financia junto al Gobierno de Canarias ‒cada organismo aporta un millón de euros‒, bajo el paraguas de CanBIO trabajan varios equipos de investigación de la Universidad de Laguna  y la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, además de las ONG Elasmocan y Avanfuer, con el objetivo de estudiar el cambio climático en el mar y la acidificación del océano y cómo influyen ambos en la biodiversidad marina de Canarias y la región macaronésica.

«Buoypam: monitorización acústica pasiva de ambiente sonoro y de detección de actividad biológica en boyas», es el proyecto que Fernando Rosa capitanea junto a su grupo de investigación Bioacústica Física y Multi-Sensores Distribuidos (BFmSD) de la Universidad de La Laguna, una línea de estudio centrada en la contaminación acústica submarina y sus efectos. Su propósito es desarrollar una tecnología denominada PAM (Passive Acoustic Mounitoring) utilizando sistemas de bajo consumo con el que “se detecten eventos y se profundice en los algoritmos de inteligencia artificial para la reducción automática de datos acústicos”.

“Hemos desarrollado unos indicadores que responden bien a la biodiversidad y nos permiten asociar los datos obtenidos, de una manera sencilla, a otros factores, para poder sacar conclusiones. Aparte de monitorizar el ruido acústico, el PAM también nos permite detectar cambios en los sistemas costeros que podrían estar asociados al cambio climático o a otros factores globales”.

La medición de los sonidos marinos no es nueva, pero la forma en que se tratan los datos obtenidos sí. Lo que está haciendo el equipo de la ULL son “mediciones en boya de largo recorrido acústico”, que ya se realizan en América e, incluso, en Francia. “Lo que es realmente novedoso aquí ‒precisa Fernando Rosa‒, es que nosotros estamos recibiendo los datos en tiempo real, datos de largo recorrido que provienen del fondo del mar, donde no hay baterías”.

La boya de Gando

No hay baterías pero sí hay boyas, porque para poder recibir esos datos fue necesario instalar una boya científica en la costa de Gran Canaria. Exactamente en el noreste de la isla, en la Bahía de Gando. Todo un hito que cerraba el primer año de actividad de CanBIO, y que ha permitido escuchar, desde entonces, los sonidos del fondo del mar antes, durante y después del confinamiento, gracias al dispositivo que se acopló. “La boya nos permite capturar sonidos pasivos al mismo tiempo que los compañeros de la Universidad de Las Palmas, que lideran el proyecto McPAM, miden la acidificación oceánica”, explica.

Lo que se ha obtenido hasta ahora son datos aislados. Es importante saber que los sensores de ambiente acústico son técnicas muy nuevas a las que hay que dar un tiempo. “Tenemos que probar que efectivamente dan resultados y son indicadores de actividad biológica a partir del sonido. Lo que pretendemos es distinguir la actividad de los animales y la de los humanos, además de la tercera fuente natural, que son las rocas y las burbujas. El largo recorrido temporal nos permitirá determinar tendencias, saber si el sonido de los animales va disminuyendo con el tiempo o aumentando, o si hay hábitat críticos…”.

Una auténtica cascada de información que se debe acumular de la forma más adecuada posible, ya que los sonidos no se aíslan. En este proyecto no. Por eso Fernando Rosa habla de “dos mundos”, uno en el que se mide el sonido y se analiza y en otro en el que se agrupa toda esa actividad para comprobar cómo se produce. Es a partir de esas señales cuando se sacan conclusiones. “Todos los animales utilizan unas bandas de frecuencia. Hay sitios en que mides y compruebas que existe una mayor riqueza animal”.

Esa riqueza animal se conoce como los puntos calientes de la biodiversidad o ‘hotspots’. Son zonas del planeta en las que hay una increíble variedad de especies endémicas viviendo en entornos que, desafortunadamente, están en proceso de destrucción. Y la Macaronesia, aclara el investigador, es un punto caliente de biodiversidad de cetáceos, por eso “es fundamental localizar los hábitats críticos para las diferentes especies y especificar de qué forma afecta el ruido a estos lugares”.

Las tortugas marinas, tiburones y rayas son algunas de las especies, objeto de especial atención de CanBIO, en el que, además, son de suma importancia las algas predominantes de la costa de Tenerife. El proyecto que aborda estos asuntos, «Refugios Fríos», con María Sabrina Clemente Martín a la cabeza, lo desarrolla también otro grupo de investigación de la ULL: Biodiversidad, Ecología Marina y Conservación (BIOECOMAC), que coordina el catedrático Alberto Miguel Brito. “Ellos hacen el estudio de las especies y la búsqueda de nichos ecológicos que puedan subsistir ante un calentamiento global”, explica Rosa.

MASE, el prototipo

La primera boya (la de Gando) lleva instalado un instrumento específicamente concebido para que sea posible obtener datos cada 10 minutos a través de múltiples sensores. Es un dispositivo hecho a medida, un prototipo desarrollado de forma integral, y creado específicamente para medir el ruido submarino en la región macaronésica. Su nombre es MASE (Monitor Acústico de Soundscape y Energía). Y tanto su tamaño, como su forma y los sistemas mecánicos y electrónicos que lleva incorporados se concibieron tras probar con varios arquetipos iniciales.

En este sentido, puede decirse que se jugaba con bastante ventaja, ya que el grupo de investigación de Rosa tiene experiencia más que demostrada en el campo de las mediciones de sonidos emitidos por los cetáceos bajo el agua, desde que en 2005 arrancaran un proyecto en colaboración con Loro Parque para medir el canto de las orcas. Un trabajo de más de una década que les avala y aporta un conocimiento valioso que ahora vuelcan en CanBIO.

“Empezamos en junio del año pasado con los prototipos portátiles, que tienen forma de cajas cuadradas y puedes llevar en la mano, y de ahí se evolucionó a un sistema que se pudiera aislar para evitar que le entrara el agua. Se trata de un modelo en el que han trabajado tres personas de nuestro grupo de investigación: un ingeniero informático, un ingeniero industrial y yo”, detalla Fernando Rosa.

Hay que tener muy en cuenta que montar una boya científica ‘teleconectada’ como esta implica mucho trabajo y una inversión considerable (su precio puede alcanzar los 800.000 euros), ya que la instrumentación que lleva es bastante cara. Por eso esta primera pertenece al consorcio. Se compró con el dinero de uno de los subproyectos para usarla en los cuatro restantes y, por ahora, es la única que está funcionando.

Es, desde luego, el paso previo para pensar en la colocación, en Tenerife o en El Hierro (aún está por decidir) de la segunda boya, pospuesta de momento debido a la situación generada por la pandemia de COVID-19. La gran ventaja es que al existir ya una primera versión, ir a por la segunda es mucho más fácil. Bastaría con replicarla y mejorarla, porque uno de los fines de CanBIO es exportar toda esa tecnología generada y colocar varias boyas en los archipiélagos de la Macaronesia.

“No hay, de momento, una fecha de fabricación para las restantes, pero podría ser en el tercer año cuando se repliquen y puedan ir colocándose en distintos sitios. Sin duda alguna, se trata de un recorrido bastante más largo. Llevamos mucho tiempo en proyectos del ámbito macaronésico y tenemos contactos en muchos lugares, desde Senegal hasta Portugal”.

Aunque en este proyecto el grupo de investigación de Rosa, BFmSD, solo lidera la acústica de las boyas para medir la biodiversidad, hay otro dentro de CanBIO en el que colabora, y que se desarrolla actualmente en la playa de Cofete (Fuerteventura) para detectar el nacimiento de tortugas bobas mediante drones que sobrevuelan la costa buscando imágenes y en el que participan equipos realizando recogidas de muestras.

Apuesta de alto nivel

A CanBio le queda aún bastante recorrido por delante. Diciembre de 2022 es la fecha de finalización prevista. Pero antes de que llegue ese momento hay que avanzar bastantes cosas, entre ellas, la evolución del sistema de medición de ruido ideado para interpretar los datos obtenidos. Para eso es necesario contratar a una persona que se ocupe de esa tarea tan específica.

En un macroproyecto de esta envergadura los costes son muy altos, algo que sabe muy bien Fernando Rosa por su experiencia en otros proyectos. Sin embargo, este es diferente: “Estoy muy contento con la gestión de CanBIO. Como fórmula me parece muy interesante y valiosa, ya que a la hora de conseguir resultados quizá sea más eficiente que la línea de financiación por grupos de investigación”.

Y en este sentido reconoce abiertamente la apuesta de alto nivel que ha hecho Loro Parque Fundación al poner en marcha esta potente y novedosa iniciativa. “La idea surgió de Wolfgang Kiessling, el fundador de Loro Parque. Fue él quien arrancó todo esto al ponerse en contacto con el Gobierno de Canarias para ofrecer un millón de euros con el que impulsar CanBIO”.

Después de eso se creó el engranaje perfecto para comenzar a rodar. A día de hoy, no es solo un proyecto pionero y costoso, sino “un gran trabajo en equipo que se desarrolla con una relación de lo más cordial y cercana, donde los problemas son menores y hay sinergias y colaboración de verdad”. Una colaboración con la que Fernando Rosa está muy satisfecho. Lo único que preocupa ahora a este investigador es que no haya más contratiempos de aquí en adelante y las acciones puedan seguir el curso previsto.

No es que la situación marcada por el estado de alarma debido al coronavirus truncara demasiado los planes iniciales, pero los momentos actuales sí que están influyendo en los tiempos y trámites. Ahora cualquier gestión se demora bastante más. La boya, por ejemplo, se puso en funcionamiento en su localización el 25 de marzo, en pleno confinamiento, lo que originó tener que solicitar permisos especiales para transportarla desde Taliarte hasta Gando.

De resto, todo ha seguido con normalidad en esta aventura científica, transversal y compleja, a la vez que hermosa e ilusionante, en la que toman parte muchas personas, entidades y empresas. Aunque es imposible poner nombre o cara a todas ellas, sí que hay que decir que junto a los impulsores y organismos que lideran los proyectos y subproyectos, es vital la presencia de las navieras Fred. Olsen y Nisa Marítima en la vigilancia del cambio climático, o la valiosa colaboración que presta el personal de la Base Área de Gando.

Gabinete de Comunicación


Archivado en: Investigación, Protagonistas