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De lo (in)cívico a lo (in)moral

viernes 19 de febrero de 2021 - 14:53 GMT+0000

Furgones policiales incendiados. Escaparates de tiendas rotos en mil pedazos. Papeleras reventadas. Coches, motos y contenedores quemados. Varias personas detenidas. Hechos lamentables que se suceden desde el pasado martes (16 de febrero de 2021), primero en Barcelona y después en Madrid, en protesta por la detención del rapero Pablo Hasél, condenado a nueve meses de prisión por enaltecimiento del terrorismo e injurias contra la corona. Más allá de la indignación manifestada por ciertos sectores y del vigoroso cruce de reproches políticos, las manifestaciones en protesta por la decisión judicial que ha llevado a la cárcel al rapero de Lleida han derivado en disturbios, en actos vandálicos, en la detención de varias personas. Una muestra de rebeldía que ha propasado peligrosamente lo incívico para instalarse cómodamente en lo ilegal, alterando el orden social y causando graves y costosos daños.

Sin llegar a traspasar esa línea roja, lo cierto es que maltratar el mobiliario urbano, algo que es de todos, suele ser una forma recurrente de protesta contra la autoridad establecida. “El problema es que tenemos claro lo que es ser cívico pero la gente no le da la misma objetividad moral a las conductas incívicas que a las morales. Lo inmoral y cívico es lo objetivo, pero lo moral e incívico está en un terreno absolutamente borroso. Y esto significa que la musculatura moral de nuestra comunidad, de nuestro país, es más bien endeble”.

Quien hace esas afirmaciones es Armando Rodríguez Pérez, profesor del Departamento de Psicología Cognitiva, Social y Organizacional de la Universidad de La Laguna. Y lo hace desde la perspectiva amplia y el conocimiento profundo que le da haber investigado durante años la línea de la moralidad basándose en criterios objetivos para valorar si las conductas son morales o inmorales, cívicas o incívicas. Un campo en el que estaba inmerso antes de afrontar su último proyecto. Ambicioso y novedoso, «La relevancia moral del civismo: consecuencias del comportamiento incívico en la deshumanización del agente», adscrito a la convocatoria de I+D+i de 2019 del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, llega tras años de investigaciones sobre la infrahumanización y la tendencia a considerar que los otros (grupos sociales) son menos humanos que nosotros, un concepto en el que recala después de haber ahondado en todo lo concerniente al prejuicio.

Los criterios morales

A la espera de publicar los artículos científicos sobre el civismo emanados del proyecto denominado «Infrahumanización y conducta incívica. Estudio de un nuevo criterio de deshumanización» ‒antesala del que ocupa actualmente su tiempo como investigador principal junto a la también profesora de la Facultad de Psicología y Logopedia, Verónica Betancor Rodríguez‒, Armando R. considera un “verdadero desafío” desentrañar lo importante que pueden llegar a ser los criterios morales a la hora de orientar el comportamiento humano.

El experto no duda en asegurar que son “la brújula y la carta de navegación” que permite a  las personas moverse en la vida cotidiana, y avanza que es más objetivo una infracción moral que una conducta moral. “De hecho, la gente considera que la mayoría de las infracciones son faltas o desobediencia a la autoridad”. Algo que están comprobando de primera mano desde que comenzó la pandemia de COVID-19, que está sirviendo de escenario para realizar parte del trabajo de campo del proyecto.

Al responder sobre preguntas relativas a las normas establecidas por el Gobierno español para frenar la propagación del virus, el 60% de las personas encuestadas consideró que no mantener la distancia de seguridad es una falta a la autoridad, mientras que también un 60% dijo que no usar la mascarilla es una falta contra las normas emanadas de la autoridad. No hay atisbos de que se cumplan las normas porque no hacerlo significaría causar un grave perjuicio social a los demás, un daño irreparable a la comunidad a la que se pertenece.

Y es que si algo ha sacado a flote la pandemia que estamos viviendo es la “poca musculatura moral” a la que hace referencia en varias ocasiones Rodríguez a lo largo de esta entrevista. “Tenemos una musculatura débil y una geometría emocional muy complicada. El sentimiento de culpa no parece estar dentro de los ingredientes básicos. No entra la culpa, no entra la vergüenza, no entra el sentirte azorado, aunque también es verdad que desde el punto de vista de la ejemplaridad de las conductas típicas tampoco encontramos lecciones magistrales”.

La verdad es que no. Solo hay que tirar de hemeroteca. Y de hemeroteca reciente. Hace escasamente un mes que Manuel Villegas, hasta entonces consejero de Sanidad de Murcia, se veía obligado a presentar su renuncia tras vacunarse contra la covid junto a otras 400 personas ‒entre ellas su propia mujer‒, que ocupaban diferentes cargos y puestos en la consejería murciana. Una dimisión a la que se resistió durante días al considerar que su vacunación estaba más que justificada debido a su condición de médico.

Cuando hablamos de corrupción política, ¿hay algún político que se sienta culpable?, se pregunta el investigador. “Normalmente no se sienten culpables”, y prueba de ello es el rosario de cargos públicos diseminados por toda España que ha tenido que dejar sus sillones por saltarse el protocolo de vacunación, a imagen y semejanza del consejero murciano. “Al dimitir, los que se han vacunado sin que le correspondiera han pedido disculpas a los que se hayan podido sentir ofendidos, pero no admiten que han cometido una infracción moral a la comunidad. Dimitir parece más una culpa”.

Los comportamientos incívicos

Si algo se deduce de las investigaciones llevadas a cabo estos años en el ámbito de la psicología social en la Universidad de La Laguna es que los comportamientos incívicos son probablemente los factores de estrés urbanos más importantes y los que más contribuyen a disminuir la calidad de vida. “Después de hacer cosas por impulsos o por miedos la gente las racionaliza ‒aclara el experto‒, y no únicamente por decírselo a los demás, sino para justificarse, porque todos tenemos un autoconcepto moral alto, todos nos consideramos buenas personas”.

Para llegar a estas conclusiones, en 2016 se decidió dar un golpe de timón a las investigaciones y comenzar a rastrear varios aspectos vinculados con la deshumanización. Es decir, con el comportamiento incívico, poco investigado hasta ese momento si se exceptúa el interés mostrado por expertos australianos, centrados en la idea de que estos comportamientos solían acompañarse de una menor sensibilidad moral, un menor respeto a las normas comunitarias y formas más rudimentarias de tratar a los demás.

“Empezamos a indagar en este concepto y realmente nos asombramos de la poca documentación que había sobre el comportamiento incívico y, por tanto, de la confusión e incertidumbre que muchas veces los poderes y autoridades tienen frente a esto. No saben muy bien qué hacer porque no es un comportamiento ilegal y cuando lo es no supone unas sanciones definidas”, comenta Rodríguez.

Por tirar una colilla a la calle no nos van a sancionar. Tampoco por depositar la basura fuera del contenedor y, mucho menos, porque suene el teléfono móvil durante un espectáculo de teatro. En todo caso, nos llamarán la atención. Se trata, evidentemente, de conductas incívicas menos ostensibles que las que estamos observando durante la pandemia, que ya se sancionan, como no llevar mascarilla a pesar de la prohibición de no hacerlo.

Para determinar qué se calificaba como incívico y qué no, en el proyecto sobre la infrahumanización se definieron 80 conductas con el fin de determinar cuáles de ellas no eran cívicas. Las respuestas evidenciaron que una de las más incívicas era  tirar basura y papeles a la calle y no pedir disculpas al tropezar con alguien. “Lo que hemos observado en las investigaciones es que hay más objetividad para decir que una conducta cívica es cívica que para decir que la incívica es incívica. Ceder el asiento a una persona mayor no cabe duda de que es una conducta cívica, pero no cederlo no es necesariamente incívico”.

En estudios al respecto realizados en China, muchas de las conductas incívicas se consideran faltas de peso a la comunidad moral, al grupo al que perteneces y son, por tanto, de una gravedad importante, al contrario de lo que se estima en España, en Canarias y en la mayoría de las regiones españolas, donde hacer esas mismas cosas es, sencillamente, faltar a una norma. No se valora como una infracción a la comunidad a la que perteneces.

Los prejuicios

Recién estrenado, este 2021 nos dejaba una imagen en la retina que pasará a la historia por ser un hecho inédito digno de narrar en las mejores road movies americanas, que hizo tambalearse la imagen del país reconocido a sí mismo como el más democrático del mundo. Una estampa con la que se ponía fin a la era Trump. Un espectáculo mediático protagonizado por miles de seguidores del expresidente que, por unas horas, tomaron el Capitolio en nombre de América. Este asalto a la democracia americana, al Congreso de los Estados Unidos, fue perpetrado por un grupo de seguidores de lo más variopinto, embutidos en uniformes militares, pieles de oso y cuernos elevados, con caras pintadas, armas en mano y, sobre todo, henchidos de orgullo y convencidos de estar actuando por el bien de sus compatriotas. Por el bien del país.

En palabras del experto, este estallido se produce porque hay una serie de prejuicios latentes que en un momento dado salen a la luz. “Evidentemente, parece una fractura importante entre lo que es la América más internacional y la interna, la profunda, que se ha topado con una persona que ha elevado el tono de la beligerancia hasta hacerlo manifiesto, de modo que no parezca algo vergonzante. Lo más extraordinario es que esta gente tuviera el suficiente carburante para asaltar el congreso con la sensación de estar haciéndolo bien”.

En este sentido, analizar cómo se procesa la información sobre otros grupos y cómo y por qué se tienen actitudes negativas no tiene que ver con el desconocimiento. Al contrario. El cerebro humano trata muchas informaciones en las que hay ideas, estereotipos y prejuicios que están patentes en las diferentes culturas. “Realmente, todavía no tenemos una idea clara de cómo todas esas informaciones se combinan en nuestras mentes para llegar a una disposición negativa”.

He aquí el quid de la cuestión y lo que ocupó los estudios emprendidos hace unos años por Armando Rodríguez y otros investigadores de la Universidad de La Laguna. Las investigaciones realizadas en psicología evidencian que el fanatismo va acompañado de criterios morales muy fuertes, aunque esos criterios no se compartan. “Se consideran salvadores, mártires de una idea moral, se sienten moralmente tan valiosos y tan buenos como los demás”, apunta.

Es relativamente fácil concluir que los grupos terroristas o de fanáticos matan porque carecen de moral, porque no tienen principios ni respeto por los otros grupos. Y no es así. Es justamente lo contrario. “Determinadas ideas en un momento dado se convierten en ideas sagradas y creo que esto es un verdadero hándicap, una torpeza para la vida en comunidad y para la armonía entre los distintos grupos”.

Los estereotipos

Pero, ¿qué papel que tienen los estereotipos y los prejuicios? ¿Se pueden llegar a eliminar los prejuicios conociendo más un grupo? Para el experto la respuesta es no, porque la mente no funciona como una goma de borrar. De manera que aunque se obtenga información de esos grupos ajenos al nuestro, los estereotipos no desaparecen de un momento a otro. “El cerebro no borra lo que en un momento determinado puede no serle útil, lo que pasa es que no es un elemento que esté interviniendo en la programación de la conducta”.

Está claro que lo que se ve y se oye desde la infancia deja huella. En cierto modo, esos prejuicios son “informaciones ya precocinadas, ya empaquetadas” que afloran cuando se tiene algún tipo de conflicto con personas de otro grupo. El prejuicio, dice el investigador, siempre vuelve porque está mejor empaquetado. “En estados emocionales críticos lo que hace el cerebro es ahorrar y recurrir a los estereotipos que ya tiene, y que fluyen muy fácilmente”.

Lo que es evidente es que en estas situaciones gana siempre la información que está empaquetada porque “culturalmente está bien montada”. Y visto así, pudiera parecer que podemos llegar a considerar inferiores a ciertos grupos porque tenemos prejuicios negativos hacia ellos. Nada más lejos de la realidad. Lo que ocurre es que tenemos una actitud muy positiva y elevada de nuestro grupo, y “eso termina siendo un verdadero carburante para que se forme el prejuicio negativo hacia los otros”, puntualiza Armando Rodríguez.

En este caso, desafortunadamente, la historia nos ha puesto ejemplos tremendos en los que lo que aparece de inmediato es la idea de la limpieza: nazis contra judíos, serbios contra croatas, israelíes contra palestinos. Y, sin ir más lejos, payos contra gitanos o independentistas catalanes contra españoles. “El patrioterismo ramplón es un carburante frente a los exogrupos y lo hemos podido ver en el conflicto serbio y en EEUU, ya que muchos de los mensajes lanzados durante el asalto al Capitolio iban en esa dirección”.

Sin ir más lejos, durante años, el pleito insular entre Gran Canaria y Tenerife ocupó las portadas de los periódicos. “Fue un conflicto completamente artificial, que sí es cierto que tenía detrás recursos, aunque el problema no son los medios materiales por los que se lucha. Lo que lo hace irresolubles estos conflictos son los recursos simbólicos: quién es el mejor o quién es el número uno”.

Todos estos ejemplos vienen a corroborar, tras años de investigaciones, que  el grupo al que pertenece cada uno se considera más humano que los otros grupos. Los resultados sistemáticos obtenidos mostraban que las personas atribuyen sentimientos a los que están próximos y a los demás les quitan la capacidad de sentir. “Un gran descubrimiento que tuvo un importante impacto en la comunidad científica, y que generó una gran cantidad de artículos científicos sobre la infrahumanización por parte de nuestros investigadores de la Universidad de La Laguna”.

Un logro que, en el caso de la inmoralidad, asunto que ocupa ahora a Rodríguez, es completamente distinto. Las investigaciones que se están llevando a cabo desde hace un año demuestran que la gente tiene mucho más claro lo que es inmoral que lo que es moral. “Y esto es un gran problema porque lo que quiere decir es que el comportamiento cívico no se está entendiendo como un elemento de moral social sino como un elemento de autoridad”. Pero aún quedan años de investigación por delante para seguir descubriendo cosas interesantes al respecto.

Gabinete de Comunicación


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