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En busca de estrategias contra el cambio climático   

miércoles 30 de noviembre de 2022 - 14:01 GMT+0000

El 22 de febrero de 2020 ‒todavía en la etapa prepandémica‒ Canarias decretaba el estado de alerta. El motivo, la gran cantidad de polvo en suspensión procedente del desierto del Sáhara, que convirtió en irrespirable el aire de las islas y tiñó los cielos de un intenso color ocre, una estampa que acaparaba los telediarios de medio mundo. Después de varios días, la que ha sido considerada la peor tormenta de arena ocurrida en dos décadas en el archipiélago dejaba un auténtico reguero de desastres tras de sí.

A la cancelación total de los vuelos ‒con el consiguiente cierre de los ocho aeropuertos y el enorme perjuicio para el turismo canario‒ había que sumar la pérdida de cosechas, el aumento de los ingresos en urgencias debido al polvo en suspensión, la supresión de los carnavales o el parón de las comunicaciones marítimas por los fuertes vientos. De igual manera que caen las piezas del dominó, se amontonaron los daños directos e indirectos. Y los ocasionados por este tipo de fenómenos naturales, ya sean episodios de calima, lluvias torrenciales o tormentas tropicales, hacen más mella en un territorio altamente vulnerable al cambio climático como es el del archipiélago canario.

De hecho, los fenómenos meteorológicos extremos ocurridos en Canarias desde 1996 a 2016 han provocado unas pérdidas superiores a los 600 millones de euros. “En la tormenta conocida como la Riada de 2010 hubo estaciones en La Laguna que registraron más de 270 litros en 24 horas. Eso sería el futuro desde el punto de vista climático en las islas. Es lo que nos espera dentro de unos años”, dice Abel López Diez, especialista en cambio climático e investigador de la Cátedra Cultural de Reducción del Riesgo de Desastres y Ciudades Resilientes de la Universidad de La Laguna.

Este profesor de la ULL advierte de que no hay que perder de vista los fenómenos meteorológicos extremos, “sin duda los fenómenos más inquietantes y por los que yo me preocuparía seriamente de cara al futuro de Canarias”, que, por otra parte, están asociados de forma irremediable al cambio climático. “En cualquier caso, un desastre, sea del tipo que sea, puede suponer la pérdida de décadas de progreso”, aclara López.

Y desastres naturales sí que hemos tenido en Canarias en los últimos años. Vivimos con un ciclón tropical como el Delta, que ocasiono daños valorados en 41 millones de euros, con la Riada en 2002 ‒la gota fría que sembró el caos en la zona metropolitana de Tenerife, provocando la pérdida de una docena de vidas humanas‒ y hace poco con la erupción del volcán de La Palma, la más devastadora vivida en la isla en los últimos 100 años. De un plumazo, los efectos y consecuencias son devastadoras para la población y las pérdidas económicas, cuando menos, cuantiosas.

El antes, durante y después de un desastre

Para hacer frente a riesgos como estos es necesario tener muy claro lo que hay que hacer antes, durante y después de un desastre, es decir, una planificación ad hoc, uno de los aspectos en los que trabaja el equipo de la cátedra de reducción de riesgos de la Universidad de La Laguna, una decena de personas dirigidas por Pedro Dorta Antequera que desarrolla varias líneas de investigación enfocadas a la planificación y gestión de las emergencias.

Una de esas líneas es la que intenta dar la vuelta al enfoque planteando hasta ahora para zafarse de la perspectiva individual que centra las miradas en el análisis de la amenaza, ya sea un terremoto o el estallido de un volcán, porque no son pocas, sino muchas las emergencias asociadas a amenazas concretas. Según aclara el investigador, este nuevo rumbo surge a raíz de lo que recomiendan muchos organismos internacionales, como el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) o la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR).

“Las emergencias se gestionan de una forma mucho más compleja y transversal con escenarios multirriesgo. No nos interesa una amenaza, sino cómo se interrelacionan las amenazas entre sí. Ese cambio de tuerca en el paradigma de las emergencias se está abordando a través del proyecto europeo MYRIAD-EU, enmarcado en el programa Horizon 2020 de la Union Europea (UE) y dotado de un presupuesto que asciende a cinco millones de euros. Liderado por la profesora de la Universidad de La Laguna Noemí Padrón Fumero, su objetivo es intentar cambiar el enfoque tradicional de la gestión de emergencias hacia una perspectiva multiamenaza. Ese es el futuro.

Nuestro territorio no solo ha de responder a la amenaza en sí misma, sino a cómo afecta a cada uno de los sectores, tanto desde el punto de vista de los efectos directos causados por el impacto, como de los colaterales, en términos de riesgo denominados efectos indirectos. En definitiva, no nos preparamos para una única amenaza, sino para múltiples. Y de todo tipo. La prueba está en la pandemia de la COVID-19 que ha puesto el planeta patas arriba, afectando especialmente a las personas más vulnerables.

“Lo que intentamos con este proyecto es que cualquier sistema, se trate de un municipio grande o pequeño, sea capaz de responder a cualquier evento disruptivo que se dé en su territorio. Una inundación puede causar movimientos de ladera, infraestructuras críticas que afectan a distintos sectores de actividad, algo que hemos visto con la erupción de La Palma.”, apunta López.

“No es útil tener en Canarias 10 planes para hacer frente a 10 amenazas concretas cuando los medios con los que se va a luchar contra esas emergencias son los mismos. Aquí se puede ver la tontería que puede suponer tener tanta planificación cuando el centro de coordinación es el mismo, los medios son los mismos y los agentes implicados que operan también. Desde la Comisión Europea se está viendo que esto ya no funciona, y más cuando tenemos el cambio climático agravando muchas condiciones de vulnerabilidad”.

La vulnerabilidad frente al cambio climático

No puede obviarse que hay poblaciones que se ven atadas de pies y manos para adaptarse a las condiciones venideras de cambio climático debido a un hecho muy simple: carecen de los medios económicos básicos para hacerlo. Es una realidad que las personas con menores niveles de renta son mucho más vulnerables al cambio climático que las que gozan de una solvencia económica mayor, para las que poder aislar sus casas del frio y el calor no es un problema.

Las cifras de la vulnerabilidad de la población mundial frente al cambio climático que baraja la ONU desde el primer trimestre de 2022 apuntan a que un 40%, es decir, 3.600 millones de personas, son “altamente vulnerables” al calentamiento global, cuyo impacto ya es “irreversible” para la organización internacional. Su secretario general, Antonio Guterres, no dudó en reclamar a los gobiernos un aumento del presupuesto destinado a esta tarea, que el profesor de la Universidad de La Laguna denomina la gran asignatura pendiente.

Como integrante del equipo de revisores del VI Informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), López no puede evitar sentir que en ocasiones predica en el desierto en lo que respecta a los gases de efecto invernadero, causantes directos del calentamiento global, contra los que lleva advirtiendo desde 2015. Pero es que las voces en contra de lo que se nos venía encima empezaron a hacerse oír desde finales de los 80 y en la década de los 90, cuando ya se sabía que las temperaturas comenzaban a comportarse de manera anómala en todo el planeta.

“Ahora mismo las temperaturas planetarias deberían ser menores de lo que son, una consecuencia directa de la emisión de gases de efecto invernadero. El problema, científicamente, está diagnosticado, pero al final esto es un problema social, un problema de base, y un síntoma más de nuestro sistema productivo. Hay una clase media que es más o menos consciente de ello, y también es un hecho que las personas más ricas son los que más emiten”.

Los ricos y el efecto invernadero

Según Oxfam, una persona multimillonaria emite un millón de veces más gases  efecto invernadero que cualquier otra. Exactamente, un promedio anual de 3 millones de toneladas de dióxido de carbono frente a las 2,76 que desprende el 90% de la población mundial. Son cifras que emanan del estudio basado en las inversiones de 125 de los milmillonarios, propietarios de algunas de las empresas más grandes y poderosas del planeta.

“No es fácil poner de acuerdo a 193 países en este asunto, sobre todo a los que están en vías de desarrollo. Es un poco paradójico pedir a países que se están desarrollando que reduzcan su emisión de gases cuando son los países desarrollados los que precisamente han contribuido la situación en la que estamos. Nosotros podremos adaptar nuestros países para prevenir el cambio climático, pero hay que ser conscientes de que otras naciones no van a poder”, tal y como se ha comprobado en la última cumbre del clima celebrada en Egipto.

La 27ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático acaba de concluir con un acuerdo que ha sido, sin duda, uno de sus puntos estrella: la designación de un fondo de compensación para los países más vulnerables al cambio climático, toda una declaración de intenciones en pro de la justicia climática y “un paso bastante importante, yo diría que clave, ya que es un intento de paliar esas posibles pérdidas asociadas a los desastres” que ocurren en los países más frágiles frente al calentamiento global.

Por este motivo, “lo único que está en nuestra mano es la adaptación al cambio climático en el ámbito local, uno de los fuertes que se tiene que trabajar en las Islas Canarias, al ser una de las regiones españolas más vulnerables junto al sureste español. Nos urge tomar medidas para mejorar estas vulnerabilidades actuales que tenemos, algo que depende de lo que se haga desde las instituciones. Y esto conlleva planes y, sobre todo, decisiones valientes que no van a gustar todos, especialmente las que puedan afectar a la movilidad”.

El investigador deja bien claro que las condiciones actuales en el archipiélago canario no son las más adecuadas para ofrecer resiliencia ante el cambio climático: las ciudades de las islas se inundan en cuanto las lluvias son relativamente intensas y cada vez se producen más olas de calor, “un elemento clave” porque el diseño urbanístico no está pensado desde el punto de vista del confort climático. Tampoco hay suficientes espacios verdes, con lo que en este aspecto no dibuja un futuro demasiado halagüeño.

La tropicalización de Canarias

Las hipótesis que manejan Abel López y los investigadores de la Cátedra Cultural de Reducción del Riesgo de Desastres y Ciudades Resilientes de la Universidad de La Laguna aluden a una evidente tropicalización de Canarias, que tiende a parecerse, climatológicamente hablando, cada vez más a Cabo Verde. Las aguas se están calentando, las precipitaciones se están desplazando del invierno a otras épocas del año y las lluvias torrenciales (propias de climas subtropicales) están más presentes que nunca en el día a día de las islas.

“Los veranos cada vez más calurosos son consecuencia de ese incremento térmico del planeta, sobre todo porque estamos cerca del desierto del Sáhara, una fuente directa de calor, al ser uno de los sectores del planeta que más se está calentando, y si se calienta mucho nos pueden venir esas lenguas de aire caliente, que también se prevé que aumenten en frecuencia e intensidad, como sucedió durante el episodio de calima vivido en 2020”.

En la temporada de los fenómenos de origen tropical es un hecho que el agua en Canarias se calienta a un ritmo mayor que en otros sectores del océano Atlántico, un efecto que es consecuencia directa del calentamiento global, según apunta el experto, que avanza que estos fenómenos serán cada vez más y más frecuentes. “En los peores escenarios, y a finales de 2100, se prevé una reducción del 40% de lluvias respecto a lo que llueve ahora, una desertificación asociada a ese incremento térmico y al déficit de precipitaciones y un aumento de las temperaturas mininas nocturnas”, consecuencias a las que tendrán que adaptarse dos sectores claves en las islas: la agricultura y el turismo.

Es indudable que todos estos cambios que ya se están produciendo podrían afectar de una u otra forma al futuro de Canarias como destino turístico que, en el peor de los casos, vería cómo su eterna primavera ‒garante de unas temperaturas balsámicas durante todo el año, sin demasiado calor ni demasiado frio‒ va transformándose poco a poco. Entonces, ¿cómo será el clima en Canarias dentro de 40 años?

“Si seguimos con las mismas tasas de emisiones que tenemos en la actualidad es previsible que nos vayamos a escenarios medios, no a los peores. Las temperaturas van a seguir aumentando, sobre todo las nocturnas; las noches cada vez serán más cálidas, con un aumento de las tropicales, que dificultan el descanso y afectan a las poblaciones más vulnerables; lloverá de forma más concentrada, el nivel del mar también irá en aumento al calentarse más las aguas y se debilitaran los vientos alisios”.

Las estrategias de adaptación

A pesar de todos estos posibles cambios, lo que de verdad inquieta a López son los impactos producidos por esos fenómenos meteorológicos extremos, como las olas de calor y las lluvias torrenciales, con las consiguientes inundaciones, un escenario futurible más que probable que podría reconducirse si en Canarias se contase con las estrategias de adaptación adecuadas, “muy necesarias de cara a reducir o mitigar los impactos futuros”.

En la solución de problemas, no futuros sino presentes, trabajan también los miembros de su cátedra -junto a los profesores Vicente Zapata Hernández y Carmen Romero Ruiz- en el Plan de Recuperación de La Palma impulsado por el Gobierno de Canarias y coordinado por Gesplan. “Nosotros nos encargamos de valorar el daño causado en esa zona, los niveles de riesgo que puede haber en ese territorio para que las actuaciones se desarrollen de la forma más segura posible. Hemos aportado la cartografía evaluando el riesgo frente a los movimientos de ladera, o de inundaciones frente a la estabilidad del cono, además de otras muchas amenazas que estamos analizando”.

“Con la erupción de La Palma hemos aprendido nuevas cosas en lo que respecta a nuevos eventos volcánicos en las islas para aplicar de cara al futuro. Es un aprendizaje que hemos incorporado a nuestro trabajo”, aunque el verdadero aprendizaje, desde el lado humano, ha sido comprobar que en cualquier tipo de desastre “lo más importante son las personas”. Junto a su equipo de investigación trabajó sobre todo en la prevención, en la movilización de los flujos de coladas y en el plan de actuación por riesgo volcánico de La Palma, elaborado desde su cátedra.

La erupción volcánica de La Palma ha servido a Abel López para comprender cómo funciona en su totalidad la gestión de un desastre y cómo se recupera la población de la isla bonita de un acontecimiento tan tremendo como este, una reflexión en línea con ese frente común que es necesario mantener de forma valiente y decidida para lograr ganar la batalla al calentamiento global: “Tenemos que ganarle la carrera al cambio climático, y eso pasa tanto por adaptarnos como por reconvertir nuestro sistema energético”.

Y pasa también por ir dando pasos, “pequeños, pero importantes y esperanzadores” en la reducción de gases de efecto invernadero que, pese a que ha ido a mejor, tal y como reconoce este investigador de la Universidad de La Laguna, sigue siendo insuficiente y evidencia aún más la necesidad de acotar el aumento de la temperatura mundial a 1,5 grados centígrados a finales de siglo, una compleja tarea para la que aún quedan 78 años.

Gabinete de Comunicación


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