Skip to main content

En contacto con el pasado prehistórico

lunes 21 de marzo de 2022 - 13:28 GMT+0000

Cuando Carolina Mallol Duque (Barcelona, 1973) descubrió que una piedra calcinada procedente de un fuego neandertal que estaba excavando en el yacimiento arqueológico del Abric Romaní, en Barcelona, aún olía a quemado al partirse en sus manos, se quedó tan pasmada como sorprendida. En aquel momento no supo encontrar una razón para explicar por qué, 40.000 años después, ese olor a roca abrasada seguía casi tan latente como el primer día.

Tres décadas más tarde, y con el extenso conocimiento que maneja ahora en el campo de la Prehistoria y la Arqueología, esta profesora e investigadora de la Universidad de La Laguna sabe que los ‘benditos culpables’ de que ese aroma perdurara eran los lípidos, o mejor dicho, los hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAPs), un montón de sustancias químicas distintas, tantas como más de un centenar, que se forman al degradarse lentamente la materia orgánica. Un proceso que deja señales de ácidos grasos que resisten al tiempo.

Ese hollín que se queda en el suelo, entre las piedras, fue lo que Mallol pudo oler en su primera excavación prehistórica y la prueba fehaciente de que esa capa negra que se suponía que era carbón, era realmente suelo quemado, algo que no se percibe a simple vista, pero sí al microscopio. “Además de conservarse la estructura química, era el suelo donde vivían las poblaciones prehistóricas, y a partir de ahí nos cambió el chip de cómo entender el fuego”, comenta la experta en Geoarqueología.

Sin duda, la mejor forma de entenderlo era usándolo como herramienta para trasladarse al pasado. Era evidente que la ceniza podría dar pistas sobre el combustible con el que los prehistóricos habían quemado el suelo, pero la capa negra iba a proporcionar más información acerca de ese pasado neandertal. Y así sucedió con el primer estudio que hicieron Mallol y su equipo, por medio del cual encontraron excrementos de humanos y animales. Todo un hallazgo que propició el nacimiento de Paleochar, consistente en el análisis microscópico y molecular del material carbonizado en hogueras arqueológicas.

Este superproyecto financiado por el Consejo Europeo de Investigación con la friolera de más de dos millones de euros ‒algo muy poco habitual en proyectos de humanidades‒ ha puesto el foco en la Universidad de La Laguna, posicionándola como un referente internacional en el campo la micromorfología arqueológica, una disciplina con la que explorar lo mucho que aún queda por descubrir en el sedimento prehistórico, y que aplican actualmente con técnicas químicas en el Archaeological Micromorphology and Biomarker Research Lab  (AMBI Lab), el Laboratorio de Investigación de Biomarcadores y Micromorfología Arqueológica del Instituto Universitario de Bio-Orgánica Antonio González.

Había que aprovechar el potencial de las moléculas lipídicas escondidas en la materia carbonizada para conocer más a fondo a los neandertales, una especie muy parecida a la nuestra, cuya extinción, hace 40.000 años, sigue siendo un misterio a día de hoy. “Comenzamos estudiando las capas negras de los hogares, ya que los neandertales hacían mucho fuego. Sin embargo, nos dimos cuenta de que al quemar algo a baja temperatura, ya que la carbonización no alcanza los 400 grados, se conservaba la estructura molecular, los lípidos”.

La clave para conocer las costumbres, la forma de vida y el porqué de la desaparición de los Homo neanderthalensis estaba en el suelo quemado, motivo por el que se hicieron un montón de fuegos distintos en forma de láminas delgadas con los sedimentos arqueológicos. Una especie de base de datos, hasta entonces inexistente, que permitiría dar pasos firmes en la investigación que se desarrolló desde 2015 hasta 2020, y con la que han podido salir a la luz muchas de las pistas escondidas que el fuego deja tras de sí.

Del yacimiento al microscopio

Para entender lo que se hace en AMBI Lab, o lo que es lo mismo, lo que aporta la micromorfología de suelos a la arqueología del siglo XXI, hay que borrar de nuestras mentes esas imágenes estereotipadas, aunque deliciosas, de las excavaciones arqueológicas con las que la gran dama del suspense, Agatha Christie, nos condujo hasta Irak de la mano del siempre estirado y sagaz Hercules Poirot en una de sus geniales novelas: Asesinato en Mesopotamia.

Ahora todo es “mucho más científico”, preciso y pulcro. Aunque, evidentemente, no se puede dejar de excavar, la forma en que se hace hoy en día dista mucho de la manera en la que se trabajaba en los yacimientos arqueológicos hace unos cuantos años. “De un palazo se barrían 3.000 años. Hoy se tarda más porque tenemos que ser muy cuidadosos con los protocolos, con las herramientas que usamos, pero se saca más información”, dice Mallol al tiempo que asegura que la arqueología tradicional, tal y como la conocemos, llegó a su fin.

La arqueología de los tiempos actuales se nutre de la geoarqueología y se sirve en bandeja en el laboratorio de la mano de las técnicas y aparatología química más sofisticadas. Los sedimentos arqueológicos (la tierra), quemados o no, tienen mucho que decir sobre el pasado. “La micromorfología de suelos está cogiendo mucho impulso en estos momentos y es muy bueno poder ver el tiempo humano a estas escalas. Por primera vez, por ejemplo, se ha conseguido extraer ADN neandertal en un bloque en Alemania”.

Los bloques a los que se refiere la experta son las muestras de la micromorfología de suelo. Se toman de los perfiles del terreno, las paredes que quedan a la vista. Con el muestreo, que se realiza antes de las excavaciones para evitar que el suelo haya sido removido, se obtienen cortes verticales que luego se plastifican. El paso siguiente es seccionarlo con cortadores y pulidoras de alta precisión hasta convertirlo en una fina lámina traslúcida que no ocupa más espacio que el de una tarjeta bancaria y, sin embargo, podría contener datos tan trascendentales como para esclarecer la historia del planeta.

La lámina en cuestión se coloca en un microscopio para ver los distintos estratos o capas del terreno. Es lo que se denomina microestratigrafía, la técnica por la que abogan los geoarqueólogos, capaz de leer el paso del tiempo en cada sedimento, pero a una escala casi imperceptible. Desde el más antiguo al más moderno, la información que contienen se analiza después en las muestras procedentes de cada uno de los centímetros de tierra extraídos de los bloques. El último paso es llevarlas a una especie de horno en el que se aíslan los lípidos, los que decididamente hablan del pasado.

En los dominios de AMBI Lab

Traspasar las puertas de AMBI Lab significa adentrarse en un mundo de ciencia arqueológica y aparatología sofisticada destinada al análisis de los lípidos que supera los 600.000 euros, con microscopios estratográficos, micromatógrafos de gases y congeladores que conservan las porciones de tierra extraídas, y con los que el equipo de investigadores internacionales altamente cualificado que trabaja junto a Mallol estudia y custodia muestras de suelo provenientes de distintos yacimientos de España, Francia, Montenegro, Tanzania, Israel o Egipto.

Una vez finalizado Paleochar, el proyecto estrella que cosechó muchos logros y reconocimiento, AMBI Lab funciona casi como una comisaría de policía: caso que se presente, caso que hay que analizar e intentar resolver. Proyectos no faltan. Y herramientas para afrontarlos tampoco. Ya sea dentro de las fronteras nacionales o fuera, Carolina Mallol contesta a las llamadas de organismos e instituciones que la reclaman para que coja una muestra de tierra y averigüe lo que es. Y se hace con todas las técnicas a mano: las de los botánicos, historiadores, químicos, arqueólogos especializados en paleobotánica que se han formado en PCR y ADN, geólogos, paleogenetistas…

“Hacemos un trabajo multidisciplinar y aportamos mucho más allá de nuestra disciplina. Vamos a por el dato y con ese dato, poco a poco, cuando tenemos la ‘escena del crimen’ conformada y todo recopilado, planteamos lo que tenemos y hasta dónde podemos llegar”. Y hasta ahora, aparte de aportar luz sobre cómo era la vida en el Paleolítico a través de las capas negras de sus hogueras ‒su gran eureka‒, Mallol y su equipo han dado un paso más allá con la aplicación de sus técnicas al conseguir analizar directamente de las placas, sin necesidad de pasar por el microscopio, la información contenida en los lípidos, algo que no se había hecho nunca.

Se trata de un método mucho más preciso del que están, en estos momentos,  desarrollando el protocolo. Con el empleo de un microtaladro que perfore directamente las placas se evita que la resina de poliéster orgánica interfiera, en cierta forma, con la señal de los lípidos. “Taladrar los bloques y sacar lípidos directamente de ellos es clave y ha sido, sin duda, uno de los logros importantes de Paleochar, además de otro en el que con los restos negros (quemados) pudimos distinguir si eran de procedencia animal o vegetal, directamente desde la lámina” mediante espectroscopia Raman, que ilumina las muestras con rayos láser y proporciona datos sólidos y rápidos.

Proyectos actuales y colaboraciones

Hallazgos importantes que derivaron en 14 publicaciones científicas surgidas a raíz de Paleochar, y que ha catapultado a los investigadores de AMBI Lab como pioneros en las técnicas de extracción de lípidos. Reconocidas internacionalmente, las están aplicando en diferentes países y en distintos estudios nacionales. Una de esas colaboraciones es la que sostienen actualmente con el parque arqueológico Cueva Pintada, en Gran Canaria, donde tratan de averiguar qué funcionalidad tenían las casas de los aborígenes y qué había en su suelo.

Saber qué clase de combustible utilizaban los neandertales para prender sus hogueras, de qué especie era la leña empleada o si los fuegos están removidos o no, son incógnitas que siguen tratando de resolver en muchos yacimientos. En La Fortaleza, el más antiguo de Gran Canaria, lo que ocupa ahora a Mallol es averiguar si los excrementos contenidos en estructuras que parecen habitáculos estaban ahí porque los aborígenes canarios los utilizaban como establos para los animales o si, por el contrario, se valían de caca de cabra y oveja mezcladas con arcilla para hacer sus suelos, influenciados por las costumbres africanas.

No se puede generalizar. Cada lugar, cada yacimiento, es diferente. Como lo son los yacimientos del Paleolítico Medio de El Salt y Abric del Pastor en Alcoy (Alicante) donde están desarrollando un proyecto i+d+i, o los del Cerro de San Vicente, en Salamanca, un yacimiento arqueológico prerromano en el que empezaron a trabajar el año pasado y donde ahora están comenzando a muestrear las casas y calles. Lo hace una doctoranda que se desplaza los veranos, que es cuando se aborda el trabajo de campo.

Sus colaboraciones actuales llegan también hasta los yacimientos arqueopaleontológicos de Orce, en Granada, uno de los yacimientos de Homo erectus más antiguos de Europa, que data de hace un millón de años, otro de los tantos lugares en los que Carolina Mallol se da cuenta de que no cambiaría la geoarqueología “por nada”. “Cuando estás en un yacimiento y tocas lo que sea, y te das cuenta de que esa gente estuvo ahí, en el mismo lugar en el que tú estás ahora, es algo muy potente, algo que tiene una fuerza tremenda”.

Por eso le motiva tanto la arqueología, porque le permite “explorar la diversidad humana: todas las formas que puede haber de vivir, de comer, de relacionarse”. Una puerta abierta al pasado de la humanidad en la que aún queda mucho por saber. Uno de esos misterios por resolver que también la ha tenido ocupada es a qué se debió la desaparición de los neandertales. “Los geólogos apuntan a que el frío mató a los últimos neandertales en la península Ibérica y nosotros estamos viendo que quizá hubo un microclima que no afectó tanto y no llegaron a extinguirse, o la dinámica fue distinta, algo que también documentamos en un estudio realizado en Montenegro”.

La importancia de la red neuronal

No todo el trabajo de AMBI Lab se centra en desentrañar lo que sucedió en los yacimientos arqueológicos. De puertas para adentro, en los despachos, se cuece otro tipo de labores en las que se apoyan las investigaciones, como el desarrollo de una red neuronal micromorfológica en colaboración con el catedrático de Informática de la Universidad de La Laguna, Rafael Arnay. Un proyecto propio, capitaneado por Arnay, en el que participan jóvenes investigadores del centro académico.

El objetivo de esta iniciativa conjunta, en la que toma parte el alumnado de ambas especialidades, es crear una gran galería de imágenes de micromorfología que ayude a acelerar el trabajo. “Se trata de no perder tiempo cuantificando y describiendo cada muestra. Estamos escaneando las láminas a muy alta resolución y luego, con un software que se ha diseñado específicamente, se segmenta la imagen en pequeños trozos que se etiquetan”.

Así, bastaría con poner la imagen para identificar cada cosa. De momento han empezado alimentando la red con fotografías de los distintos tipos de poros y huesos. Es el primer paso de una herramienta que ahorrará un tiempo considerable y agilizará el proceso descriptivo, que se realiza de forma manual. Un ‘instrumento’ más que ayudará a hilar las historias de una ciencia, la Arqueología, relativamente joven ‒nació hacia finales del siglo XVIII‒ y de la Geoarqueología que, aunque más joven aún, aborda los problemas arqueológicos desde las competencias científicas. Lo que importa es el dato.

“Lo que estamos haciendo es ser más detallistas con lo poco que sabemos del pasado. Tenemos mucha información pero todavía nos falta mucha más. Por así decirlo, tenemos una información en dos partes: la de los discursos que se han montado sobre cómo fue el pasado, basados en hipótesis que pueden ser tanto una cosa como la otra, y que son muy difíciles de desmentir, y la del discurso real, basado en pocos datos”.

De lo que sí está segura esta experta en Geoarqueología formada en Harvard, y profesora de Geografía e Historia de la Universidad de La Laguna, cuyo proyecto más deseado ‒aún por llegar‒ hay que buscarlo en Sudamérica, entre sus desiertos y pantanos, es de que su voraz interés por lo inexplorado se mantiene tan intacto como el día en que decidió ser arqueóloga. Porque, sin lugar a dudas, “hay que ayudar donde no se sabe nada”.

Gabinete de Comunicación


Archivado en: Ciencia ULL, Geografía e Historia, Protagonistas

Etiquetas: , , , ,