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Canarias y el paraíso que se agota

miércoles 11 de junio de 2025 - 08:12 GMT+0000

El catedrático de Economía Serafín Corral.

¿Es Canarias un paraíso? Antes de contestar, indaguemos en el origen etimológico de la palabra «paraíso», que proviene del griego antiguo parádeisos, que a su vez deriva de la lengua indoirania pairidaeza, que significa literalmente «jardín amurallado» o «recinto cerrado». Los griegos, en época del Imperio Persa, identificaban el paraíso como un paisaje bello, idílico pero rodeado por un muro. Desde aquellos tiempos remotos se entendía que los Jardines del Edén, los templos de la naturaleza, debían ser protegidos contra las agresiones externas. Pero los muros no solo protegen, también aíslan.

Nuestra propia condición insular nos ofrece un muro en forma de océano. Ocho fortalezas que fueron inexpugnables hasta la popularización de la navegación. Múltiples culturas recalaron en las islas, todas ensalzaron su belleza. Esto, unido a la mística del constructo isla, nos elevó a los olimpos de los paraísos terrenales clásicos.

¿Y quién no quiere estar en el paraíso? Eso es lo que han deseado y conseguido millones de personas en las últimas décadas. Turistas que disfrutaban de todos los atributos que nos hemos encargado de promocionar por todo el planeta. Tanto es así que corremos el riesgo de morir de éxito. Según los datos de la serie histórica de llegadas de pasajeros publicada por el Gobierno de Canarias, desde 1990 hasta 2023, las Islas Canarias han recibido algo más de 400 millones de turistas y, aunque, obviamente, muchos son repetidores, la cifra abruma: estamos hablando de algo más de la población de Estados Unidos acogido en un territorio 1.320 veces menor.

El turismo, celebrado en su momento, está siendo criticado por muchos colectivos sociales que, en los últimos años, han logrado movilizar a una parte considerable de la sociedad canaria. La Universidad de La Laguna estudia el fenómeno turístico y su impacto desde múltiples perspectivas. Serafín Corral, catedrático del departamento de Economía Aplicada y Métodos Cuantitativos de la Universidad de La Laguna, lo hace desde la óptica económica.

El catedrático de Economía Serafín Corral. El momento del postcrecimiento

El profesor Corral lidera un grupo de investigación que indaga sobre postcrecimiento en espacios insulares. El trabajo parte de una premisa clave: estos territorios, por su escala y especificidad, ofrecen condiciones idóneas para ensayar nuevas formas de entender el desarrollo. “Consideramos que las islas y otros espacios remotos no son solo zonas periféricas o vulnerables, sino auténticos laboratorios de futuro”, explica.

La investigación no se limita exclusivamente a territorios insulares como las Islas Canarias —su principal área de trabajo—, sino que también abarca otras regiones remotas del planeta, como algunas zonas del Ártico porque, aunque no son islas en sentido estricto, comparten con ellas ciertas características: aislamiento geográfico, fragilidad ecológica y estructuras sociales particulares.

Precisamente por esas limitaciones —o gracias a ellas— estos territorios pueden convertirse en escenarios privilegiados para experimentar con modelos alternativos al paradigma económico dominante. “Nos interesan los espacios con restricciones, porque esas restricciones abren la puerta a la innovación: nos obligan a repensar cómo habitamos, producimos o distribuimos recursos”.

El enfoque del postcrecimiento —o degrowth, en su formulación anglosajona— busca ir más allá de la lógica del Producto Interior Bruto como única medida de éxito. “El crecimiento por el crecimiento ha demostrado ser insuficiente para garantizar bienestar y felicidad. Lo vemos cada día en nuestras islas: el territorio se degrada y la población no necesariamente vive mejor”, añade. La desconexión entre el crecimiento económico y la prosperidad real se hace cada vez más evidente, abriendo un debate urgente sobre qué entendemos por desarrollo.

El catedrático de Economía Serafín Corral. Más turistas, menos prosperidad: la paradoja del crecimiento en Canarias

En Canarias, donde la economía depende en gran medida del turismo, el aumento constante de visitantes no se ha traducido en un mayor bienestar para la población local. “Seguimos recibiendo más turistas cada año, pero eso no se refleja en una mejora de la calidad de vida de los residentes. No hay una correlación directa entre más turismo y más prosperidad”, advierte.

Durante décadas, los objetivos institucionales se centraron en cifras crecientes: un millón de turistas más, cien mil más… Una lógica cuantitativa que alimentó una industria expansiva, difícil de detener sin causar impactos negativos. “¿Cómo se da marcha atrás a ese modelo sin que nadie pierda? Es complejo. Primero hay que frenar esa inercia y luego reconducirla”.

Ahí es donde entra en juego el papel de la universidad y, en particular, la necesidad de definir nuevos indicadores que permitan medir de forma más realista el bienestar. En este sentido, uno de los proyectos más innovadores que se está llevando a cabo es el Barómetro de San Cristóbal de La Laguna, un municipio que ha impulsado una iniciativa pionera en España.

“El barómetro ya va por su tercera edición. En la primera, se analizaron exclusivamente las preocupaciones de la ciudadanía. En la segunda, que coordinamos nosotros, fuimos más allá: nos reunimos con vecinos y vecinas de todos los distritos —más de 300 personas— para identificar no solo lo que les preocupa, sino también qué entienden ellos por prosperidad”.

A partir de esas reuniones se comenzó a elaborar un índice de prosperidad local, que incorpora tanto variables económicas tradicionales —como la renta o el empleo— como dimensiones sociales, culturales y emocionales: integración, acceso a servicios, tiempo libre, participación, etc. Elementos muchas veces intangibles, pero fundamentales para el bienestar colectivo.

Esta línea de trabajo pone en evidencia las contradicciones del modelo actual. “Canarias tiene una de las tasas de desempleo más altas de Europa, en torno al 13 %, y una de las rentas per cápita más bajas. Si nos guiáramos por la teoría económica clásica, este debería ser un territorio de expulsión de personas. Sin embargo, es un lugar de atracción. Esa disonancia nos obliga a replantear qué entendemos por desarrollo”. No solo recibimos cada vez más turistas, sino también más residentes permanentes. “Nuestra brecha de desigualdad con Europa se amplía, pero aún así, el número de personas que elige vivir aquí no deja de crecer. ¿Por qué? Porque hay factores que van más allá de los datos económicos tradicionales”.

Se trata de elementos intangibles que, aunque difíciles de cuantificar, juegan un papel decisivo en la percepción de bienestar: el clima, el entorno natural, el estilo de vida, el sentido de comunidad o la posibilidad de una vida menos acelerada. “No es el PIB, ni el PIB per cápita, ni siquiera la renta lo que determina hoy la movilidad de las personas. Son otros valores, más subjetivos pero igualmente reales”, subraya.

Esta tendencia, que comenzó a perfilarse a principios de los años 2000, se intensificó notablemente tras la pandemia. La COVID-19 actuó como catalizadora de un cambio profundo en las prioridades individuales y colectivas. “La pandemia puso en evidencia que muchos buscaban algo más que seguridad económica: querían calidad de vida, naturaleza, tiempo. Y eso posicionó a lugares como Canarias en una nueva dimensión”, concluye.

El catedrático de Economía Serafín Corral. Morir de éxito

La pregunta ya no es si Canarias es un destino maduro, como lo fue durante décadas en los análisis turísticos clásicos. Ahora la preocupación va más allá: ¿puede un territorio morir de éxito? ¿Convertirse en un lugar tan atractivo para el turismo que termine perdiendo precisamente aquello que lo hacía especial?

“Sí, claramente. Lo estamos viendo. Y no es algo exclusivo de Canarias: ya ocurrió en otros lugares como el Caribe, donde el turismo se ha transformado en una experiencia encapsulada, desconectada de la vida local”. Ejemplos como Punta Cana o algunos enclaves de México muestran cómo el turismo puede derivar en una realidad artificial, cerrada, donde el visitante apenas interactúa con la población.

Durante mucho tiempo, Canarias se diferenció de esos modelos. El gran valor añadido del archipiélago residía en su capacidad para ofrecer una experiencia integrada, donde el turista podía recorrer, convivir, mezclarse. Pero eso está cambiando.

“Hoy empezamos a ver síntomas preocupantes: saturación de espacios naturales, pérdida de hospitalidad social, distanciamiento simbólico entre residentes y visitantes. Ya no se trata solo de renta o empleo, sino de desafecto. De perder esos elementos intangibles que antes daban sentido y equilibrio a la convivencia con el turismo”.

Uno de los factores clave es la transformación del turista actual. Ya no se limita a los circuitos tradicionales, sino que explora, fotografía, comparte y ocupa todo el espacio. “Antes, los turistas se concentraban en determinadas zonas; hoy están en cada rincón de la isla, movidos por las redes sociales. Lugares antes tranquilos, como la Cruz del Carmen, ahora se llenan de visitantes buscando el ‘selfie perfecto’. Y eso ha cambiado radicalmente la percepción social”.

El malestar creciente se percibe en la calle. Lo que antes se entendía como una fuente de riqueza, ahora empieza a verse como una amenaza a la calidad de vida local. “Hasta hace poco, el turismo se respetaba. Hoy, muchos lo ven como una carga. Y eso se debe en parte a que ha dejado de haber una frontera clara entre el espacio del residente y el del visitante”. Una transformación en gran medida promovida, además, por las propias políticas institucionales.

En este contexto, el catedrático insiste en la urgencia de redefinir el contrato social en torno al turismo. “Si no queremos repetir errores ya conocidos, necesitamos nuevas reglas del juego, nuevas métricas y, sobre todo, volver a preguntarnos: ¿Qué modelo turístico queremos? ¿Y para quién?”

¿Hemos sobrepasado el punto de no retorno?

¿Estamos aún a tiempo de reconducir el modelo? La respuesta es afirmativa, aunque matizada: “Siempre hay solución para todo… menos para la muerte”, afirma con ironía. El problema es que revertir el rumbo actual no es sencillo, porque implica “posicionamientos y decisiones estructurales” que van mucho más allá de ajustes puntuales.

En el centro del debate surge la necesidad de un nuevo contrato social, una idea que remite directamente a Rousseau, pero que aquí se resignifica en clave contemporánea: redefinir colectivamente qué tipo de sociedad queremos ser y qué modelo de desarrollo queremos sostener. “Eso no se ha hecho en Canarias. No hemos abierto ese debate. Vamos al «trantrán», dejando que la realidad nos atropelle. Y cada año nos sorprendemos porque seguimos batiendo récords de turistas sin que ello se traduzca en bienestar”.

La pregunta “¿cuándo parar?” se convierte en un dilema estratégico. “Nunca parece ser suficiente. Es como en aquella película de James Bond: «El mundo nunca es suficiente». Pero, ¿cuántos millones más hacen falta para que el sistema deje de estar en crisis permanente, como insiste la patronal?”.

En paralelo, los expertos apuntan a una crítica profunda sobre el uso de indicadores económicos desfasados, especialmente el concepto de productividad, que todavía se utiliza con parámetros heredados de la era industrial. “La productividad marginal surge en contextos fabriles del siglo XIX: tornillos, cacerolas, objetos tangibles por hora trabajada. ¿Pero cómo aplicas eso en una economía de servicios como la turística?”

La comparación es clara: “¿Es más productivo el camarero que sirve 200 cafés al día sin mirar a los ojos o el que sirve 20 con atención, cercanía y trato humano? ¿Qué aporta más valor real al servicio turístico? En este tipo de economía, los indicadores clásicos no nos sirven. La productividad no puede medirse igual que en una cadena de montaje”.

Esta reflexión apunta a un problema estructural: los marcos de evaluación están desalineados con la naturaleza real de la economía canaria. Y esto no solo afecta al análisis académico, sino también a las decisiones políticas y empresariales. “Insistir en crecer cuantitativamente —más turistas, más camas, más PIB— sin atender a las dimensiones intangibles del bienestar es parte del problema. Necesitamos otros indicadores. Otra brújula”.

El catedrático de Economía Serafín Corral. Un modelo fuera de escala

Uno de los grandes desafíos del turismo en Canarias no tiene que ver con su éxito, sino con quién toma realmente las decisiones. “La estrategia turística de Adeje, por poner un ejemplo, no se decide en Canarias” reconoce, apuntando a una pérdida de control territorial sobre un modelo que opera con lógica global y actores externos.

Esa pérdida de soberanía se vuelve crítica cuando se cruza con la escasez de recursos, especialmente en un territorio insular fragmentado y energéticamente aislado. “Estamos aguantando, pero no sé por cuánto tiempo más”, advierte. Y no se refiere solo al agua o a la capacidad hotelera. Se trata del colapso sistémico derivado de un modelo de consumo intensivo: contaminación de playas, presión sobre las infraestructuras, dependencia energética fósil y un uso del territorio que nunca fue diseñado para soportar esta densidad de población y visitantes.

La reflexión no es nueva, pero sigue siendo ignorada en la planificación política. Y se ilustra con una referencia que sigue resultando demoledora. En 1930, el economista John Maynard Keynes auguró que, gracias al progreso tecnológico, sus nietos —es decir, nuestras generaciones— trabajarían 15 horas semanales. La eficiencia productiva permitiría cubrir las necesidades materiales básicas, liberando tiempo para el ocio y la vida plena.

“Lo que Keynes no previó”, explica Corral, “es que el sistema capitalista se basa en la creación constante de nuevas necesidades. No basta con un móvil: hacen falta dos. No basta con un coche: hay que renovarlo cada pocos años. Así se perpetúa la ficción de la felicidad asociada al consumo infinito”.

Este engranaje —en el que el turismo actúa como acelerador— choca frontalmente con los límites biofísicos del archipiélago. Y la cifra que se menciona lo ilustra con crudeza: “Canarias necesita muchas veces su territorio para sostener el nivel de consumo actual”. El mensaje es claro: vivimos muy por encima de nuestra capacidad.

El transporte de bienes desde fuera, el consumo eléctrico basado en térmicas —salvo honrosas excepciones como El Hierro—, y la multiplicación de vehículos privados (casi dos por hogar) convierten a las islas en un laboratorio de insostenibilidad. “No hay espacio físico suficiente para que Canarias sea 100% renovable con la estructura actual”, sentencia.

Frente a esta constatación, la pregunta que emerge es si es posible repensar el modelo antes de que se colapse desde dentro. Las comunidades energéticas pueden ser parte de la solución. 

A pesar del inmovilismo institucional y la inercia del modelo turístico, existen en Canarias ejemplos tangibles de transición energética que demuestran que otro modelo no solo es posible, sino que ya está en marcha. Una de las iniciativas más prometedoras es la creación de comunidades energéticas locales, estructuras cooperativas que permiten a la ciudadanía compartir, producir y gestionar su propia energía renovable.

“En Tenerife está Enérgetica, de la que formo parte”, explica. Esta comunidad energética, de ámbito insular, trabaja con ayuntamientos y entidades públicas para instalar placas solares en infraestructuras colectivas, y redistribuir esa energía entre vecinos y espacios públicos dentro de un radio de dos kilómetros.

El modelo no es exclusivo de Tenerife. En La Palma, el proyecto Energía Bonita se ha consolidado como un referente mundial. Esta comunidad ha logrado superar numerosas resistencias administrativas y culturales para articular una comunidad energética sostenible, descentralizada y participativa. “Están a la altura de las experiencias pioneras en Islandia o en otros pocos lugares del mundo”.

Estas iniciativas apuntan a una transición energética con rostro humano, que permite redistribuir poder, reducir dependencia exterior y avanzar hacia una economía más resiliente. Pero para que se consoliden, hay que cambiar el marco de prioridades: dejar de centrar toda la acción política y económica en el turismo y abrir el debate sobre el futuro del archipiélago. “Tenemos que preguntarnos en serio qué modelo queremos y dónde queremos estar dentro de 20 años. A partir de esas respuestas podremos diseñar estrategias distintas”, insiste. Porque el tiempo para decidir no es infinito.

Gabinete de Comunicación


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