Las tortugas marinas son célebres por su longevidad. Su metabolismo lento, su genética, su ritmo de crecimiento y envejecimiento a largo plazo les permiten alcanzar una vida excepcionalmente larga, incluso centenaria. Por eso resulta especialmente paradójico que seis de las siete especies de tortugas marinas clasificadas como amenazadas por la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza estén en peligro de extinción, mientras que la séptima, la tortuga boba, figura como especie vulnerable.
Según Raquel de la Cruz Modino, profesora titular de Antropología en la Universidad de La Laguna y especialista en antropología de la pesca, en esta concepción incompleta acerca de la situación real de las tortugas marinas influye notablemente la imagen cultural que hemos construido de ellas: las percibimos como animales prehistóricos, robustos y, en definitiva, supervivientes. Una imagen que puede llevarnos a subestimar su vulnerabilidad. Comprender estas construcciones culturales y el papel que desempeñan en la interacción entre la población de un territorio y determinadas especies es esencial para avanzar en su protección y conservación, y así permitir que alcancen su esperanza de vida.
En este contexto, la Universidad de La Laguna ha desarrollado en los últimos años una importante labor de seguimiento de las especies de tortugas marinas más comunes en el archipiélago canario. Esta iniciativa forma parte de la investigación predoctoral de Claudia Hurtado Pampín, bajo la dirección del profesor titular de Zoología José Carlos Hernández Pérez y la antropóloga Raquel de la Cruz Modino. El objetivo del estudio es analizar el estado de las tortugas marinas presentes en el archipiélago canario, en el marco de las directrices marcadas por la Red Natura 2000, así como su interacción con la pesca artesanal, el turismo marino y la ciudadanía en general.
Canarias, un eslabón clave en su ruta migratoria
Las tortugas marinas forman parte de la megafauna marina, un grupo que engloba a animales de gran tamaño que habitan los océanos y desempeñan funciones ecológicas clave en sus ecosistemas. Pero también actúan como centinelas: sus cambios de comportamiento o salud suelen ser las primeras señales de alerta sobre los problemas que afectan al océano. En un contexto en el que los océanos sufren cambios a distintos niveles por el impacto ambiental de la actividad humana, desde el aumento de la temperatura del agua y la contaminación por plásticos, hasta la sobrepesca y el auge del tráfico marítimo, estas especies afrontan crecientes amenazas.
A esto se suma la complejidad de su estudio, en comparación con sus homólogos terrestres, debido a las dificultades de acceso y la necesidad de aplicar técnicas especializadas de seguimiento y monitorización. Según diversos estudios, al menos un tercio de las especies de megafauna marina está actualmente en peligro de extinción, y muchas otras se enfrentan a serios retos para su conservación.
Canarias forma parte del ciclo de vida de varias especies de tortugas marinas, especialmente de la tortuga verde (Chelonia mydas) y la tortuga boba (Caretta caretta). Según la investigadora Claudia Hurtado Pampín, las aguas del archipiélago son un punto de paso crucial para las poblaciones juveniles de estas especies, que llegan para alimentarse, descansar y crecer antes de continuar su migración hacia otras zonas como Cabo Verde o las costas americanas. Por ello, cualquier amenaza que enfrenten en este entorno puede tener un impacto global, ya que se trata de especies altamente migratorias y distribuidas a nivel mundial.
Problemas como un alto número de varamientos o la sobrealimentación pueden interrumpir su ruta migratoria o modificar sus hábitos, con consecuencias graves para la continuidad de la especie. Además, estos reptiles desempeñan un papel clave en las cadenas tróficas marinas, al consumir presas de alto nivel o plancton, contribuyendo así al equilibrio del ecosistema. Cuando este equilibrio se altera, puede favorecer el aumento de otras especies o provocar cambios en las zonas de distribución habituales.
Y, desde una perspectiva más pragmática, incluso egoísta, como señala Hernández, no podemos olvidar que las tortugas marinas también representan un valor añadido para la biodiversidad que caracteriza la naturaleza del archipiélago. Su presencia en las aguas canarias enriquece la experiencia de quienes practican actividades como el buceo o la observación de fauna marina. Por eso, cualquier alteración en sus poblaciones o en sus patrones de comportamiento implica también una pérdida significativa para quienes disfrutan y dependen del patrimonio natural de las islas.
Los expertos advierten que los datos recopilados por los centros de recuperación revelan una media anual de alrededor de un centenar de varamientos de tortugas marinas en Canarias. Una cifra considerablemente alta si se compara con otras regiones, como el Mediterráneo, donde los casos registrados oscilan entre 20 y 30 galápagos al año, señala Hurtado Pampín.
Además, esta estadística es solo parcial, ya que muchas tortugas heridas no llegan a ser rescatadas ni registradas oficialmente. Durante mucho tiempo, el estudio de ejemplares varados fue prácticamente la única vía para analizar a estos animales y formular hipótesis sobre su comportamiento. Precisamente por eso, uno de los principales objetivos de la investigación de esta doctoranda ha sido desarrollar métodos más eficaces para el muestreo y la observación directa de las tortugas en su entorno natural en aguas canarias. A esto se suma un aspecto esencial, como es la relación de estas especies con los humanos, pues, como subraya De la Cruz Modino, cualquier estrategia de conservación debe tener en cuenta el papel que juega la actividad humana en los ecosistemas marinos.
Monitoreo innovador con cámaras estereoscópicas
Partiendo de la investigación iniciada durante su trabajo de fin de máster en la Universidad de La Laguna, Hurtado Pampín ha llevado a cabo un amplio muestreo en aguas cercanas a todas las islas del archipiélago, con un enfoque especial en las Zonas Especiales de Conservación, áreas protegidas para la conservación de la biodiversidad, establecidas dentro de la Red Natura 2000.
Para ello, ha comprobado la gran utilidad de un novedoso sistema de monitoreo mediante vídeo denominado BRUVS (Baited Remote Underwater Stereo-Video). Estas estructuras metálicas se despliegan en el mar y están equipadas con cámaras estereoscópicas que no sólo permiten grabar el comportamiento de los animales, sino también tomar mediciones precisas. “Este método es especialmente útil para estudiar especies que viven bajo el agua, difíciles de observar mediante transectos visuales convencionales, ya que el tiempo que puede estar un buceador en el fondo es muy limitado”, explica la investigadora.
Otra de las principales ventajas de estas estructuras de muestreo es que permiten acceder al hábitat de los animales sin que la presencia humana interfiera en su comportamiento. “Cuando buceamos cerca de ellos, podemos alterar su conducta, y las cámaras nos permiten eliminar ese factor del estudio”, subraya Hurtado Pampín. Las estructuras que sostienen estas cámaras incorporan un brazo con carnaza en su interior, inaccesible para los animales. De este modo, se evita la práctica del feeding, alimentar a la fauna salvaje para atraerla, una técnica que está comprobado que puede modificar los comportamientos naturales de las especies y afectar a los resultados de los estudios. Para el profesor Hernández, esta novedosa metodología representa una herramienta excepcionalmente útil, que abre la puerta a una recolección de datos más amplia, precisa y representativa sobre la actividad de las tortugas marinas en las aguas canarias.
En este estudio se emplearon dos tipos de estructuras con cámara. Por un lado, las bentónicas, que se lastran con plomos para colocarlas en el fondo marino, donde graban durante aproximadamente una hora a profundidades de entre 50 y 70 metros. Por otro, las más recientes, que son las cámaras pelágicas, equipadas con un sistema de suspensión que les permite mantenerse a media agua, registrando lo que ocurre durante una hora y media. Esta doble metodología permite a los investigadores comparar lo que sucede a distintas profundidades y, gracias a la calibración precisa de los equipos, obtener mediciones fiables de los animales observados. Gracias a este sistema, también se ha podido confirmar por primera vez, apunta Hernández, que las tortugas marinas que atraviesan el archipiélago son, en su mayoría, ejemplares juveniles de pequeño tamaño.
Uno de los principales focos de la investigación desarrollada con estas estructuras ha sido el análisis del comportamiento de las tortugas marinas y su interacción con las actividades humanas. A lo largo del estudio, se han realizado lances en diferentes puntos del archipiélago, prestando particular atención a las zonas ZEC, donde se ha registrado una mayor presencia de ejemplares y una interacción más intensa con el ser humano, ya sea por turismo, pesca u otras actividades. También se han muestreado áreas no protegidas, lo que ha permitido comparar distintos entornos y detectar variaciones en el comportamiento de las tortugas en función del nivel de actividad humana. Hurtado Pampín destaca que han analizado en detalle la dinámica de la actividad industrial en la ZEC del suroeste de Tenerife, la más extensa de toda España, lo que ha proporcionado información valiosa sobre cómo afectan las distintas interacciones a las especies presentes en la zona.
Identificando los retos de la convivencia marina
Los primeros resultados del estudio revelan que las principales interacciones de las tortugas marinas en aguas canarias se producen con el buceo recreativo y la pesca artesanal. Para Hurtado Pampín, que ya había abordado la relación entre tortugas y pesca artesanal en su Trabajo de Fin de Máster, profundizar en este aspecto era muy importante, especialmente por la existencia de numerosas ideas preconcebidas y el rechazo que, en algunos casos, genera estos animales dentro del sector pesquero, a los que se atribuyen daños ocasionados en sus artes de pesca.
Con el objetivo específico de evaluar esta interacción, se realizaron lances con las cámaras submarinas simulando ser nasas similares a las que utilizan los pescadores locales, lo que permitió observar de forma directa cómo interactúan las tortugas con las mallas. Las grabaciones confirmaron que, si bien estos animales pueden causar daños de relevancia a las nasas, los varamientos de las tortugas no son resultado de la pesca artesanal. En cambio, se identificó una mayor incidencia de atrapamientos vinculados a la actividad de flotas pesqueras industriales y a la contaminación marina, como redes abandonadas, anzuelos o líneas de pesca, que provocan asfixia o impiden que los animales se alimenten.
Por otro lado, se comprobó que los clubes de buceo son el otro grupo con mayor nivel de interacción con las tortugas. En muchos casos, estas interacciones no siguen buenas prácticas, ya que se recurre al feeding para poder hacer observaciones más cercanas, sobrealimentando así a los animales y provocando cambios en sus pautas de comportamiento.
Raquel de la Cruz subraya la relevancia de estas líneas de investigación desde la perspectiva de la antropología de la pesca, especialmente en su vertiente aplicada y de transferencia del conocimiento. Poder profundizar en la relación entre las tortugas marinas y los pescadores artesanales ha sido clave para comprender mejor una interacción que, a menudo, ha estado rodeada de tensiones. Según la investigadora, el hecho de haber confirmado que las tortugas pueden provocar daños en ciertas nasas permite abrir el debate sobre la posibilidad de establecer mecanismos de compensación para los colectivos afectados, así como ofrecer recomendaciones sobre zonas donde esta interacción sea menos frecuente.
De hecho, como parte de la investigación iniciada durante el TFM de Hurtado Pampín, se organizaron talleres y actividades de divulgación dirigidos a los pescadores artesanales, con el fin de promover prácticas adecuadas para el manejo de tortugas enredadas o encontradas varadas. Para De la Cruz, acceder a este tipo de conocimiento sobre las interacciones entre la fauna y megafauna marina y seres humanos es fundamental para establecer pautas de convivencia más sostenibles, no solo en el ámbito pesquero, sino también en relación con las actividades recreativas que se desarrollan en el mar.
“A nivel antropológico es también muy interesante ver cómo los humanos modulan sus relaciones con la fauna salvaje a través de categorías y pautas que hemos aprendido en un contexto social en el que convivimos con animales domesticados”, apunta De la Cruz Modino. Esta idea se refleja en algunas actitudes observadas durante el trabajo de campo, como la de personas que alimentaban a las tortugas en zonas concretas, como puertos pequeños, con la intención de que regresaran. Esta práctica, aunque bienintencionada, resulta perjudicial para los animales, ya que puede alterar su comportamiento natural y generar dependencia.
Mapeos, protección efectiva y concienciación social
Una de las primeras contribuciones que los investigadores prevén realizar, una vez finalizado el análisis de los datos recogidos con cámaras submarinas, es la elaboración de mapas de presencia de tortugas marinas en el archipiélago canario, basados en estimaciones de abundancia. Según explica Hernández, aunque ya se dispone de cierta información sobre áreas con alta concentración de ejemplares, como ocurre en las zonas ZEC, estos mapas permitirían ofrecer indicaciones más precisas a los colectivos y actividades que mantienen una mayor interacción con las tortugas, ayudando así a prevenir algunas de las problemáticas detectadas durante el estudio.
Además, los investigadores reclaman una protección más efectiva de estos espacios delimitados, así como un refuerzo en las labores de vigilancia por parte de las autoridades. Como aclara Hurtado Pampín, declarar una zona como protegida no implica convertirla en un espacio de uso exclusivo para las tortugas marinas, sino garantizar que su presencia sea tenida en cuenta y respetada al planificar actividades turísticas, pesqueras o de transporte.
En esta misma línea, los investigadores insisten en la necesidad de una mayor concienciación social en diferentes niveles. Para De la Cruz Modino, impulsar un cambio real comienza por desarrollar una ciencia rigurosa que ofrezca datos sólidos sobre la relación entre humanos y animales, y continúa con la creación de programas de educación ambiental que no solo transmitan ese conocimiento, sino que también inviten a la ciudadanía canaria a reflexionar sobre su vínculo con el entorno natural. “Tenemos el ideal de contemporaneidad de los grandes núcleos urbanos europeos, pero los canarios vivimos en un contexto de alta biodiversidad, en constante interacción con el medio natural. Por eso es fundamental conocerlo y comprender las relaciones que se dan en él”, subraya la antropóloga.
En opinión de Hurtado Pampín, más allá de mejorar la señalización en áreas protegidas, es urgente que la legislación exija a las empresas turísticas que operan en zonas como el suroeste de Tenerife una formación específica sobre conservación marina, así como una supervisión efectiva de sus prácticas. Educar al turista sobre qué conductas son aceptables durante la visita a estos espacios naturales es clave, “y eso solo puede lograrse si las propias empresas del sector actúan con responsabilidad y dan ejemplo”, señala la investigadora. “Hoy en día, muchas veces pesan más los ‘likes’ que puedes conseguir con la foto de un animal en Instagram que la protección real de una especie. Ese es uno de los grandes retos de la conservación a nivel global”, concluye Hernández.
En cuanto a las posibles tensiones con sectores económicos, los expertos insisten en la necesidad de adoptar modelos de gestión turística fuertemente comprometidos con la sostenibilidad, tomando como referencia países como Costa Rica, Australia o Nueva Zelanda. Hernández subraya que estos ejemplos demuestran que la conservación de la biodiversidad no solo es compatible con la actividad económica, sino que puede convertirse en un valor añadido para el modelo productivo y turístico. Además, recalca que la comunidad científica de Canarias cuenta con el conocimiento y la capacidad necesarios para asesorar a las administraciones públicas en el diseño de estrategias eficaces en esta dirección.
En línea con esto, De la Cruz Modino propone que la educación ambiental se integre como un eje transversal dentro del currículo escolar, reforzando la conexión entre el conocimiento, la educación en valores y el entorno en el que se vive. Añade que, más allá de acciones puntuales como el voluntariado o la ciencia ciudadana, que representan avances significativos, la población canaria debería tener la oportunidad de participar activamente en los procesos de toma de decisiones sobre la gestión de su territorio. Para la antropóloga, esto constituye una cuestión de soberanía ambiental, y considera que la ciudadanía debería tener voz sobre lo que ocurre en su patrimonio natural.
(Este reportaje es una iniciativa enmarcada en el Calendario de Conmemoraciones InvestigaULL, proyecto de divulgación científica promovido por la Universidad de La Laguna).
Unidad de Cultura Científica y de la Innovación (Cienci@ULL)