Entre el murmullo que precede al inicio de la clase y el vaivén de mesas y sillas buscando su sitio, una voz se eleva con cierta timidez curiosa. “¿Hacemos como si estuviéramos en el centro?”, pregunta una alumna mientras el resto del grupo termina de emparejarse. La profesora insiste: no es un simple ejercicio, sino una simulación. Son estudiantes de Psicología a punto de comenzar sus prácticas en un centro penitenciario.
Para dar vida al escenario, una alumna que es funcionaria de prisiones además de estudiante, se transforma en una galería de perfiles posibles: primero un recluso retraído y colaborador; luego un sabelotodo que todo lo cuestiona; más tarde alguien hermético, casi impermeable al diálogo. Frente a ella, cada pareja de futuros psicólogos ensaya con seriedad creciente, afinando preguntas, gestos y tonos, preparándose para el mundo real que los espera en apenas dos días.
Pero el alumnado que en cuarenta y ochos horas pasará del simulacro a la realidad, ya ha tenido la oportunidad de visitar el centro penitenciario Tenerife II. La tutora, lo primero que hace al comenzar la clase es preguntarles por su experiencia. ¿Qué les ha parecido la cárcel? La mayoría admite que entró en el recinto con miedo y prejuicios adquiridos en el cine y televisión. “Pensaba que iba a entrar en un lugar peligroso, oscuro y lúgubre” comenta una alumna. Sin embargo, todos admitieron que su experiencia fue mejor de lo que esperaban.
La Universidad de La Laguna lleva muchos años trabajando junto a los centros penitenciarios en múltiples proyectos, que siempre han buscado poner a su disposición el conocimiento que genera. Desde Psicología, Sociología o Educación, han sido varios los investigadores e investigadoras que han desempeñado su trabajo científico en este ámbito. Es el caso de nuestros siguientes protagonistas.
Andrés González Novoa, Ángela Esther Torbay Betancor y María Lourdes González han forjado un camino de esperanza y transformación en el ámbito penitenciario. Sus experiencias, arraigadas en la pedagogía y la psicología, respectivamente, no solo desafían los prejuicios arraigados sobre las prisiones, sino que también iluminan el potencial de la colaboración entre la academia y las instituciones penitenciarias para fomentar la reinserción y la dignidad humana.
La primera incursión en el mundo penitenciario es, para muchos, un encuentro con lo desconocido, un espacio cargado de preconcepciones y temores. Torbay Betancor, investigadora del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de La Universidad de La Laguna, con una trayectoria de casi dos décadas llevando estudiantes en prácticas a la prisión, recuerda vívidamente su primera visita. «Me impresionó muchísimo», confiesa. «Sin embargo, me lo esperaba bastante peor de lo que yo vi.» Esta honesta admisión subraya la brecha entre la imagen idealizada o temida de la prisión y la realidad que se presenta. No obstante, Torbay destaca una evolución positiva en el centro penitenciario de Tenerife a lo largo de los años, observando mejoras significativas en la infraestructura, la cultura, el personal y la gestión. Esta apertura de la prisión a la sociedad, según ella, es un paso crucial para desmitificar y humanizar el entorno.
Su entrada al centro penitenciario fue facilitada por una antigua alumna y la llegada de la primera directora mujer en la historia de la institución, quien mostró una notable disposición a colaborar con la universidad. Esta conversación inicial, fluida y sintonizada, sentó las bases para una relación fructífera, donde se exploró lo que la universidad podía aportar y lo que la prisión podía ofrecer a los estudiantes.
Andrés González Novoa, del Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia, por su parte, abordó su primera visita con una curiosidad más acentuada que el prejuicio. Su experiencia previa como cooperante internacional en zonas de conflicto y alto riesgo, desde favelas hasta el Amazonas, le había dotado de una perspectiva única. «La cárcel me parecía pues un lugar más a explorar», comenta, relativizando la imagen de violencia y perfiles extremos que a menudo se asocia con las prisiones a través de la literatura y el audiovisual. Su incursión en el ámbito penitenciario se dio a través del Festival del Cuento «Los Silos,» un evento con una marcada dimensión social. La idea era trabajar con los reclusos a través de la palabra, visibilizando las historias de los internos. Así nació «Palabras Prisioneras,» un programa que, desde hace 15 años, ha transformado la vida de muchos.
Palabras Prisioneras e intervención psicológica
El programa «Palabras Prisioneras» coordinado por González Novoa, comenzó con la preparación de un grupo de internos e internas para contar sus relatos autobiográficos en un espectáculo. El impacto fue «brutal,» según Andrés. La reacción del público, que aplaudía y valoraba sus historias, generó una conexión profunda y rompió estereotipos. Los internos, al ver que no eran despreciados, sino escuchados y respetados, comenzaron a reconstruir su dignidad. Esta experiencia seminal llevó a Andrés a la convicción de que la universidad debía tender puentes entre estos espacios herméticos y la sociedad, fomentando el diálogo y rompiendo prejuicios a través de «experiencias positivas compartidas.»
El programa se basa en un círculo semanal donde los internos comparten lo que han escrito. Este acto de escritura y lectura tiene un doble efecto: permite resignificar las experiencias y repensar el pasado, y al ser escuchados y respetados por otros, los internos reconstruyen su autoestima. La escritura, que para muchos era un castigo, se convierte en una herramienta de «repensarse, rehacerse y reinventarse.» La «avalancha de creatividad» que ha generado el programa se manifiesta en la creación de ficciones, radio, teatro y cine, con la ambición de difundir estas obras fuera de la prisión. La página web en construcción y los libros que se están configurando son testimonio de este florecimiento creativo.
González Novoa destaca que el programa ha impulsado la participación de los internos en itinerarios formativos, con un 90% del centro penitenciario involucrado en educación primaria, secundaria e incluso universitaria. La escritura, al dejar de ser un castigo y convertirse en una herramienta de expresión y creación, les permite «tomar control de sus vidas» y «reconstruir su dignidad.»
Desde la perspectiva de la psicología, Ángela Torbay Betancor enfatiza el papel transformador de la presencia de estudiantes universitarios en la prisión. Los internos, al ver a jóvenes que eligen voluntariamente acompañarlos en su proceso de cambio, rompen sus propios estereotipos sobre el exterior. «La sociedad me está dando la oportunidad de que yo pueda ser mejor persona, de que yo puedo cambiar y mejorar,» es la reflexión que surge en ellos. Torbay subraya la importancia de la resiliencia, ayudando a los internos a dar sentido a la adversidad, a sus errores y al daño causado, para que puedan darse a sí mismos otra oportunidad.
Los talleres de «Crecimiento Personal y Resiliencia» que imparte la investigadora no tienen un itinerario fijo, sino que se adaptan a las necesidades e intereses de cada grupo. El objetivo es que los internos entiendan que pueden cambiar y que tienen la capacidad de hacerlo. Se abordan temas como los miedos, los proyectos futuros y cómo enfrentar entornos tóxicos. Estos talleres se construyen en función de las necesidades, intereses e ilusiones de cada grupo de internos, con un enfoque principal en la resiliencia.
Con ellos se busca ayudar a los internos a dar sentido a la adversidad y a entender que pueden darse a sí mismos otra oportunidad. También imparten talleres específicos, como el «Regenera» para condenados por violencia de género, aplicando la transversalidad de la resiliencia a programas ya existentes. La flexibilidad y la adaptación a las demandas de los internos son clave para el éxito de estos talleres. La psicóloga insiste en que la cárcel no obra milagros, sino que los cambios son «pequeños pero significativos,» fruto de «pequeños reajustes, reflexiones» y la capacidad de levantarse después de una recaída.
Ambos investigadores abordan las adicciones, un problema omnipresente en el ámbito penitenciario. González Novoa lo enmarca en un contexto social más amplio: “somos una sociedad adicta”, argumenta. La adicción, según él, no se limita a las drogas, sino que se extiende al juego, las compras compulsivas y otras conductas que buscan llenar un vacío interior. Estima que el 85% de los internos en el centro penitenciario de Tenerife están allí por temas directa o indirectamente relacionados con adicciones. Las razones son múltiples: la búsqueda de satisfacción inmediata, la evasión de una realidad difícil, la necesidad de relacionarse o la ambición de conseguir dinero rápido y bienes materiales que confieran un estatus.
Ángela Torbay coincide en que la droga «despersonaliza» a las personas, pero enfatiza la importancia de que los internos asuman la responsabilidad de sus acciones, reconociendo que la droga no llega a ellos, sino que ellos van en su búsqueda. Destaca la existencia de las Unidades Terapéuticas y Educativas (UTE), módulos libres de drogas donde los internos se comprometen a dejar el consumo y participar en actividades terapéuticas y talleres. Estos módulos, de «alto nivel de exigencia», buscan preparar a los internos para la reinserción, aunque reconoce que el entorno exterior, con sus contactos y costumbres, puede ser un desafío que lleva a la reincidencia. La psicóloga subraya que la rehabilitación no es solo física, sino también psicológica, y que el apoyo continuo, incluso ofreciendo una «séptima oportunidad» si es necesario, es crucial para prevenir recaídas y acompañar el proceso de cambio.
La colaboración, un equilibrio delicado
La colaboración con la administración penitenciaria es un pilar fundamental para el éxito de estos programas. González Novoa enfatiza la importancia de ganarse la confianza de la institución a través de la paciencia y la seriedad en el trabajo. La universidad, con su trayectoria y profesionales formados, es percibida como un complemento y un apoyo, no como una amenaza. Es crucial adaptarse a las normativas y horarios del centro, y establecer relaciones cordiales con todo el personal, desde educadores hasta vigilantes. El docente se esfuerza por conocer sus nombres, sus vidas e incluso los invita a participar en los talleres, creando así un sentido de comunidad.
Por su parte, Torbay Betancor señala que, a diferencia de otras asociaciones que colaboran con las prisiones, la universidad no estaba presente inicialmente. Atribuye esto a la complejidad de movilizar convenios, formar alumnado y respetar las normas de una institución como la universidad. Sin embargo, enfatiza la necesidad de que la universidad entre con «mucha humildad,» compartiendo conocimientos y aprendiendo de la cultura penitenciaria. Considera que la universidad debe abrir sus puertas a todas estas personas, ya que su función es preparar y formar para la vida fuera de la cárcel.
Ambos investigadores coinciden en que la reinserción es un proceso complejo que requiere múltiples enfoques. Novoa enfatiza que no es solo el apoyo terapéutico o la escritura, sino la integración de todas estas dimensiones lo que genera un cambio real. Destaca la importancia de la educación formal, ya que salir con un título universitario o de secundaria aumenta las posibilidades de éxito. Menciona el caso de una interna que, tras obtener un grado en derecho y un máster en criminología, ahora trabaja en tratamientos penitenciarios, un testimonio del poder transformador de la educación.
Betancor subraya que la reinserción es un proceso sistémico, donde todas las redes de apoyo que los internos puedan tejer son fundamentales. Si falla la red familiar, puede haber una red de colegas o laboral que los sostenga. La psicóloga insiste en que los cambios son graduales y que la clave está en la capacidad de levantarse después de una recaída.
La labor de Andrés González Novoa, Ángela Esther Torbay Betancor y María Lourdes González en el ámbito penitenciario es un testimonio del compromiso de la Universidad de La Laguna con la sociedad. Su trabajo no solo busca romper prejuicios y visibilizar realidades, sino también ofrecer herramientas para la reinserción y la construcción de una nueva dignidad. A través de la palabra, la psicología y la educación, están abriendo caminos de esperanza para aquellos que, en el encierro, buscan una segunda oportunidad. Su visión de una universidad abierta y comprometida con todos los sectores de la sociedad es un hilo de esperanza hacia un futuro más justo e inclusivo.
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