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Un sociólogo de la ULL advierte sobre las desigualdades estructurales en el acceso a la educación superior

lunes 14 de julio de 2025 - 08:29 GMT+0000

La educación es la herramienta más poderosa para transformar vidas, pero no todas las personas tienen las mismas oportunidades para aprovecharla. Así lo sostiene el sociólogo Leopoldo Leopoldo Cabrera, profesor titular en la Universidad de La Laguna, que ha dedicado décadas al estudio de las desigualdades educativas. Desde su experiencia, lanza una advertencia clara: “El sistema educativo no compensa las diferencias sociales de origen; muchas veces las reproduce”. En un contexto en el que el acceso a la universidad se ha democratizado en términos formales, Cabrera pide no caer en la trampa del igualitarismo aparente. “Es cierto que hoy es más fácil entrar a la universidad que hace treinta años, pero las probabilidades de acceso siguen estando cuatro veces a favor de los estudiantes de clase alta frente a los de clase baja”, explica.

Cada año, miles de jóvenes se enfrentan a la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU). Aunque la intención de establecer una evaluación única a nivel nacional busca garantizar la equidad, Cabrera subraya que el examen por sí solo no equilibra las condiciones de partida. “La estructura social pesa mucho antes de llegar al aula de examen. No es lo mismo estudiar en Madrid que en Canarias. No es lo mismo nacer en una familia con estudios universitarios que en una con abandono escolar”, afirma. El sociólogo destaca que, en comunidades como Canarias, las tasas de escolarización en Bachillerato son más bajas. “Aquí, quienes llegan a la PAU ya han superado una criba previa. Son menos, pero están más seleccionados. El problema es estructural, no del alumnado”, aclara.

Uno de los problemas que el experto identifica es la escasez de plazas en las titulaciones más demandadas, como las de ciencias de la salud. “La universidad pública tiene recursos limitados. No podemos ampliar la oferta sin planificación. La solución pasa por decisiones políticas sobre financiación y estrategia educativa”, sostiene. Además, cuestiona la idea de que la educación privada sea sinónimo de mayor calidad. “Cuando llega la hora de entrar en Medicina, las familias quieren la pública. Porque es más competitiva, tiene más prestigio. En ese nivel, la meritocracia real se impone”, asegura. “Puedes heredar la renta, pero no puedes heredar la nota del MIR”.

Más allá del nivel económico o del centro educativo, Cabrera apunta a otros factores menos visibles que impactan profundamente en la trayectoria académica. Uno de ellos es el mes de nacimiento. “Está comprobado que los niños nacidos en el último trimestre del año rinden peor y tienen más probabilidades de repetir curso. Es un sesgo del propio sistema, no una falta de capacidad”, advierte. Otro elemento determinante es el acceso a actividades complementarias. “Las familias con más recursos pueden pagar clases de refuerzo, idiomas o deportes, que funcionan como impulsores académicos. Pero la educación pública debería ser suficiente por sí sola para ofrecer igualdad real”.

En su análisis, Cabrera destaca el papel de las madres, especialmente en hogares monoparentales. “Cuando una madre tiene estudios universitarios y trabaja, su implicación en la educación de sus hijos es mayor que la del padre. En Canarias, donde hay más hogares monomarentales que la media nacional, esto es clave”, apunta. También denuncia las brechas de género persistentes. “Las chicas sacan mejores notas, pero siguen rindiendo menos en matemáticas. Los chicos, al contrario, flojean en lengua. No es una cuestión biológica: en los test de inteligencia, ambos sexos obtienen resultados similares. El problema está en los sesgos educativos y las expectativas sociales”.

Ascensor social

El sociólogo es tajante al señalar que la educación sigue siendo el camino más realista para ascender socialmente, aunque no el único. “La lotería o el deporte de élite son vías posibles, pero improbables. La educación tiene una tasa de éxito más razonable, aunque tampoco es garantía”, aclara. Sin embargo, avisa que incluso los hijos o hijas de familias privilegiadas pueden perder estatus. “Una familia en el percentil 95 de renta no puede esperar que sus hijos suban más: como mucho, pueden mantenerlo. Y el 20% no lo logra. Esto no es determinismo, es probabilidad social”, señala.

Cabrera cuestiona la idea de que solo la universidad lleva al éxito. “No está bien que un padre llame fracasado a su hijo por no ir a la universidad. Hay oficios técnicos igual de dignos y rentables. El valor social no está solo en los títulos, sino en cómo se perciben las profesiones”, sostiene. Recuerda que el objetivo del sistema educativo no debe ser solo económico. “Tenemos que entusiasmar al alumnado con el conocimiento, no prometerle un sueldo. Leer, entender el mundo, participar en la sociedad… eso también es éxito”.

Para Cabrera, la responsabilidad no recae solo en las políticas públicas. “Necesitamos una implicación real del profesorado, de las familias, de toda la comunidad. En Canarias hace falta ese esfuerzo colectivo. Y debe empezar desde la primaria, no cuando el fracaso ya está instalado en la secundaria”. La solución, concluye, pasa por una estrategia educativa de largo plazo: “La escuela puede transformar vidas, pero no puede hacerlo sola. El talento no debería depender del código postal ni del mes de nacimiento. La igualdad de oportunidades no es una declaración de principios, es una tarea pendiente”.


Archivado en: Destacado, Investigación, Portada ULL