Durante no se sabe cuánto tiempo, el mapa dormía el sueño del tiempo enrollado en el fondo de un cofre corroído por la sal, respirando a duras penas entre pergaminos deshechos y monedas desgastadas. Nadie sabía que aquel trozo de piel curtida era algo más que un dibujo. Había visto al capitán trazar sus líneas con manos temblorosas, había oído juramentos de sangre y promesas de gloria. Ahora, mientras unos nuevos buscadores desentrañaban sus rutas bajo la luz de un farol, el mapa vibraba con una emoción antigua, volvía a la vida.
La literatura y el cine están llenos de historias de mapas. Cuentos de piratas en búsqueda de una X en el pergamino. Espías que esconden un mapa entre las costuras de su gabardina, o cartografía fantástica que recrean un mundo paralelo. Los mapas son una creación humana que no solo nos muestran un camino, son una obra de arte que, cuando se interpretan bien, nos enseña la realidad de una época.
En esa labor trabaja Kevin Rodríguez Wittmann, investigador del área de Historia Medieval de la Universidad de La Laguna. El científico relata que, si bien siempre tuvo un amor por los atlas que tenemos todos en casa, fue al estudiar un mapa del siglo XIX donde se mencionaban las Islas Afortunadas asociadas a Canarias, cuando comenzó su inmersión profunda. Esta inquietud le llevó a descubrir una disciplina específica y crucial: la cartografía crítica.
Rodríguez Wittmann explica que esta disciplina se desarrolló principalmente en el contexto anglosajón a partir de los años 80 del siglo pasado. Su enfoque es acercarse a la historia de la cartografía «desde un punto de vista cultural y no solo describiendo los mapas, sino teniendo en cuenta lo que representan, por qué, quién, qué es lo que se representa y qué es lo que se esconde en los mapas». De esta manera, la cartografía crítica revela que el mapa es una herramienta profundamente política y social. El interés del investigador se materializó en su tesis doctoral, centrada en la representación de las islas atlánticas en la cartografía medieval.
Aprender el lenguaje de la línea
La diferencia fundamental entre los mapas antiguos y las herramientas modernas como Google Maps reside en su propósito y acceso. Si bien hoy un mapa es una herramienta práctica para la navegación y la localización, en la antigüedad, un mapa podía ser una representación del universo, o al menos, una manera de imaginar el continente y el espacio.
Una de las premisas esenciales de la cartografía crítica es considerar el mapa como un texto o documento cultural. Al igual que una película o un libro, un mapa utiliza una serie de signos y símbolos que transmiten una determinada idea geográfica o un concepto espacial. Rodríguez insiste en que el lenguaje cartográfico es algo que se debe aprender activamente: «El lenguaje de un mapa también se aprende. Es como cuando aprendemos un idioma», explica. Si al inicio un texto en otro idioma nos parece incomprensible, un galimatías, solo cuando se aprende a entender los signos y su significado, éste toma forma en nuestra cabeza. Lo mismo sucede con un mapa de otra cultura o contexto; inicialmente puede parecer una serie de símbolos sin sentido, hasta que se aprende a analizarlo. Más allá de la geografía pura, “el mapa cuenta una historia». Al poder representar lugares reales o imaginarios, la cartografía adquiere una dimensión casi literaria.
Antes de que la cartografía se consolidara como una ciencia autónoma —algo que solo ocurrió a partir del siglo XVII o XVIII — los creadores de mapas eran esencialmente artistas. El investigador señala que hasta que el oficio de cartógrafo comenzó a definirse alrededor de los siglos XIV y XV, los mapas se creaban utilizando los mismos materiales, colores y técnicas que se empleaban para miniaturas o cuadros.
En estos mapas antiguos, encontramos dragones, sirenas y bestias míticas adornando los márgenes y los espacios oceánicos. Esta simbología tenía un significado profundo: «Estos creadores de mapas utilizaban o incluían sirenas o dragones para representar los extremos del mundo. Se creía que existían, pero eso sí, habitaban en lugares a los que nadie había llegado».
Esta inclusión de criaturas fantásticas responde también al concepto de horror vacui (miedo al vacío), muy utilizado en la historia del arte y que refería un interés o la tendencia a evitar el vacío en la representación. De tal manera que, cuando representaban el océano, se creía que no había nada más allá de las islas, y se rellenaba ese espacio con criaturas míticas.
En el contexto histórico dominado por el cristianismo, la simbología de las bestias también cumplía un doble propósito: glorificar el poder de la creación de Dios y al mismo tiempo incidir en el carácter peligroso y extremo de esos lugares. En muchas ocasiones, estas criaturas eran incluso «una representación del diablo».
Canarias en el mapa mítico y empírico
En el marco de su investigación sobre las islas atlánticas, Canarias ocupa un lugar central en la transición de la cartografía mítica a la empírica. Las primeras referencias cartográficas de Canarias están ligadas al concepto mitológico de las Islas Afortunadas, del que ya se hablaba en la antigüedad y cuyas representaciones se pueden encontrar en mapas desde el siglo IX o X. Sin embargo, existe un debate académico sobre si este mito realmente se correspondía con las Islas Canarias.
La primera representación de Canarias que puede considerarse «más reconocible o más empírica» data de 1339, en una carta náutica realizada por Angelino Dunert. Este cartógrafo, que trabajaba en Mallorca, representó solo las islas orientales, Lanzarote y Fuerteventura, por ser las primeras conocidas por los navegantes. La representación de las siete islas completas comenzó a aparecer a mediados del siglo XIV, un proceso ligado directamente a las navegaciones europeas y al proceso de conquista y de conocimiento por los europeos de estas islas.
El archipiélago también ha sido escenario de geografías fantásticas, y San Borondón es su ejemplo más famoso. El investigador confirma que existen mapas de esta isla mítica, ligada a San Brandán. Estos mapas no eran solo parte de representaciones generales, sino que a veces eran mapas precisos. Su existencia fue tomada tan en serio que la corona financió expediciones para descubrirla, incluso en los siglos XVI y XVII.
La existencia de islas fantasma no es exclusiva del pasado canario; “es más habitual de lo que creemos». El investigador narra el caso de la Isla Sandy cerca de Nueva Caledonia, la cual apareció en mapas del siglo XIX y persistió incluso en los mapas satelitales y Google Maps, hasta que una expedición de la Universidad de Sidney en 2012 visitó las coordenadas y comprobó que no existía.
En ocasiones, la invención de estos territorios imaginarios era intencional. Los cartógrafos los introducían como una forma de marca de agua o copyright: «Se sabe que en los mapas los cartógrafos introducían una isla que se inventaban, incluso en los planos de las ciudades una calle que no existe,» explica Rodríguez Wittmann. Así, si el mapa era plagiado, se podía demostrar que era falso.
Mapas y poder
Uno de los aspectos más oscuros, pero esenciales, de la cartografía como herramienta de poder es su capacidad para eliminar la memoria y la existencia de pueblos enteros. El investigador ha dedicado publicaciones específicas al «borrado de la memoria en los mapas», señalando que lo que no se nombra o no se representa corre el riesgo de ser ignorado: «Lo que no se nombra no existe, y lo que no se representa tampoco».
Este borrado ha ocurrido históricamente a través de la destrucción de documentos y la censura de narrativas culturales. Por ejemplo, se lamenta de la pérdida de la cartografía indígena: «Tenemos muy pocos mapas o casi ninguno realizado por las culturas nativas americanas». Los mapas mesoamericanos que se conservan ya están influidos por la cosmovisión europea, lo que implica que una parte de la historia y la realidad de esos pueblos se ha perdido.
Lamentablemente, esta práctica continúa, demostrando la persistencia del mapa como instrumento político en la actualidad. Rodríguez Wittmann cita ejemplos recientes, como con el genocidio de Gaza. “Netanyahu utilizaba mapas en los que Gaza no estaba representada. Los territorios palestinos no aparecen en los mapas para intentar convencer de lo que estaba haciendo». Este es un uso explícito de la cartografía para “evitar recordar la existencia de un pueblo».
Del mismo modo, el historiador recuerda que durante la Copa del Mundo de Brasil se solicitó a Google Maps la eliminación de las favelas para proteger la imagen turística del país. El historiador de la Universidad de La Laguna recuerda que, al ver los mapas de esa época, se observaban «los grandes territorios de favela borrosos y sin posibilidad de verlos bien». Esto prueba que, a pesar de vivir en un mundo de mapas satelitales que parecen fotografías inalterables, la información sigue siendo manipulada.
Además de la omisión física, el cambio de nombres geográficos es un acto de poder. Es el caso de figuras políticas que buscan modificar la nomenclatura, como el ejemplo de Trump y el Golfo de América, en lugar del Golfo de México: «Modificar el nombre o cambiar el nombre original de un lugar o de una referencia es uno de los primeros actos de colonialismo». El poder político inherente a la cartografía también se extiende hasta el presente a través de las proyecciones que elegimos utilizar. La Proyección de Mercator, que domina aún hoy en los planisferios habituales, es un ejemplo claro de cómo la ciencia y la política se entrelazan.
Aunque Mercator diseñó su proyección con un objetivo práctico—facilitar la navegación permitiendo trazar una línea de compás recta de un punto A hasta un punto B—, su éxito masivo no fue casual. Coincidió con el auge de los grandes imperios coloniales europeos, como el inglés y el francés, a partir del siglo XIX. Esta proyección tiene un efecto visual conocido: agranda de forma desproporcionada los territorios cercanos a los polos, como Rusia, Estados Unidos y Canadá, en detrimento de los países ecuatoriales, lo que genera una percepción errónea: «Mucha gente piensa que realmente la tierra es así».
Rodríguez Wittmann se alinea con la visión de que la persistencia de esta proyección obedece a intereses geopolíticos: «Hay un interés marcadamente político». Aunque admite que todas las proyecciones cartográficas tienen incorrecciones, ya que es imposible representar perfectamente una esfera en una superficie plana, insiste en la necesidad de visibilizar otras alternativas, como la proyección de Peters, o mapas que invierten la orientación habitual. «No hay ninguna ley física que diga que el norte tiene que estar en la parte de arriba de los mapas», argumenta el experto. De hecho, recuerda que en colegios de Australia, Nueva Zelanda, Argentina y Chile se utiliza el “upside down world map” (mapa dado la vuelta) para colocar el hemisferio sur en la parte superior, buscando incidir en la importancia de «ir un poco más allá de lo que estamos acostumbrados a ver cartográficamente.
El futuro de la cartografía y la deuda con la historia indígena
Con el predominio de Google Maps y las fotografías satelitales, podría pensarse que la era de la cartografía tradicional ha terminado. Sin embargo, Rodríguez Wittmann cree que el arte de hacer mapas físicos todavía tiene margen, comparando su pervivencia con la del libro en papel frente al electrónico. De hecho, señala un repunte en el coleccionismo y la producción de mapas manuales y artísticos.
Afortunadamente, el campo del estudio de los mapas no está agotado. La cartografía crítica surgió precisamente porque se dieron cuenta de que los mapas no se habían estudiado desde una perspectiva profunda y amplia. Estudiar la cartografía con la perspectiva crítica, incluyendo la decolonial, analizando cómo cartografiaban los pueblos indígenas amazónicos, por ejemplo, tiene una influencia fundamental, “esencial en la manera en que nosotros entendemos el mundo», señala el experto.
Se rompen así paradigmas que se creían universales y científicos. El aprendizaje más profundo, según Wittmann, es darse cuenta de que la realidad es mucho más vasta que lo que se nos ha enseñado: «Comprendes que la realidad no acaba en el horizonte que ves, sino que hay otro mundo más allá de ese horizonte».
En el caso específico de Canarias, aún queda muchísimo que investigar. La gran pregunta pendiente es si existieron mapas realizados por la sociedad indígena canaria antes de la llegada de los europeos. Aunque existen teorías sobre ciertas representaciones parietales en La Palma o Gran Canaria que podrían ser mapas celestes o geográficos, sin ejemplos conservados o descripciones textuales, «nunca lo podremos saber», sentencia el investigador. Esta ausencia de cartografía indígena subraya la importancia de «controlar el relato… y la definición, la percepción del mundo», explica, que ejerce la cultura dominante.
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