Un equipo de investigación de la Universidad de La Laguna ha llevado a cabo un estudio, publicado en la revista Marine Pollution Bulletin, sobre los tiburones de aguas profundas que habitan alrededor de las Islas Canarias. Los resultados revelan que estas especies no solo son esenciales para el equilibrio de los ecosistemas marinos, sino que también pueden ser consideradas indicadores de la contaminación por metales en los océanos.
Los autores y autoras subrayan que estos tipos de tiburones cumplen un papel crucial como depredadores: regulan la población de otras especies y mantienen el equilibrio de las cadenas alimentarias en los hábitats más profundos del océano. Sin embargo, su lento crecimiento, madurez tardía y larga vida los hacen especialmente vulnerables a la contaminación.
Los investigadores analizaron 51 ejemplares de siete especies capturadas accidentalmente por pescadores artesanales, quienes liberan los tiburones vivos y donan los ejemplares muertos a la ciencia. Entre las especies estudiadas se incluyen Deania quadrispinosa, Deania profundorum, Oxynotus paradoxus, Centroscymus crepidater, Zameus squamulosus, Apristurus laurussonii y Hexanchus griseus.
Los resultados mostraron que D. quadrispinosa y D. profundorum acumulaban mayores concentraciones de metales como aluminio, zinc, hierro y cobre, mientras que A. laurussonii tenía niveles mucho más bajos. O. paradoxus se ubicó en un nivel intermedio, destacando por su contenido de plomo. Estas diferencias reflejan la influencia de la profundidad del hábitat, la biología de cada especie y su filogenia.
Algunos metales presentes, como el cadmio y el plomo, pueden afectar la salud de los tiburones al interferir con el metabolismo, la contracción muscular y el transporte de oxígeno. Los especialistas detectaron que los niveles de estos metales en D. profundorum y D. quadrispinosa se acercan a los límites de seguridad de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) para mariscos, lo que podría representar riesgos dietéticos si la carne se consume localmente o sin un etiquetado adecuado.
Asimismo, destacan el dato de que, comparados con tiburones de otras regiones, los ejemplares canarios presentan concentraciones de metales más altas, probablemente debido a la actividad volcánica del archipiélago, la presencia de sedimentos ricos en minerales y la surgencia canaria-africana), que transporta aguas profundas y nutrientes a la superficie. Otros tiburones en Europa, el Ártico, el Índico o el Pacífico presentan niveles más bajos, reflejando diferencias ambientales y ecológicas
Además de evidenciar la presencia de metales en los tejidos de estas especies, el estudio destaca la utilidad de los tiburones de aguas profundas como indicadores biológicos del estado de los océanos. Debido a su longevidad y a que ocupan posiciones altas en la cadena alimentaria, estos animales acumulan en sus músculos y órganos las señales químicas del entorno en el que viven. Esto permite a los científicos reconstruir la historia de la contaminación marina en zonas remotas y poco accesibles, revelando cómo los efectos de la actividad humana alcanzan incluso a los hábitats más profundos. Los investigadores señalan que elementos como el boro y el cadmio, poco utilizados en programas de vigilancia ambiental, se mostraron especialmente útiles para diferenciar especies y evaluar la exposición a contaminantes.
También, se subraya la importancia de reforzar las medidas de conservación, ya que las siete especies estudiadas aparecen en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) con distintos grados de amenaza. Debido a su baja capacidad de recuperación, cualquier incremento de la mortalidad, ya sea por pesca incidental, pérdida de hábitat o contaminación, puede afectar gravemente a sus poblaciones.
Este estudio ha sido realizado por miembros del Departamento de Biología Animal, Edafología y Geología, el Grupo Interuniversitario de Toxicología Ambiental y Seguridad de los Alimentos y Medicamentos de la ULL, y el Departamento de Obstetricia y Ginecología, Pediatría, Medicina Preventiva y Salud Pública, Toxicología, Medicina Legal y Forense y Parasitología. El equipo investigador está compuesto por Enrique Lozano, Arturo Hardisson, Carmen Rubio, Dailos González, Soraya Paz y Ángel J. Gutiérrez. La investigación también contó con la colaboración de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, así como con el apoyo del Servicio Público Canario de la Salud.


