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Simbiosis liquénica en la Antártida

miércoles 26 de febrero de 2020 - 14:07 GMT+0000

Beatriz Fernández-Marín es bióloga, estudió y se doctoró en la Universidad del País Vasco, de donde procede, y recaló en la Universidad de La Laguna después de un periplo en otras instituciones. Trabajó durante dos años como investigadora postdoctoral Marie Curie en la Universidad de Innsbruck (Austria), después retornó a Bilbao con un contrato Juan de la Cierva (Incorporación) y finalmente se presentó a una plaza en el área en Ecofisiología Vegetal de este centro académico, a finales del año 2018, de tal modo que se incorporó en junio de 2019.

Ayudante doctora, pero acreditada como contratada doctora, entra por la puerta grande. Cuando apenas llevaba unos meses en esta institución, una publicación suya en Annals of Botany, revista editada por Oxford Academic, fue portada del número de diciembre, en el que ella es la principal investigadora. “Fue una sorpresa muy grata, porque implica que les parece un trabajo interesante”, dice orgullosa. “La imagen es mía y representa uno de los trabajos que van incluidos. Digamos que la revista ha decidido que nuestro trabajo es interesante para llamar la atención de otros científicos. Es una buena noticia”, arguye.

Se trata de una investigación desarrollada hace dos años en colaboración con otras universidades de País Vasco, Madrid e Islas Baleares y está englobada dentro de un proyecto del Plan Nacional. El trabajo de campo tuvo lugar en la Antártida durante tres semanas, lo que le da particular interés. El objeto de estudio consistía en estudiar la simbiosis entre un alga y un hongo, conocida como simbiosis liquénica, pero en condiciones extremas.

Condiciones climáticas como las de la Antártida no son habituales y, además, en el mundo de los líquenes resulta muy difícil comparar cómo se comporta el alga de forma libre respecto a cuando se asocia con un hongo para formar una simbiosis liquénica. “Pero allí se da un caso en el que el alga en vida libre y el liquen viven exactamente en el mismo espacio (Prasiola y Mastodia). Eso nos permitía comparar muy bien cómo la vida del alga cambia cuando entra a formar parte del liquen”, explica. De hecho, estudiaron cómo cambia esta simbiosis en función de situaciones adversas, como puede ser la baja disponibilidad de agua y la baja temperatura. “La conclusión de nuestro trabajo es que cuando el alga vive dentro del liquen debe pagar varios peajes, pero puede a la vez obtener algunos beneficios. El peaje más destacado es una fotosíntesis menos eficiente, con una asimilación neta de carbono más baja. La contrapartida es que el alga tolera mucho mejor las temperaturas bajas, cuando forma parte del liquen”.

La idea del proyecto era buscar si verdaderamente -como así hipotetizaron los investigadores- existe una especie de equilibrio que es muy difícil de romper en el reino vegetal y que consiste en que unas especies pueden ser muy productivas, es decir, que son muy eficientes haciendo fotosíntesis pero en general van a ser muy vulnerables ante un tipo de estrés como el de las bajas temperaturas o el de la desecación, mientras que otras que encontramos en, por ejemplo, alta montaña, son muy tolerantes al estrés pero son poco productivas, y por tanto crecen despacio.

“Parece que existe este ‘trade off’ (renuncia) entre o bien ser productivo o bien ser tolerante y para poder concluir si eso era cierto o no nos propusimos a muestrear en ambientes muy diversos de todo el Planeta, incluyendo la Antártida, para así poder estudiar parámetros relacionados con la fotosíntesis y la tolerancia del estrés”, señala la bióloga.

Efectivamente, observaron que sobresalen unas pocas especies que, aunque son muy tolerantes al estrés, también son bastante productivas. Ahora, Beatriz trata de estudiar en detalle esas especies que han despuntado como sobresalientes y a la vez analizar más factores ambientales. “En el primer proyecto nos centramos en la falta de agua y ahora estamos estudiando a la vez bajas temperaturas y elevada radiación ultravioleta”.

Trabajar en la Antártida

Trabajar en la Antártida no parece sencillo. El equipo se alojó en una de las bases españolas, en concreto en la Rey Juan Carlos I, ubicada en la isla Livingston. Era la primera vez que se enfrentaban a esta experiencia, y en la base se encontraron con otros colegas que llevaban yendo incluso desde hace veinte años. Tuvieron que superar primero el filtro del comité polar español, que es el que decide qué proyectos de los que se proponen son lo suficientemente interesantes. De hecho, el mismo órgano ya ha aceptado la continuación del proyecto para la campaña de 2020-21.

La campaña tuvo lugar en verano, a temperaturas no demasiado bajas que rondaban los cero grados, con máximas de 10 y mínimas de -4, pero lo más ingrato eran las rachas de viento, por lo que la sensación de frío era más baja. Con todo, trabajar a la intemperie resultaba incómodo, pero soportable.

El calentamiento global tiene sus particularidades. Con el cambio climático se habla del aumento del promedio de temperatura global terrestre, pero lo que dicen los modelos es que a escala local lo que se espera es que algunos eventos extremos sean más frecuentes y que a veces la tendencia incluso en la temperatura local pueda ser a la baja, como de hecho sucede en la isla de Livingston.

“Hay trabajos que citamos también en nuestro artículo en los que se han dado cuenta de que, en las últimas tres décadas en esa zona de la Antártida, concretamente en la península antártica, la tendencia de la temperatura es a la baja, no al alza”. También se ha demostrado que esto puede ser dañino para los líquenes y otras especies vegetales, dado que los glaciares crecen y en este caso vuelven a cubrir de hielo algunas de las pocas zonas expuestas que se podían restablecer. “También el frío puede ser negativo”, aduce la investigadora.

“Nuestra idea fue estudiar allí todo lo que se pudiera, para que las muestras que recogimos en las exploraciones en campo no se vieran alteradas”. En un segundo nivel estaría el trabajo llevado a cabo en el laboratorio de la base científica y, por último, unas últimas medidas y muestras que se trajeron a la universidad, apunta la experta, quien añade que en ecofisiología vegetal es muy importante lo que sucede in situ, con factores que no se pueden controlar.

Aunque cuando realizó el trabajo de campo Beatriz no era todavía investigadora de la Universidad de La Laguna, sí es cierto que parte del tramo final lo realizó aquí, ya contratada por esta institución, y de hecho está firmado con la doble afiliación de la Universidad del País Vasco y la de La Laguna. De momento hay dos medios interesados en los resultados de su investigación. Por un lado, una sección de divulgación de la propia editorial, Botanny One, y, por otro, Radio Euskadi.

A la pregunta de si el cambio climático influye en su área de investigación, contesta afirmativamente. “Nuestro trabajo está enfocado a entender cómo los organismos fotosintéticos interaccionan con el ambiente y sobre todo vemos cómo interaccionan con la luz, con la temperatura y con la disponibilidad de agua. En el trabajo desarrollado en la Antártida concluimos que en función de cómo cambie el clima en esa zona podría suceder que se expanda la forma de alga que vive con el hongo liquenizada, si las temperaturas bajasen, que es lo que está sucediendo en esa zona concretamente en la Antártida en las últimas dos o tres décadas. Pero si la temperatura aumentase se vería favorecida la forma libre, de manera que cambiarían las proporciones relativas de una u otra especie”.

¿Qué consecuencias trae eso? A día de hoy, son un tanto desconocidas, sobre todo porque falta mucho más trabajo de investigación para poder entender mejor esos y otros ecosistemas, como pasa con el Teide. “El cambio climático podría implicar a otros organismos no fotosintéticos como ácaros o insectos, que pueden alimentarse o buscar cobijo en una u otra de las especies”.

A gusto en La Laguna

Beatriz confiesa estar “muy a gusto” en esta universidad, tanto con sus compañeros de departamento como con el alumnado. Además, vivir en Canarias le permite, desde el punto de vista de su área de conocimiento, trabajar en un escenario comparable al de la Antártida, muy diverso y con temperaturas extremas en algunos de sus puntos más altos.

De hecho, la bióloga ya está plenamente conectada con su nuevo hábitat. “Ahora lo que más nos interesa es entender cómo los organismos fotosintéticos son capaces de sobrevivir en ambientes extremos y una de las líneas que estamos impulsando es en ecosistemas de alta montaña, como en el Teide”.

Está impartiendo clases de fisiología vegetal y sus aplicaciones (tercer y cuarto curso) y también sobre biología general (primer curso). “El alumnado me ha sorprendido para bien, pese a ser grupos amplios de estudiantes, está motivado y atento. La actitud es buena en general y por supuesto siempre hay estudiantes que destacan por ser brillantes”.

Su grupo está esperando a que se resuelva un proyecto sobre vegetación del Teide para jóvenes investigadores, que les serviría de proyecto piloto para poder presentarnos a un plan nacional o a un proyecto internacional. “Estamos en contacto con algunos grupos de Chile, que también tienen ecosistemas similares y queremos hacer cosas juntos”.

Ecofisiología vegetal, invisibilizada

A la ecofisiología vegetal le hace falta entidad nacional, explica la investigadora. “Eso es algo en lo que estamos trabajando desde hace diez años, porque por ejemplo en Chile, con quien colaboramos frecuentemente, tienen una red de ecofisiología vegetal desde hace tiempo y aquí ni siquiera contábamos con una reunión nacional”.

En el año 2011 varias universidades se pusieron de acuerdo para impulsar un coloquio nacional y tuvo tanto éxito que a partir de entonces se ha celebrado anualmente. “Nos vemos a veces en las reuniones nacionales de fisiología vegetal y también en las de ecología, porque nuestra área es de intersección entre las dos”. Estamos hablando de una red de entre 20 y 60 investigadores e investigadoras. No son muchos, pero suficientes para poder interactuar y plantear proyectos. De hecho, la experiencia con el hielo salió de uno de esos encuentros nacionales. Es lo que tiene la ciencia, que siempre avanza con la colaboración.

Gabinete de Comunicación


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