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Cuidar la democracia: una conversación con Manuela Carmena

jueves 11 de diciembre de 2025 - 09:09 GMT+0000

La jurista, magistrada y exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, visitó la Universidad de La Laguna para participar en el ciclo Para la libertad. España después de 1975’, un programa académico que invita a figuras relevantes de la vida pública a dialogar con el alumnado sobre la memoria democrática, la Transición y los desafíos que enfrenta nuestro sistema institucional en el siglo XXI. Su intervención en el Paraninfo Universitario, ante un auditorio repleto, permitió al estudiantado acercarse de primera mano a una protagonista directa de la historia reciente de España, cuya trayectoria abarca la abogacía laboralista en los últimos años del franquismo, la construcción del despacho de Atocha, la judicatura, la defensa internacional de los derechos humanos y la política municipal.

A lo largo de más de cinco décadas de servicio público, Carmena ha conjugado una defensa firme de la justicia social con un estilo de intervención profundamente humanista, basado en la escucha, la empatía y la convicción de que las instituciones deben estar al servicio de las personas. Su paso por la judicatura —desde su primer destino en Santa Cruz de La Palma, donde inició una práctica judicial marcada por la cercanía, hasta su labor como vocal del Consejo General del Poder Judicial y presidenta-relatora del Grupo de Trabajo sobre Detención Arbitraria de Naciones Unidas— consolidó una visión del derecho como herramienta transformadora y como espacio de cuidado cívico.

Tras su jubilación como magistrada, Carmena ha continuado impulsando iniciativas de economía social y de reinserción laboral, y entre 2015 y 2019 asumió la alcaldía de Madrid con un programa centrado en los cuidados, la participación vecinal y la creación de ciudades más habitables. Su experiencia política, recogida en libros como Imaginar la vida o A los que vienen, le ha permitido elaborar una reflexión crítica sobre la deriva actual de la democracia, la polarización, la falta de evaluación de las políticas públicas y la necesidad de recuperar una ética de la responsabilidad.

Conversamos con ella en el Espacio de Igualdad de la Biblioteca General y de Humanidades. En esta entrevista, Carmena recorre episodios decisivos de la España contemporánea —la dictadura, la Transición, la lucha por los derechos laborales, la administración de justicia y la política municipal— y reflexiona sobre la juventud, el cuidado, la verdad y el sentido de la democracia en un tiempo que exige imaginación, cooperación y un compromiso renovado con lo común.


Su biografía abarca la abogacía laboralista, la judicatura, los organismos internacionales y la política municipal. ¿Qué lecciones fundamentales saca sobre la libertad y la democracia?

Creo que la democracia es el instrumento más adecuado para permitir un desarrollo positivo de la humanidad y para hacer real la posibilidad de la igualdad entre los seres humanos. Parte de considerar que todos somos iguales y tenemos el mismo derecho a diseñar nuestro futuro y las políticas que queremos en nuestro entorno. Es una estructura organizativa apasionante para continuar con el progreso de la humanidad, pero, como está basada en seres humanos, necesita ser cuidada, actualizada y adaptada al desarrollo científico y social.

Por eso mantengo una postura doble: una creencia profunda en la democracia y, al mismo tiempo, una creencia en la necesidad de actualizarla a las exigencias del mundo de hoy.

 

Para comprender mejor esa reflexión democrática, es necesario volver a sus primeros años como abogada en plena dictadura. Usted ejerció durante el franquismo. ¿Cómo explica esa época a quienes no la vivieron? ¿Qué escenas la resumen?

Lo más claro es el estrangulamiento de la libertad. Los regímenes autoritarios impiden elegir lo que piensas, lo que dices y cómo vives. Hay sentencias que hoy parecen absurdas pero que muestran cómo se castigaba cualquier conducta que no encajaba. Recuerdo un caso en el que alguien dijo “me cago en Franco”, y aquello generó un proceso. También defendí a unos muchachos durante la mili porque tenían una publicación de la UNESCO en su casilla; eso motivó un juicio militar.

Y había escenas cotidianas muy reveladoras. Un día, mi novio y yo recibimos una multa por darnos un beso en la calle. En otra ocasión, acompañé a mi hermana, que tomaba posesión en Cáceres, y nos multaron por ir por una acera que “no nos correspondía”. Esas situaciones, ridículas en apariencia, expresan bien lo que significaba vivir sin libertad.

 

Ese contexto represivo ayuda a entender también el significado de su compromiso en los despachos laboralistas y en la Transición. Cuando vuelve mentalmente al despacho de Atocha y a sus compañeros asesinados, ¿qué reflexión hace hoy sobre el precio que tuvo conquistar la libertad en España?

La recuperación de la libertad fue un proceso lento que empieza en 1956. Hubo esfuerzos, pérdidas de vidas y, además, una gran cantidad de imaginación e inteligencia. Cuando muere Franco, la dictadura estaba ya profundamente horadada. Fue decisivo que hubiera personalidades políticas capaces de entender ese momento y dar el salto institucional.

Los agujeros de la dictadura se hicieron desde muchos ámbitos: los despachos laboralistas, por ejemplo, impulsados por el Partido Comunista, que aportó inteligencia política y personal. Éramos grupos jóvenes diseñando cómo debían funcionar esos despachos: no cobrar inicialmente, ganar todos lo mismo, organizar el trabajo desde una gran horizontalidad.

A veces se olvida la importancia de la reconciliación nacional formulada por Santiago Carrillo en 1956. Quienes éramos jóvenes nos sentimos atraídos por ese planteamiento. No queríamos violencia; éramos hijos y nietos de personas cuyas vidas habían quedado desgarradas por la guerra civil y por la brutal represión franquista. La reconciliación era un esfuerzo muy difícil, pero permitió que, veinte años después, pudiera recuperarse la libertad.

 

Tras aquella etapa decisiva, dio un giro a su vida profesional e ingresó en la judicatura. En 1981 llegó a Santa Cruz de La Palma, muy cerca de esta universidad. ¿Cómo recuerda esa llegada y qué descubrió allí sobre la justicia en un territorio pequeño e insular?

Yo conocía bien cómo funcionaban los juzgados en Madrid, pero no sabía cómo se funcionaba en sitios pequeños. Aún así, yo iba con mi idea del tipo de juez que quería ser. Quería tener siempre las puertas abiertas, escuchar y resolver conflictos generando convivencia. En un lugar pequeño era más fácil hablar con todos y seguir los procesos de cerca. Eso me ayudó a diseñar en la práctica la manera de ejercer que mantuve siempre.

Recuerdo una anécdota muy significativa. El día que decidí jubilarme de la carrera judicial tuve un juicio y, al acabar, la persona condenada se levantó y dijo: “Es un honor que me haya condenado usted, señora Carmena”. Para mí simboliza esa trayectoria que empezó en La Palma: claridad, empatía y una relación honesta con quienes acuden a la justicia.

 

Décadas más tarde, dio el salto a la política institucional y acabó siendo alcaldesa de Madrid. Desde esa experiencia, ¿qué aprendió de esa etapa al frente de una gran ciudad?

Aprendí muchísimo. Dirigir una ciudad permite ver, con enorme detalle, cómo funcionan sus fuerzas, tensiones y potencialidades. Las ciudades son espacios apasionantes donde pueden desplegarse estructuras democráticas profundas.

Una de mis prácticas favoritas era acudir cada mes a un distrito y decir simplemente: “Buenas tardes, vengo a escuchar”. A veces intervenían treinta o cuarenta personas. Tomábamos nota, hablábamos con la gente y actuábamos. Recuerdo el caso de una señora que pidió un banco en su parque; al mes estaba allí con su nombre. Eso hace sentir a la ciudadanía escuchada e integrada.

Pero también viví los límites: una administración muy burocratizada y una concepción equivocada de la oposición. Se interpreta que la oposición debe dificultar sistemáticamente la acción de gobierno. Eso degrada la democracia y hace muy difícil ejecutar proyectos en cuatro años. Necesitamos superar esa visión confrontativa. La democracia es incluir. La oposición debe criticar, pero de manera constructiva.

 

En los últimos meses se han visto tensiones que afectan a la confianza en las instituciones judiciales y políticas. Más allá del caso concreto del Tribunal Supremo, ¿qué señales le hacen pensar que una democracia empieza a descuidarse? ¿Cómo lo evitamos?

Cuando cuidas una planta la miras, la analizas y la interpretas: si necesita más agua o menos, más sol o cambiarla de maceta. Tomas medidas porque quieres que llegue a su culminación, a su flor y su fruto. En la democracia es igual: hay que verla y decir cuál es su destino, que es ser el instrumento que resuelva los problemas de la comunidad para que cada miembro pueda realizar sus propósitos. Si eso no se produce, hay que ver qué falla.

Creo que falla mucho la profesionalización de la política, que ha sustituido la satisfacción de las necesidades por los intereses de los protagonistas de la política. La política nunca debe ser una profesión; es una responsabilidad. La esencia de la política es resolver, es actuar, no es hablar. Lo fundamental es lo que has hecho y qué resultado ha dado. Todas las normas y políticas deben evaluarse, y no se evalúa ninguna. Hay leyes para favorecer a los jóvenes para encontrar vivienda y no las conocéis; existen, pero no se utilizan o se utilizan mal.

El discurso debe ser escaso; los políticos tienen que hablar para dar cuenta de lo que están haciendo, no para discursos en abstracto ni para mentir. La Constitución dice que toda la información debe ser veraz, y ahora mismo la clase política miente, infectando el oxígeno de la democracia: la libertad de expresión y la necesidad de la verdad.

Sería muy interesante que hubiera órganos de evaluación de las políticas públicas elegidos por sorteo anónimo, para intentar dar más responsabilidad a la sociedad. Los partidos tienen que seguir existiendo, pero no gobiernan; quien gobierna es la persona elegida, que debe tener independencia.

Las leyes tienen muchísimas palabras, muchísimas páginas, y la ciudadanía no las lee. Es absurdo hacer disposiciones que nadie conoce. Las leyes tienen que ser cortas y tener imágenes. Puede haber más de 50 disposiciones para vivienda y no las conocéis; ni se cumplen ni se hacen. Si ha habido muchas y ninguna ha dado resultado, veamos por qué y qué vamos a hacer ahora.

 

En libros como A los que vienen o Imaginar la vida dialoga con la juventud y con su propia memoria. Desde esa perspectiva, ¿qué significa para usted “cuidar la democracia”?

El ser humano necesita cuidar su entorno. El cuidado es una habilidad que históricamente ejercieron las mujeres, no por naturaleza, sino por el rol que se les asignó. Debemos sentirnos orgullosas de ello, no solo en lo privado, sino en lo social.

Para mí, la política es una actividad de cuidado. Resolver los problemas de los demás es cuidarlos. Esa actitud debe formar parte de la vida cotidiana de la autoridad pública.

 

Ha vuelto a Canarias en el marco del ciclo “Para la libertad. España después de 1975” de la Universidad de La Laguna. En ese regreso, ¿qué les diría a la juventud actual y también a su yo de 1981 que llegaba a La Palma?

Diría lo que aprendí leyendo de adolescente a la periodista Begoña García Diego: “A la vida di que sí”.

Decir que sí es cambiar lo que no te gusta, crear lo que falta, imaginar lo que no existe, moverte, aprender, trabajar. No quedarse parada. Es un mensaje muy progresista para la época en que lo leí y sigue vigente hoy.

 

En este diálogo con la juventud aparece un tema recurrente: la atracción de algunos jóvenes por discursos autoritarios. ¿Por qué cree que ocurre?

Cuando la democracia decepciona, algunos miran hacia donde no está. Pero me aburre analizar porcentajes. Prefiero decir: “vamos a trabajar juntos para mejorar lo que preocupa”

Podemos crear, por ejemplo, una cooperativa de vivienda con jóvenes de ideas muy distintas. La clave es hacer. Las etiquetas no importan. La polarización se alimenta cuando no hay proyectos comunes.

 

Y en ese marco de tensiones democráticas, ¿la polarización está dificultando que seamos capaces de colaborar entre nosotros?

Lo que la dificulta es la falta de imaginación, de gestión y de audacia. Y un clima de agresión verbal. La ciudadanía debería decir claramente: no queremos políticos que insulten. Queremos que hablen de temas importantes.

La corrupción, por ejemplo, no se analiza comparando cuántos corruptos tiene cada uno, sino estudiando por qué fallan los sistemas de contratación pública. Lo importante es resolver problemas, no alimentarlos.

Al finalizar la entrevista, Manuela Carmena vuelve a una idea que atraviesa toda su trayectoria: la democracia se cuida. Se cuida escuchando, gestionando con responsabilidad, diciendo la verdad, imaginando nuevas formas de resolver lo común y creando espacios donde personas distintas puedan trabajar juntas. Desde sus recuerdos de la dictadura hasta su experiencia en la justicia y en el gobierno municipal, insiste en que la clave del futuro pasa por la cooperación, el cuidado y la audacia de seguir diciendo, como aquel artículo que la marcó a los quince años, sí a la vida.

Gabinete de Comunicación


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