El ser humano ha demostrado su creatividad desde sus orígenes, utilizando muchos formatos para transmitir las leyendas, reflexiones e historias que, ya sean imaginarias o reales, han contribuido a conformar las diferentes tradiciones culturales a lo largo de las generaciones. Desde la Odisea a la Biblia, pasando por Hamlet, el Quijote o el Viaje al Oeste de la tradición china, seguro que nos vienen a la memoria numerosos textos que consideramos parte de nuestro acervo. Y no solo obras de índole literaria, porque la música, las artes plásticas y el cine también han sumado hitos a ese canon.
En un primer momento la mente se nos va hacia ejemplos de gran extensión, pero esa identidad cultural también ha sido moldeada gracias a aportaciones de menor longitud: la sabiduría popular de los refranes anónimos tiene su eco culto en los aforismos promulgados por las grades mentes de la filosofía; los haikus nos dejan en pocas sílabas imágenes tan evocadoras como las de los grandes sonetos; y desde la pantalla, los cortos e, incluso, nanometrajes pueden sorprendernos en pocos segundos.
Sin duda, el género más célebre de todos estos pequeños formatos es el microrrelato, y acaso sea “El dinosaurio” de Augusto Monterroso el ejemplo que, al menos en el ámbito del castellano, primero nos viene a la memoria para explicar la gran capacidad que unas pocas palabras pueden poseer para contar un hecho evocador. “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Siete palabras -o nueve, si contamos el título- que pese a su brevedad, han hecho correr ríos de tinta para desentrañar su sentido y apreciar su ingenio.
Estos formatos breves pueden ser la puerta de entrada a la creación literaria para muchas personas, pero no olvidemos que también los han cultivado firmas consagradas, de tal modo que ya existe una tradición de microcreaciones lo suficientemente relevante como para ser objeto de estudio desde la academia. Desde hace una década, la Universidad de La Laguna se ha dedicado a esa tarea a través del Simposio Canario de Minificción que, entre el 12 y el 14 de noviembre de 2025 celebrará su sexta edición. Su principal promotor es el profesor del Departamento de Filología Española Darío Hernández Hernández, con la inestimable colaboración de los docentes del mismo departamento Nieves Concepción Lorenzo y José Antonio Ramos Arteaga.
La minificción
Darío Hernández ofrece una primera aproximación a lo que sería la minificción: “una supracategoría artística y literaria donde podemos introducir los géneros caracterizados por la brevedad y la concisión estructural y textual como pueden ser, en literatura, el microrrelato, el poema en prosa y el haiku; en teatro, el microdrama; en audiovisuales, podemos hablar del spot o del videoclip” y, en cine, de los nanometrajes, que serían películas de entre uno y cinco minutos y que, incluso, admitirían el subgénero del cineminuto, que integraría películas de menos de dicha duración.
Si hablamos solo de teatro, José Antonio Ramos apunta que “es una de las artes que más ha practicado lo que antiguamente se llamaba el género breve”, y explica que, en muchas ocasiones, la fiesta teatral iba introducida por algún tipo de elemento corto antes de la obra mayor. “El teatro ha sido uno de los campos privilegiados de experimentación desde siempre con las formas breves. Lo que pasa es que ahora, efectivamente, han nacido al calor del microrrelato experimentaciones hechas ex profeso con ese objetivo de la concisión y la brevedad” y ha contado con autores de renombre como el ya fallecido Javier Tomeo.
En cuanto al género estandarte de este movimiento, el microrrelato, los especialistas sitúan su nacimiento en Europa y, más concretamente, en Baudelaire. “Pero las formas breves micronarrativas tienen su prehistoria”, matiza Darío Hernández. “Si nos vamos al mundo clásico, están las pequeñas fábulas de Esopo; si nos vamos a la Edad Media, hallamos ejemplos en los bestiarios y lapidarios. Es decir, todo tiene su historia y su prehistoria, podríamos ir género a género pero, en el caso concreto del microrrelato, comenzaría con el Simbolismo en la Francia del XIX y el Modernismo en el mundo hispánico”.
Aunque Monterroso sea el autor más conocido, dista mucho de ser el único. Su célebre dinosaurio asomó el cuello por primera vez en 1959 en una colección compartida con obras de otros géneros. Y por aquel entonces ya había una larga tradición de estas creaciones cortas, con firmas de lustre como Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez (quien, con no poca socarronería, llamaba a sus piezas breves “cuentos largos”), ese gran cultivador de la miniatura literaria que fue Ramón Gómez de la Serna, con sus greguerías (aforismos), gollerías (microensayos) y caprichos (microrrelatos), o, un poco más tarde, Ana María Matute.
En poesía, uno de los formatos estelares es el haiku, que puede practicarse de una forma más libre, o bien concentrarse en su formulación más estricta, según la cual el autor debe ceñirse a una mera contemplación de la naturaleza sin interpretaciones ni calificaciones subjetivas. “Hay puristas que dicen que se debe manejar una serie de contenidos, y también quienes definen que, en español, con que sea una composición con tres versos de 5, 7 y 5 sílabas, ya se puede considerar un haiku. Pero podemos decir que hay un género con sus distintos subgéneros, y todos son respetables”, explica Darío Hernández.
Por supuesto, esta microtextualidad también puede servir para desarrollar contenidos no ficcionales, como las ya mencionadas reflexiones filosóficas breves en formato de aforismo. También puede ocurrir que de una obra extensa trascienda un fragmento breve. “El ejemplo clásico sería ‘El Príncipe’ de Maquiavelo”, señala Ramos Arteaga. “Nadie se ha leído el libro, pero todo el mundo tiene en mente que ‘el fin justifica los medios’. Ese pequeño enunciado ha generado multitud de artículos y aunque el libro sea un texto amplio, lo que ha pasado a la posteridad es esa especie de condensación máxima de su discurso”.
Este éxito de los microformatos también es reflejo de la evolución de la sociedad y la cultura; como matiza Nieves Concepción, todo esto se relaciona con un cambio de paradigma: “Ya hemos superado los grandes relatos y todo eso que se considera menor forma parte del conocimiento y de la historia de la que somos consecuencia y en la que estamos insertos”.
Nanofilología
Hemos visto que las formas breves de expresión siempre han formado parte de la tradición y que existen obras y autores con la suficiente entidad para merecer ser estudiados. Al principio se utilizaron las herramientas propias de la filología para abordarlas, pero al ser creaciones muy particulares, requieren herramientas de análisis más específicas, por lo que desde finales del siglo XX se dio un primer paso hacia esa especialización al acuñarse el término de “minificción” para definir el objeto de estudio. Inicialmente, se centró, cómo no, en el microrrelato, “pero luego se va viendo que esa condensación semántica y esa síntesis expresiva afecta a otros géneros y a otras disciplinas artísticas”, explica Darío Hernández.
En un principio, hubo resistencias desde algunos sectores académicos para aceptar la entonces incipiente teoría de la minificción, e incluso había quien cuestionaba que el microrrelato fuera un género independiente y no un subgénero del cuento. “Hoy en día ya se lo considera el cuarto género narrativo, junto con la novela, la novela corta y el cuento; eso ya se cuestiona muy poco”, continúa el filólogo de la Universidad de La Laguna.
En 2008 se produjo otro avance, cuando en un congreso celebrado en Alemania el prestigioso catedrático de Filología Románica Ottmar Ette amplió el panorama de los estudios de la teoría de la minificción y la introdujo dentro de lo que él entendió como una sub-disciplina dentro de la filología que no solo estudiaría la minificción, sino la microtextualidad en su conjunto: la nanofilología, que tiene su particular metodología y su propia epistemología, para analizar cómo la microtextualidad y las microformas han permitido al ser humano transmitir su conocimiento y su creatividad no solo con los grandes formatos.
“Por ejemplo”, explica Hernández, “hay muchos filósofos que dejaron su pensamiento en géneros gnómicos como aforismos, sentencias y máximas que hasta ahora han quedado en segundo plano. Lo mismo en el ámbito de, por ejemplo, las religiones: la sabiduría de los grandes maestros espirituales se ha transmitido no en grandes sermones y discursos -que también los hay- sino en pequeñas piezas como la parábola y la pregunta catequética y, si nos vamos a oriente, el koan budista o el mantra como anclaje de la meditación. Es decir, la nanofilología obliga a revisar toda la creación y el conocimiento humanos con una nueva perspectiva, recuperando aquello que se ha transmitido utilizando formatos breves y que a veces se ha puesto en un segundo plano”.
Si, como vimos, la teoría de la microtextualidad tuvo que sortear ciertas resistencias, en el caso de la nanofilología se trata de un concepto tan emergente que aún no se le han presentado grandes reticencias. “Ni siquiera hay consenso sobre el propio concepto ‘nanofilología’, pero empezará a generar respuesta. Ottmar Ette llevó sus investigaciones a publicaciones, artículos y colecciones de libros con otros autores, pero todo quedó un poco en una especie de vacío y ahora lo estamos recuperando”, señala Darío Hernández.
Simposio Canario de Minificción
La vía para esa recuperación es, precisamente, el Simposio Canario de Minificción que en 2025 llegará a su sexta edición y cumplirá una década de historia, pues se trata de una convocatoria que se celebra cada dos años. “La periodicidad bienal fue una decisión desde el principio, porque hacerlo anual era excesivo para mantener los criterios de calidad, dado que lleva un trabajo muy potente. Decidimos un año para llevar a cabo el evento y otro para trabajar y, si hay una publicación de acta, dedicarle el tiempo que merece. Lo ideal es que nosotros, desde la coordinación, y también los comités organizadores y científicos, disfrutemos del trabajo”.
Si bien la primera edición del Simposio se celebró en 2015, los orígenes del evento se remontan a 2008, cuando la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria acogió unas pioneras jornadas internacionales de literatura y crítica que se centraron en la minificción, auspiciadas por su catedrático de Literatura Hispanoamericana Osvaldo Rodríguez Pérez. Darío Hernández, por aquel entonces un joven filólogo ya interesado en la minificción (fue, de hecho, su tema de tesis) acudió a ese encuentro y recuerda que allí se reunió a un buen número de personas interesadas en el asunto tanto desde la perspectiva creativa como de la filológica, por lo que pronto hubo expectativas de que hubiera un segundo foro.
Por desgracia, la salud del profesor Rodríguez se deterioró, impidiéndole hacerse cargo de una nueva edición. “Siempre quedó ese afán de montar algo con esa experiencia previa como referencia, porque ahí yo aprendí mucho del maestro Osvaldo Rodríguez Pérez”, recuerda Hernández. “No solo en lo técnico, sino en lo humano: cómo él llevaba las cosas y su manera solidaria de relacionarse con los ponentes y los creadores. Y a partir de ahí, los tres (Nieves, José Antonio y yo) dijimos que había que llevar a cabo algo y, en 2015 dimos el paso. Esa primera edición fue un homenaje a Osvaldo”, que había fallecido precisamente ese mismo año.
Los tres filólogos entrevistados siempre han estado en el proyecto desde el primer año. Darío Hernández, por ser su área de especialidad; Nieves Concepción, por sus trabajos sobre el ámbito hispanoamericano (“de hecho, yo conocí la minificción cuando era estudiante gracias a Nieves”, apunta Hernández); y José Antonio Ramos, por su investigación sobre artes escénicas, además de coordinar la Agrupación de Teatro de Filología, entidad que ha colaborado en todas las ediciones del simposio, incluyendo la representación de los microdramas de Javier Tomeo, algo que solamente se había producido en París y en Barcelona.
Cada simposio suele tener un tema monográfico y, en 2025, es el misterio entendido desde tres enfoques: el ámbito más tradicional, como concepto de todo lo esotérico, lo mistérico, lo religioso; el misterio del ámbito criminal, que pueda surgir de una investigación policial o detectivesca; y, sobre todo, el misterio en el sentido actual, todo lo que tiene que ver con lo paranormal, lo parapsicológico, el mundo OVNI…
Los temas van surgiendo a partir de conversaciones durante la edición previa: “Este tema del misterio, por ejemplo, ya venía de la anterior, que la dedicamos a la cosmología. Y a partir de ahí, mucha gente vio que la cosmología, que entra en el campo de lo científico, se abría, no obstante, también a lo mistérico”, explica Hernández. El encuentro de este año se desarrollará a mediados de noviembre, pero su programa no está ni mucho mendo cerrado y, de hecho, pueden presentarse propuestas hasta el 30 de junio.
Otra característica especial del simposio es que no se centra exclusivamente en presentaciones de trabajos académicos, sino que también es un foro para que escritores y otros artífices que cultivan diferentes géneros minificcionales se encuentren con su público, presenten sus obras y hablen de este fenómeno desde la perspectiva de quienes lo crean. “Intentamos equilibrar el peso de la investigación con la creación. La colaboración de los autores es permanente. Tienen sus mesas, hemos montado presentaciones de libros, coloquios con los autores, e incluso exposiciones de minificción pictórica, que es una terminología que utilizamos nosotros, que venimos del ámbito filológico, y que los artistas en su mayoría no utilizan. Pero, obviamente, todo el minimalismo, la miniatura, la viñeta, tienen cabida”.
Con cinco ediciones a sus espaldas y otra por llegar, el simposio ha tratado de trascender su condición de encuentro y dejar constancia de todo lo presentado mediante la publicación de actas, libros o monográficos en revistas especializadas. “Tenemos tres libros muy importantes. Por ejemplo, uno llamado ‘El tamaño sí importa’ que dedicamos a cuestiones de género y se publicó en Iberoamericana. El Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Laguna nos ha sacado dos de los volúmenes, y otros artículos han ido a revistas especializadas. La idea es que quien quiera publicar su material, puede hacerlo, nosotros hacemos el trabajo de edición”.
La investigación nanofilológica puede experimentar un auge en los próximos años porque el panorama mediático, en especial las redes sociales y plataformas de blogs, parecen un ámbito muy propicio para que proliferen obras de minificción. “Para ilustrar su pertinencia en los tiempos contemporáneos, por ejemplo, los exámenes de la PAU ya no van a basarse solamente en textos extensos de carácter expositivo-argumentativo, sino que ahora se está fomentando la multimodalidad, y dentro de ella las microtextualidades”, explica José Antonio Ramos.
Y continúa: “Puede salir en un examen una tira cómica o un chat de WhatsApp. Es decir, se está abriendo el campo porque ese es realmente el mundo en el que vivimos. Y la microtextualidad exige unos instrumentos filológicos distintos a la hora de analizarla, de ver cómo se comporta en su contacto con el lector y con el contexto social. Ya la era del libro impreso se ha tambaleado y se necesitan nuevas herramientas críticas”. A ello, Nieves Concepción añade: “Los textos breves empiezan a pujar y ahora tendríamos que considerar tanto el cambio de paradigma como la oportunidad que supone Internet para explorar todo este tipo de experiencias breves en los distintos ámbitos de la vida y del conocimiento”.
Por supesto, desde el punto de vista ético, esta proliferación que favorece Internet obligará a ser más críticos con estas creaciones: “La microtextualidad debe aportar algo de calidad, no se trata de utilizarla para hacer daño o decir estupideces, porque lo breve también se presta a eso. Habrá que discriminar críticamente lo que es válido de lo que no. Una cosa es un aforismo o una sentencia que ha sido fruto de una reflexión y de una experiencia humana, y otra es un insulto o una tontería dicha en dos líneas”, sentencia Darío Hernñandez, quien también reconce que, pese a este auge en redes sociales de la microtextualidad, la novela sigue siendo el género más vendido y leído: “El ser humano tiene una tendencia al reposo y a la lectura larga y tendida de las cosas. Y le atrae algo que se parezca más a su propia vida, con un inicio, un nudo y un desenlace”.
Al final, tal y como reconoce Nieves Concepción, la discusión surge al plantearse el fin último de la literatura como algo que debe ser disfrutable tanto para quienes la crean como para quienes la consumen. “Después entra la reflexión sobre cómo contribuyen los géneros breves a la formación de lectores y al estímulo de la lectura, que es importante. De hecho, en el simposio la línea didáctica de la minificción ha sido uno de los platos fuertes”.
Y, además de su valor didáctico, José Antonio Ramos agrega otro elemento que afianza el valor de las microtextualidades en la sociedad actual: favorece un acceso amplio a la literatura. “Siguiendo el viejo dicho de Lautréamont, el presurrealista, la poesía debe ser hecha por todos. Y esta idea la permite la microficción. Por supuesto, el 90% de lo producido a lo mejor son meras irrelevantes emanaciones, pero incluso así, por lo menos ya estamos creando ciudadanía de alguna manera, porque hay una implicación personal. Entonces, es una tipología de escritura mucho más democrática que otros géneros que, además, están muy canonizados y tienen toda una industria detrás, mientras que aquí existe la posibilidad del blog, de internet, de las redes sociales… Hay un elemento democratizador”.
Gabinete de Comunicación