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El secreto del pasado está bajo nuestros pies

martes 24 de junio de 2025 - 10:24 GMT+0000

La investigadora paleoclimática Margarita Jambrina.

Cuando pensamos en el futuro, lo representamos mentalmente como un escenario que se presenta frente a nosotros y, por el contrario, el pasado lo imaginamos con hechos que situamos detrás. Sin embargo, sería más correcto situar el pasado bajo nuestros pies: cada cosa que pasa, cada suceso, cada acontecimiento deja una huella en el suelo, algo imperceptible para nuestros sentidos pero que los modernos sistemas de análisis pueden rastrear. Capa a capa, franja a franja, es posible reconstruir nuestra historia gracias a las huellas que el paso del tiempo ha dejado impreso en el suelo. 

Los años de sequía, inundaciones, calima, incendios forestales o las actividades humanas han ido dejando su característica huella que ahora la ciencia puede rastrear y datar, elaborando cronologías detalladas que pueden poner fecha a fenómenos ocurridos mucho antes de que ningún ser humano los pudiera observar. Esta apasionante encomienda tiene Margarita Jambrina, profesora titular del Departamento de Biología Animal, Edafología y Geología de la Universidad de La Laguna.  La memoria del clima está escrita en el subsuelo. Los estudios paleoclimáticos revelan patrones de cambio ambiental que abarcan miles o incluso millones de años. Su integración con la ciencia climática actual es clave para entender el presente y anticipar el futuro. Pero los datos que emergen del subsuelo no solo nos hablan del pasado. Son, sobre todo, una advertencia —y una oportunidad— para construir un futuro más informado y resiliente.

En un contexto de emergencia climática, los modelos de predicción del clima futuro se han convertido en herramientas fundamentales. Sin embargo, la base sobre la que se construyen estos modelos va más allá de las mediciones meteorológicas modernas. “Los modelos actuales usan datos de los últimos 100 o 150 años, como las series que ofrecen las estaciones de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). Pero si incorporamos datos del paleoclima, extendemos esa perspectiva temporal a miles o incluso millones de años”, explica Jambrina. La investigadora trabaja con registros geológicos que conservan la huella del clima del pasado. “Con estos datos, podemos calibrar y validar los modelos climáticos actuales. Cuantos más datos tengamos sobre la variabilidad natural del clima, mejor podremos distinguir entre los cambios inducidos por el ser humano y los procesos naturales”, afirma.

El archivo natural del clima

Los registros paleoclimáticos se obtienen a través de diferentes archivos naturales: sondeos de sedimentos en antiguos lagos, turberas, estalagmitas, hielos polares o incluso depósitos minerales. Cada uno de estos archivos tiene una resolución temporal diferente y su precisión depende tanto de la calidad del registro como del modelo de datación empleado.

“En nuestro caso, trabajamos principalmente con sedimentos que se acumulan en el fondo de los lagos. Los analizamos capa a capa, y podemos tener mediciones cada dos milímetros. Eso nos permite detectar variaciones muy finas en las condiciones ambientales, como episodios de aridez o humedad, o incluso fenómenos como la calima”, señala la investigadora.

Para alcanzar esa precisión, es esencial contar con un modelo de edad bien calibrado, basado en técnicas como el carbono 14, la luminiscencia (OSL) o el uranio-torio, según el tipo de sedimento. “Una vez que tienes una cronología fiable, puedes determinar si un cambio ocurrió en el transcurso de una década, un siglo o un milenio”, añade.

Uno de los objetivos del equipo de Jambrina es identificar en los sedimentos antiguos señales de fenómenos que hoy preocupan especialmente en regiones como Canarias: olas de calor, calima o lluvias torrenciales. “Queremos saber si las calimas que sufrimos actualmente han ocurrido en el pasado, con qué frecuencia, intensidad y duración. Y lo mismo con las grandes inundaciones”, explica. Para ello, recurren a una batería de análisis geoquímicos, mineralógicos y sedimentológicos. “La mineralogía, por ejemplo, cambia si hay un aporte de polvo sahariano, frente a un sedimento que proviene de una fuente aluvial o del propio lago”, detalla.

La historia del clima y la huella humana en las Islas Canarias no solo se estudia a través de registros meteorológicos modernos o restos arqueológicos. Hoy, herramientas como los biomarcadores lipídicos —moléculas orgánicas derivadas de organismos vivos— y los biomarcadores fecales permiten a los científicos reconstruir, con gran precisión, la evolución ambiental y la actividad humana en los ecosistemas insulares. “Estos indicadores los usamos tanto en sedimentos arqueológicos como en registros naturales, como los encontrados en lagos. Nos permiten detectar no solo la vegetación presente en una época, sino también rastros de presencia humana, incluso cuando no hay restos visibles”, explica la investigadora.

En lugares como la Vega Lagunera, en el corazón del municipio de San Cristóbal de La Laguna, los sedimentos acumulados en el ya extinto humedal transformado por siglos de ocupación humana funcionan como un archivo natural de la historia. “Desde los primeros asentamientos aborígenes hasta la urbanización moderna de La Laguna, todo está reflejado en las capas del subsuelo”, comenta Jambrina.

Los biomarcadores fecales, por ejemplo, pueden indicar la presencia de humanos o ganado, mientras que los lípidos vegetales permiten reconstruir el tipo de flora dominante en una época concreta. “Hay capas en las que detectamos claramente el paso de un paisaje natural a uno intervenido, con cambios progresivos en la geoquímica del sedimento”, señala. Aunque los análisis aún están en marcha y se requiere un modelo de edad robusto para datar con precisión cada capa, ya es posible identificar diferencias entre los sedimentos más recientes —que pueden contener trazas de contaminación moderna o compuestos industriales— y los más antiguos, con una composición química mucho más estable.

El Holoceno en Canarias: de la humedad a la aridez

Además de rastrear la huella humana, los sedimentos también revelan cómo ha cambiado el clima de las islas en los últimos 12.000 años, durante el Holoceno, la era geológica actual. Según explica Margarita Jambrina, este período se divide en tres grandes fases reconocidas internacionalmente: el Groenlandiense (hace entre 12.000 a 8.200 años), el Norgripiense (de 8.200 a 4.200 años) y el Megalayense (desde hace 4.200 años hasta hoy).

“Durante el inicio del Holoceno, observamos condiciones húmedas, lo cual encaja con el llamado periodo húmedo africano, una fase en la que el Sáhara estaba cubierto de vegetación y lagos”. Pero esa bonanza hídrica fue desapareciendo paulatinamente. “A partir del Norgripiense vemos una tendencia clara hacia la aridez, que continúa hasta nuestros días”. A medida que los modelos de edad se van refinando, el personal investigador puede ir más allá del trazo grueso de las grandes etapas climáticas. “Dentro de esas fases generales, estamos detectando lo que llamamos eventos climáticos abruptos, cambios muy rápidos en el clima que pueden durar desde unas décadas a algunos siglos”. Estos eventos se manifiestan en los registros como indicios de tormentas extremas, inundaciones o intensas calimas, y su identificación es clave para comprender la frecuencia e intensidad de fenómenos que hoy, bajo el calentamiento global, se vuelven cada vez más comunes. “Con los análisis actuales podemos llegar a identificar incluso cuándo ocurrieron esas grandes calimas, cuánto duraron y si fueron más intensas que las actuales”, apunta.

Con el análisis de estos datos podemos resolver dos aspectos fundamentales del pasado: comprender cómo los ecosistemas insulares han respondido históricamente al cambio climático, y cómo las sociedades humanas han contribuido a transformar esos paisajes. “Es un trabajo de arqueología ambiental, pero también de prospectiva. Porque para prever el futuro, hay que entender el pasado”, concluye la investigadora. 

Cambio climático

Según todos los indicios disponibles, el cambio climático que vivimos hoy no solo destaca por su intensidad, sino también por la velocidad con la que se está desarrollando. Aunque en el pasado geológico del planeta han existido concentraciones de CO₂ incluso superiores a las actuales, los ritmos de cambio eran radicalmente distintos. Según explican desde el ámbito de la paleoclimatología, el ritmo de incremento de dióxido de carbono actual no tiene parangón en los últimos dos millones de años. Margarita Jambrina lo expresa con claridad: «Aunque hace 70 millones de años hubo niveles de CO₂ más altos, la configuración de los continentes era distinta. La circulación oceánica, conocida como termohalina, no funcionaba como ahora. Solo desde hace unos dos millones de años podemos comparar sistemas similares a los actuales, y dentro de ese marco, la rapidez del cambio actual es sin precedentes».

Un ejemplo ilustrativo es el evento ocurrido hace 13.000 años conocido como Younger Dryas. Una abrupta bajada de temperaturas vinculada al deshielo y la interrupción de la circulación termohalina por el aporte masivo de agua dulce. «En ese episodio, el aumento de CO₂ fue de 0,01 partes por millón (ppm) por año. Hoy estamos hablando de tasas cercanas a 1,4 ppm anuales. La diferencia es abismal».

En Canarias, este tipo de investigaciones está permitiendo reconstruir cómo fueron las condiciones climáticas del pasado reciente —especialmente del Holoceno— a partir de registros sedimentarios. Varios proyectos en marcha en islas como Tenerife, La Palma o La Gomera estudian depósitos lacustres y rellenos sedimentarios en antiguas cuencas para inferir periodos húmedos o áridos.

Estos análisis no se hacen sobre rocas ígneas como las coladas volcánicas, sino sobre «roca blanda», es decir, sedimentos acumulados en condiciones específicas. La investigadora subraya que «lo primero es siempre el contexto geológico: entender por qué hay una cuenca, cómo se formó, cómo se colmató y qué ambiente sedimentario representa». Solo así puede interpretarse correctamente el registro.

Entre los métodos más empleados se encuentran los análisis geoquímicos e isotópicos sobre la materia orgánica sedimentaria —especialmente alcanos, que son moléculas muy estables—. Estos estudios permiten reconstruir curvas de paleoprecipitación con gran precisión. Aunque no se identifican especies vegetales concretas (pues no se usan proxies botánicos), sí se infieren cambios en el paisaje: más o menos vegetación leñosa, presencia de coníferas frente a angiospermas, etc.

Primeros resultados

Los primeros resultados indican que durante el Groenlandiense (entre hace 12.000 y 8.000 años) existieron condiciones más húmedas, mientras que a partir de los 8.000 años comienza una tendencia hacia la aridez que se prolonga en el tiempo. Este patrón se observa en registros de varias islas, aunque con diferencias de detalle. «Parece que el sur de Tenerife muestra el inicio de la aridez antes que el norte, y eso se correlaciona con lo visto en Fuerteventura o Lanzarote», explica. Eso sí, falta aún precisión en los modelos de edad para situar con exactitud los eventos: “Estamos depurando los datos para afinar dataciones intermedias que nos permitan cerrar las curvas con mayor rigor”.

Otra línea de investigación reveladora tiene que ver con los episodios de calima. Aunque a menudo se perciben como un fenómeno moderno, los sedimentos muestran que las intrusiones de polvo sahariano son antiguas y están claramente documentadas en el Holoceno. Durante el periodo Norgripiense (entre 8.000 y 4.000 años), las condiciones áridas favorecieron un aumento en la frecuencia e intensidad de estos eventos. La llamada calima proviene de los limos del norte del Sáhara, y su transporte depende en parte de la aridez regional. “Durante el periodo húmedo africano, que coincide con el Groenlandiense, el Sáhara era verde, con vegetación y ríos. Eso reducía la emisión de polvo. Pero cuando terminó ese período y la región se volvió más árida, la calima se intensificó”.

Aunque en Canarias existen antecedentes en el estudio del paleoclima, la mayoría de ellos se concentraban en las islas orientales, con especial atención a paleosuelos, paleodunas y terrazas marinas. Muchos de estos trabajos emplean también proxies geoquímicos e isotópicos, pero hay diferencias metodológicas: los estudios actuales en las islas occidentales ofrecen una aproximación desde la sedimentología lacustre, complementando trabajos anteriores más centrados en vegetación o polen. «Lo que aportamos ahora es el enfoque geológico completo: análisis del contexto de formación de las cuencas, sedimentología, geoquímica, procesos de colmatación. Es un conocimiento necesario para interpretar bien los registros y correlacionarlos con otros», concluye.

Así, desde los sedimentos canarios se está hilando una narrativa paleoclimática que conecta la historia ambiental del archipiélago con la del norte de África y el Atlántico oriental. Y en ese relato, el cambio climático actual aparece como un fenómeno radicalmente diferente: no por su mera existencia —los cambios climáticos han sido constantes en la historia terrestre—, sino por su rapidez. Un cambio sin precedentes, que solo se puede explicar introduciendo el factor humano.

Gabinete de Comunicación


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