La Senda del Nilo

Egipto entre la reorganización de Mehemed Ali y el protectorado británico

Tras la salida del ejército francés, Egipto volvió a quedar integrado en el Imperio otomano. Se produjeron, sin embargo, cambios en el gobierno del virreinato. Mehemed Ali, el jefe del contingente albanés enviado para devolver a los mamelucos a la obediencia, fue nombrado virrey por los ulemas locales.

El establecimiento de una autoridad centralizada aseguró a Ali la imposición del orden en el país. Organizó una rápida industrialización que asegurase la autosuficiencia en cuestión armamentística; las innovaciones se extendieron después a la industria textil y de alimentación. La búsqueda de mercados para estas manufacturas tomó la forma de una expansión militar –Siria, península arábiga– de forma similar al comportamiento de las potencias coloniales, favorecida por la creación de una armada y una marina mercante.

La agresiva política industrial empezó a afectar a los comerciantes británicos, que tenían en el Oriente Próximo uno de sus compradores, mientras que la expansión exterior aumentó el recelo del Imperio otomano. Este, con apoyo del Reino Unido, consiguió hacerle perder sus conquistas, excepto Sudán. Egipto quedaba abierto a los productos europeos y relegado a productor de materias primas. En compensación, Mehemed Ali obtuvo la capacidad de elegir sucesor en el seno de su familia, lo que dio lugar al nacimiento de la dinastía Albanesa.

Tan importante como las realizaciones materiales de su virreinato fue el sentimiento que se creó en la población de pertenecer a una entidad nacional y no sólo a una comunidad. Los egipcios empezaron a identificarse con la administración que los regía.

Los sucesores inmediatos no supieron estar a la altura del fundador dinástico. Las potencias coloniales europeas tampoco les dejaron margen de maniobra. Las actividades económicas más destacadas correspondieron a empresas británicas (ferrocarril Alejandría-Cairo, telégrafos, Banco de Egipto) o francesas (canal de Suez). Sin embargo, fueron reforzando su autonomía política. Bajo Abbas I se reunió el primer parlamento egipcio, como cuerpo consultivo, y un año después él recibió el título de jedive, lo que suponía un paso definitivo hacia la independencia de facto. En 1873, el sultán le otorgó la completa administración de Egipto –que adoptará el árabe como lengua– y el poder legislativo.

Un cambio tan trascendental se vio oscurecido por los problemas económicos provocados por la construcción del canal de Suez y, sobre todo, por los fastos de su inauguración. Ante la imposibilidad de hacer frente a un vencimiento de deuda, el jedive vendió sus acciones de Suez al gobierno británico. Y un año más tarde, en 1876, tuvo que aceptar el establecimiento de la Caja de la Deuda Pública, formada por cuatro comisionados de Reino Unido, Francia, Austria e Italia. Los dos primeros, además, controlaban el Ministerio de Obras Públicas.

En 1881, el coronel Ahmed Orabi, líder del partido nacionalista, consiguió la victoria en las elecciones. Como ministro de guerra, reclamó la supresión del control europeo. En respuesta, la escuadra británica bombardeó Alejandría en julio y derrotó a las tropas egipcias poco después. Reino Unido afirmó no pretender un dominio permanente, pues la Caisse era ya un instrumento suficiente de intervención. Sin embargo, las tropas no se retiraron con el pretexto del peligro de la revuelta religiosa e independentista de el-Mahdi en Sudán y, desde 1883, los británicos empezaron a reemplazar a los egipcios en los puestos gubernamentales.

El Egipto del siglo XIX que describieron geógrafos y etnógrafos occidentales se comparaba, en bastantes casos, con el mundo antiguo, visto este a través de su representación en los relieves y pinturas. No fueron conscientes de la idealización de estas imágenes.

Analizaban la sociedad contemporánea influidos por la idea del Romanticismo de que el pueblo llano conservaba el Volkgeist, el «genio», de las naciones. También por una concepción de la diversidad genética de la humanidad como una evidencia de la jerarquía entre estados, culturas y religiones.

La población egipcia era presentada en dos grupos: los campesinos, fellahs en árabe, y los residentes en núcleos urbanos, en especial Alejandría y El Cairo. Los primeros eran considerados los herederos de la civilización antigua, pero «degenerados» por razones sociales –impuestos– y físicas –enfermedades– como si unos y otras no hubieran existido en la Antigüedad. Los segundos eran vistos como una mezcla de razas. La presencia en las ciudades de comunidades y religiones diversas, reflejo de la pluralidad étnica y cultural del Imperio otomano, era mostrada con suspicacia o incluso hostilidad. Los cambios en la agricultura y la incipiente industrialización se criticaban por su insuficiencia. Se denunciaban los defectos del sistema administrativo otomano-egipcio, pero no se tenían en cuenta las trabas que la propia Europa colonial imponía a la modernización de la región.

Uno de los rasgos más llamativos del Nilo era la subida anual de su caudal. De julio a octubre –en el calendario actual– el país se convertía en un lago. Las aguas rebajaban los calores del verano y dejaban, al retirarse, una capa de limo muy fértil. El trabajo de los campesinos, la eficacia de la administración y la fecundidad de los campos fueron la base económica de la civilización antigua y, en parte, de la reorganización en el siglo XIX.

En la actualidad sabemos que la inundación y sus limos proceden de las lluvias monzónicas caídas a finales de la primavera y verano en Etiopía, traídos por el Nilo Azul y el Atbara.

Sin embargo, en la Antigüedad, Claudio Ptolomeo había aceptado la noticia del nacimiento del Nilo en unos Montes de la Luna que se encontrarían por debajo de la línea del Ecuador.

En el siglo XVII, el curso del Nilo Azul fue descrito por el jesuita español Pedro Páez Jaramillo, aunque las publicaciones internacionales siguen atribuyendo el descubrimiento a un viajero escocés posterior.

La aportación del Nilo Blanco, menor en volumen pero más regular, procede de África Central. No fue hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando una serie de expediciones, en competencia entre sí, reconociera la red de lagos y cauces fluviales que transportaba las lluvias ecuatoriales, alimentando el río.

A finales del I milenio a.e., el Imperio persa había abierto un canal que, aprovechando el wadi Tumilat, unía una rama del Nilo con los lagos Timsah y Amargos, hasta los que probablemente llegaba entonces el golfo de Suez. Con periodos de colmatación tras los que era reabierto, se mantuvo transitable alrededor de un milenio.

El recuerdo de esta vía incentivó planes posteriores, en especial durante la campaña napoleónica, para unir el mar Mediterráneo con el Rojo.

En 1954, Ferdinand de Lesseps, amigo personal del virrey, recibió el poder exclusivo de constituir y dirigir una compañía universal para abrir el canal entre ambos mares y su explotación posterior.

Las condiciones de trabajo fueron durísimas y costaron la vida a miles de campesinos forzados a trabajar según un sistema de corveas.

La obra fue inaugurada en noviembre de 1869. Las celebraciones de apertura, para las que no se escatimaron gastos, provocaron el endeudamiento egipcio. Cinco años después, ante la imposibilidad de hacer frente a un vencimiento bancario, el jedive tuvo que vender sus acciones de la compañía, circunstancia que aprovechó el gobierno inglés para ocupar un lugar destacado en su consejo de administración.