La Senda del Nilo

Nilo arriba. De los exploradores al turismo

El orden impuesto por Mehemed Ali abrió la posibilidad de viajar con seguridad hasta el Alto Egipto. Esta circunstancia, combinada con la presencia de técnicos occidentales llamados para el desarrollo industrial, provocaron que la navegación aguas arriba por el Nilo empezara a resultar frecuente.

Tendemos a pensar en estos viajeros como aventureros solitarios, pero no era así. Se rodeaban de un pequeño grupo de acompañantes que cumplían funciones diversas y relativamente especializadas: un traductor, protectores, servidores personales; los que disponían de más medios, podían llegar a Egipto con especialistas occidentales: un médico, dibujantes. No obstante, no se pueden desdeñar las dificultades a las que se enfrentaban: apenas tenían información local precisa, no existían instalaciones de alojamiento.

En la estela de Frederick L. Norden o de la Comission francesa, se formaron expediciones financiadas con fondos estatales que permitían una estancia prolongada como las de J.F. Champollion e Ippolito Rossellini por Francia y el Ducado de Florencia, la de Karl R. Lepsius por Prusia. Son más conocidas que las privadas por la importancia de su producción académica, pero no muy distintas desde el punto de vista organizativo.

En 1835, un oficial de la Armada creaba una nueva ruta para el correo británico a la India: the Overland Route. Combinaba barcos a vapor por el Mediterráneo y el Índico y el tránsito de tres días, por tierra, de Alejandría al mar Rojo. En los mismos medios de transporte podían trasladarse personas, haciendo escala una noche en El Cairo. Y algunos empezaron a utilizar este trayecto solo para desplazarse hasta Egipto.

A mediados del siglo XIX las motivaciones de los extranjeros para su visita al país del Nilo eran más variadas que en las décadas anteriores, aunque el número de viajeros siguiera siendo relativamente reducido. Había escritores en busca de inspiración literaria, artistas atraídos por Oriente, académicos documentando las ruinas de la Antigüedad y coleccionistas reuniendo papiros y estelas. También había administradores coloniales en viaje a la India o al Extremo Oriente, exploradores destinados a África, diplomáticos encargados de ampliar sus intereses nacionales, agentes comerciales, incluso enfermos necesitados de un clima más saludable.

La era del viaje organizado en Egipto nació por obra de Thomas Cook de Leicester. En sus inicios, había preparado excursiones para trabajadores de su región natal como entretenimiento sano. En 1869 dirigió su primer viaje a Tierra Santa pasando por Egipto y descendiendo Nilo abajo en dos vapores alquilados. El éxito le animó a repetirlo, obteniendo la concesión de todos los barcos que pertenecían al Estado. Aplicó los principios de la producción industrial al ocio: grupos grandes significaban precios más bajos. Sus excursiones prometían más visitas en menos tiempo y a un coste menor. En las siguientes décadas, la compañía desarrolló infraestructuras específicas. Construyó muelles en las escalas, botó sus propios barcos de vapor y creó sus hoteles. Pronto surgió la competencia de otras compañías. Los viajeros con un objetivo intelectual dieron paso a los que lo hacían por puro placer, los turistas.

El efecto que los viajeros tuvieron en Egipto es tan diverso como las propias motivaciones que empujaron a europeos y, más tarde, norteamericanos a desplazarse hasta allí.

En las primeras décadas del siglo, las expediciones para documentar los monumentos o los aristócratas que prolongaban el Grand Tour hasta el valle del Nilo, requerían un pequeño grupo de apoyo: transporte de equipamiento, protección, servicio personal. Era más significativo el impacto indirecto pues, con la eclosión en Europa del Orientalismo y la apertura al público de colecciones estatales de antigüedades, creció el interés por Egipto y sus países limítrofes. También aumentó la demanda de piezas para colecciones privadas, originando un incremento en los saqueos de las áreas con vestigios antiguos.

La creación del Service en 1857, que limitaba las excavaciones con objetivos comerciales, y la aparición de los viajes organizados poco después dieron lugar a nuevas formas de cubrir sus necesidades. Por una parte, la industria del turismo: alojamiento, transporte fluvial, excursiones, cada uno de diversas categorías. Por otra parte, la industria de los «recuerdos». Surgieron estudios fotográficos para tomar y vender imágenes de los monumentos –que en la actualidad valoramos como registro documental–, así como talleres artesanales para reproducir objetos que, con frecuencia, se hacían pasar por auténticos.