Houston tenemos un problema: nuestro cuerpo en el espacio

FECHA: 30/11/2018

AUTOR FÁTIMA MESA-HERRERA
VÍDEO NASA

Investigadora predoctoral.
Departamento de Biología Animal y Edafología y Geología. Universidad de La Laguna

El día más emocionante para cualquiera que quiera viajar al espacio es aquel en el que es seleccionado por su agencia para ser aspirante a astronauta. Es entonces cuando comienza el verdadero trabajo, que supone años de minuciosa preparación. Y es que durante el entrenamiento, los aspirantes no sólo deben aprender conceptos avanzados de astronáutica y exploración espacial, mecánica orbital, ingeniería y sistemas del vehículo de lanzamiento o de la Estación Espacial Internacional, sino que deben prepararse físicamente para las inusuales y exigentes condiciones en las que tendrán que desenvolverse en el espacio.

Los seres humanos están fisiológicamente adaptados a la vida en la Tierra pero las condiciones ambientales de los viajes espaciales son muy diferentes. Gracias a la investigación en medicina espacial y a los desarrollos tecnológicos, se puede proteger a las personas que realizan vuelos espaciales de las condiciones extremas del espacio exterior; condiciones que podrían matarlas en cuestión de décimas de segundo. Las necesidades inmediatas son satisfechas por el sistema de vida, un conjunto de aparatos que proveen de aire, agua y alimento y mantienen, aproximadamente, la temperatura y la presión a los niveles que tendría en la Tierra. Sin embargo, no es posible eliminar todas las amenazas. En este sentido, el factor más importante que afecta al funcionamiento del cuerpo humano en el espacio es la microgravedad, a veces mal llamada ingravidez: recordemos que los y las astronautas que orbitan la Tierra no abandonan su campo gravitatorio.

En la Tierra, nuestros cuerpos reaccionan automáticamente a la gravedad, en relación a la postura y la locomoción. Pero en ambiente de microgravedad, los otolitos, unas estructuras que se encuentran en el oído y cuya función es precisamente detectar el campo gravitatorio, no perciben la atracción terrestre. Esto provoca que los músculos no sean requeridos para mantener la postura y los receptores de presión en los pies y tobillos no perciban la señal de atracción hacia el suelo. Como consecuencia se produce atrofia muscular, llegándose a perder hasta el 20% de la masa muscular en los primeros 10 días de exposición a microgravedad. Esta pérdida afecta a la musculatura esquelética pero también al corazón, provocando problemas circulatorios, incremento de la presión arterial, arritmias leves y la redistribución de fluidos hacia la región encefálica. El aumento de fluidos en la parte superior del cuerpo aumenta la presión intracraneal, afectando su forma; también afecta ligeramente al nervio óptico provocando problemas de visión similares a los que sienten los pilotos de combate.

La estancia en el espacio provoca la disminución de la densidad ósea. Los bajos niveles de iluminación tiene como consecuencia una caída en los niveles de vitamina D3 imprescindible para el depósito de calcio en los huesos, mientras que el aumento en los niveles de dióxido de carbono en el ambiente de las naves espaciales provoca la desmineralización del hueso y el aumento de hasta un 70% de calcio urinario y fecal. Esta pérdida de calcio hace que los astronautas sean muy sensibles a fracturas y puede desencadenar problemas renales debido a la calcificación parcial de los riñones por problemas de excreción.

Por otra parte, un hecho común durante los vuelos espaciales, es el incremento de los niveles de glucocorticoides y catecolaminas, moléculas implicadas en funciones como la respuesta al estrés. Este aumento puede afectar al sistema inmunitario. Se han observado alteraciones en la circulación leucocitaria, disminución de la actividad de los linfocitos natural killer, función deprimida de los granulocitos y de los linfocitos T y niveles alterados de inmunoglobulinas. Como consecuencias de todo ello, los astronautas están expuestos a procesos infecciosos, virales y bacterianos, durante el viaje espacial.

Además de todos estos cambios en el cuerpo, los astronautas se exponen a alteraciones conductuales. Aunque aún no han sido descritas con claridad, se tiene constancia de alteraciones psicológicas similares a las que se sufren en las estaciones de investigación del Ártico o en submarinos. Las alteraciones de los ciclos de luz y oscuridad provocan cambios en los ritmos circadianos que se traducen en aumento de la fatiga y desencadenar procesos de ansiedad, insomnio y depresión. El proceso de adaptación a las condiciones extremas del espacio involucra pues cambios complejos en cuerpo y mente, tanto en el caso de exposiciones cortas como prolongadas y ello puede derivar en problemas de salud durante y después de la exposición.

Los programas espaciales han aportado conocimientos respecto a cómo actúa la microgravedad y otros factores sobre la fisiología humana; sin embargo, no son bien conocidos aún sus efectos a corto y a largo plazo. La medicina espacial continúa investigando estos cambios con el fin de alcanzar una mejor comprensión de los mismos. Sin duda, este conocimiento tendrá impacto directo en el diseño y desarrollo de misiones espaciales porque, ¿quién sabe si el futuro de la humanidad pasa por acostumbrarse a vivir en el espacio?