Sueños, mapas y pisadas lunáticas

 

Rodrigo Delgado Salvador   

Universidad de La Laguna

 

Entre el cielo y el mito

 

Desde tiempos inmemorables, el ser humano ha sido fascinado por la celestina luz de la Luna. En la cueva de Lascaux, pinturas rupestres que se remontan a más de 17,000 años representan varios animales y escenas de caza; sin embargo, casi escondido entre ellos, se encuentra el calendario lunar más antiguo conocido: 29 puntos ligeramente distintos que, con cierta iluminación, se asemejan a las distintas formas que va adquiriendo la luna en su ciclo mensual.

Desde entonces, la Luna apenas ha cambiado. Pero sin embargo, si pudiéramos volver aún más atrás, a algunos millones de años después de su formación, la Luna orbitaba a apenas 24.000 km. de la Tierra, a diferencia de los 385.000 km. actuales. Esto implica que ocuparía en el cielo casi lo mismo que un puño extendido todo lo que da el brazo, a diferencia de hoy en día, que con el dedo meñique podemos cubrirla por completo.

Volviendo a las representaciones rupestres, no sería de extrañar que nos recordaran algunos de los muchos mitos que han ido surgiendo durante la historia de nuestra especie. Los tres nombres que le dieron los griegos: Hécate, Artemisa y Selene, plasman la ambivalencia y transformación constante de la Luna. Osiris, usualmente representado como dios Luna, murió, y de sus miembros se formó el mundo, y más adelante fue resucitado para tomar su lugar como juez de los difuntos. Los hombres lobo, criaturas mitológicas que obedecen al imperio de la Luna, aparecieron, seguramente, por primera vez, en la Epopeya de Gilgamesh (~2100 a.C.). Su poder, tanto creador como destructor, es también el eje central de epopeyas más recientes, como The Legend Of Zelda: Majora’s Mask (2000), donde una Luna con la cara del antagonista principal de la precuela amenaza con destruir la bahía de Termina en tres días, si Link no consigue evitarlo.

Sueños de viajes imposibles

Pero, incluso desde la antigüedad se conocían con buena precisión los movimientos de la Luna. Los babilonios, en el siglo V o IV a.C, diseñaron un sistema aritmético (llamado hoy en día «Sistema B») para predecir la posición de la Luna, y descubrieron la existencia del ciclo Metónico, un ciclo de 19 años que relaciona los meses lunares con los años solares. Y todo esto sin una concepción geométrica del problema. Los griegos, con Hiparco y Ptolomeo a la cabeza, resolvieron el movimiento de la Luna haciéndola orbitar alrededor de la Tierra, pero añadiendo los famosos epiciclos, aunque nunca se acercaron a la exactitud babilónica (en buena medida, porque su modelo era incorrecto). Copérnico mejoró el sistema, apartando el geocentrismo que había perdurado más de un milenio, colocando al Sol en el centro, y a la Tierra girando a su alrededor. Esta corrección tuvo importantes repercusiones en los estudios sobre el movimiento de la Luna, que Tycho Brahe, Johannes Kepler e Isaac Newton harían siglos después, permitiendo explicar con mayor exactitud y corrección conceptual los movimientos y los eventos de la Luna. Los eclipses, tanto lunares como solares son, por un lado, simples alineaciones entre el Sol, la Tierra y la Luna, y por el otro, excepcionales, porque la órbita de la Luna alrededor de la Tierra no está perfectamente alineada con la órbita de la Tierra alrededor del Sol. Las «superlunas», nombres modernos para las lunas llenas que resultan ligeramente más grandes a simple vista, son el resultado de la naturaleza elíptica y no circular de la órbita lunar. Hoy en día, las órbitas son calculadas de forma numérica por ordenadores con una precisión que requiere de decenas de miles de correcciones trigonométricas si quisiéramos continuar por el camino de la astronomía clásica. Eso no impide, sin embargo, que el movimiento de la Luna se pueda simplificar y aún así resultar lo suficientemente familiar, como es el caso del ciclo lunar de Minecraft (2011), donde la Luna siempre está opuesta al Sol (surge del horizonte al atardecer) y, a pesar de eso, tiene fases que se van alternando como en la real, a pesar de que esos dos rasgos al mismo tiempo son imposibles.

 

Todos estos mitos y este interés en conocer su movimiento y su naturaleza son una muestra más de la fascinación que ha producido sobre la raza humana a lo largo de nuestra historia. Y es que siempre ha habido un aura de misterio sobre aquella que nos acompaña por las noches y se transforma a lo largo del mes. Hoy en día sabemos que los efectos que se ha dicho que tiene sobre nosotros, como la posibilidad de que nos vuelva más violentos como los hombres lobos, o que rija el ciclo menstrual (que coincidan ambos períodos sólo ocurre con las hembras de las zarigüeyas), o que produzca un mayor número de partos, son simples errores de correlación. La única influencia que podemos asegurar que existe es la gravitatoria, y es lo suficientemente débil como para estar más preocupado por las paredes que le rodean a uno en un edificio que por la gravedad lunar.

Lo cierto es que esta fascinación conlleva que su exploración, al final, terminó por ser una inevitabilidad. Durante mucho tiempo, su explorador más famoso fue Julio Verne, a bordo del obús que servía de nave espacial en sus afamadas De la Tierra a la Luna (1865) y Alrededor de la Luna (1869), su secuela menos famosa. Más adelante, a mediados del siglo XX, soviéticos y americanos se lanzaron a alcanzar la Luna, tocando con los dedos el cielo que hasta pocas décadas antes se había considerado inalcanzable. Y, a pesar de que durante casi 20 años el ganador era imposible de predecir, cuando Estados Unidos colocó a Neil Armstrong sobre la superficie lunar, el resultado fue incontestable. Las siguiente misiones, una vez alcanzado el premio, fueron perdiendo popularidad. Excepto el Apollo 13, con una película del mismo nombre (1995), debido a la trágica situación que debieron superar sus tripulantes, James A. Lovell, John L. Swigert y Fred W. Haise.

 

Esperanzas tecnológicas y realidades desmitificadas

 

Sin embargo, después de alcanzarla al fin, la Luna fue abandonada. Después de la misión Apollo 17, lanzada el 7 de diciembre de 1972, ningún humano ha vuelto a pisar la Luna. Algunas sondas han vuelto, buscando en la oscuridad de los cráteres cercanos a los polos lunares indicios de hielo, recientemente confirmados. Sin embargo, nadie ha querido volver a posarse sobre ella. Tan sólo el cine y los videojuegos la han visitado otra vez. Como en Iron Sky (2012), película de bajo presupuesto que, sin embargo, acabó siendo una pelicula de culto, al contar de forma irreverente la absurda idea de que en la cara oculta de la Luna, un último batallón nazi espera el momento adecuado para volver a la Tierra habiendo desarrollado tecnología que no resultaría extraña en la Mars Attacks! (1996) de Tim Burton. O en la última aventura de Mario, en Super Mario Odyssey (2017), en la que el malvado Bowser construye una catedral en la Luna. Tal vez catedrales no, pero los rumores de bases lunares fundadas por Estados Unidos o China son cada vez más intensos en el ámbito internacional. Como en la película Moon (2009), podrían ser bases de las que minar el Helio 3 relativamente abundante en el regolito lunar para producir una fusión nuclear más eficiente. Esperemos, sin embargo, que no haga falta pasar las penurias del protagonista de la película.

 

O, tal vez, pueda servir como puerto espacial. Una parada de avituallamiento antes de llevar a cabo un viaje más largo, más difícil. ¿Quién sabe qué encontraremos cuando, al igual que hemos hecho en la Tierra, empecemos a cambiar el paisaje lunar para adecuarlo a nuestras necesidades? Tal vez encontremos secretos ocultos cuya mera existencia no podíamos ni imaginar, como en 2001: Una odisea en el espacio (1968), y su famosísimo monolito. O tal vez encontremos mejores respuestas a la pregunta de su origen, o respuestas inesperadas, como en la capítulo Matar la Luna, de la temporada 8 de Doctor Who.

 

O, tal vez, como en el segundo capítulo de la serie Futurama (1999), llegará un punto en el que viajar a la Luna sea algo rutinario como para instalar allí un parque de atracciones para recordar, con ciertas imperfecciones, cuando la Luna era una diosa misteriosa, voluble como la voluntad y los pensamientos de aquellos que la observaban, fascinados por su belleza fantasmagórica y su luz cenicienta.